‘Souvenirs’ y ‘Viaje de negocios’
Enrique Paredes
Souvenirs
(Suspense en el aviario borneo, un canario verde rascó la malla
como rasco el segundo loto de mi vida
ahora en la misma bolsa que el vinagre de manzana y talco.
Las aves ecuatoriales se van al trópico, seguirlas sería parecido
a caminar la ciclovía de nuevo, pero tengo límites.
Para llegar a otras manzanas que todavía no he visto
tendría que ir muy lejos, y se haría muy tarde,
quizás otro día, mejor
considerar como puntos del trayecto el cruce por la bola Claro
y la entrada anticipada con un paradero y un cartel verde,
que al divisarse desde el punto en el que se va llegando
se mezclan y parecen algo como un puesto de aros y souvenirs,
o una garita con un baño muy pequeño.
Y al ver los primeros liceanos en uniforme
que aparecen a esa hora, suspense en el aviario borneo,
dar media vuelta porque sí, y caminar, ahora sí
sin destino ni principio por unos diecisiete pasos:
mismos buzos, las mismas bolas de cristal)
Aun no concretamos el panorama de la piscina temperada.
Se delata en gorros de natación sin abrir
y una nostalgia injusta a las baldosas celestes:
he sido tan superficial cuando me acoplo al eco del splash
de unos bebés que nadan sin que se les enseñe/
El silbido de un pito cambia de significado dependiendo de la edad.
Nunca han adivinado cuántos años tengo exactamente, pero una vez
le achuntaron a mi signo.
Se va la temporada para eso lentamente, es casi como si se pudiera
interceptar a la jalea viscosa del universo redondo de buda
y decirle que se quede un rato más. A la gente la dejo tranquila:
no hay manera de escapar de la casa sin salir de ella/
La piscina temperada está en la quinta curva de la ciclovía,
debajo de una carpa blanca que cubre su gimnasio, contenedor contenido,
siguiente nivel, podríamos decir. Ahora bien, en serio
la deuda que falta en mi ayuda no me la cobran ni en la publicación,
pero sí en lo valiente que tú eres solo por vivir:
son las chispas que gotean en la tela de la carpa
toda la noche, sin que nadie las presencie/
Al final no nos sentamos toda la noche a presenciar el goteo
en los módulos coloridos de otro castillo de la era,
donde nos miramos y pensamos que ya se nos fue la edad para eso.
Así que si se reconoce incorregida demasiado tarde sinceridad,
tiene que tomarse una decisión:
pucha porfa no hables de eso, podríamos sentarnos en vez en el tronco húmedo
para no enturbiar algo que nadie quiere ni pidió en todo caso.
Pero al final no lo hicimos: hay más fe en hervidores
y unas propiedades chicas pero nuestras que consuelan el frío de afuera,
aunque aún no concretemos el panorama
y no sepa bien a qué iba con esto//
Viaje de negocios
1
La maleta entorpeció el ascenso de las lomas donde se esparcen
domicilios de dimensiones parecidas a mi delicada chabola.
El alojo era el Hall Daiwo veintitrés, tercera pared de un callejón sin salida.
Me sentía a gusto pero no podía durar mucho
la soledad en esa pieza de cuatro camarotes.
Fue un chinese businessman al que pedí pasta de dientes
con el que vimos la noche por mi ventana en Serena.
Cuenta que a su hijo se le ocurrió una vez
poner una cáscara de banana inmadura en la escalera,
y tropezó: pregunta si yo también viví la juventud en letargo rico,
il finito del punk que describen las producciones rurales de radionovelas.
Descongela una bolsa de camarones y establece la vasija de unas flores
en el vaso de agua, “van a morir, pero yo ya no voy a estar”/
Mal mío, no escuchar cuando me hablan, seguía pensando
en las escaleras y la parábola del número impar:
Se configura, por ejemplo, en los sujetamanos que deslizan
al primer o último escalón,
que como el penúltimo también con el segundo
son lo mismo y se repite.
La excepción podría ser el escalón de al medio
que divide las dos mitades, pero eso solo pasa
si se trata de un número impar de escalones.
2
Sin pudor sin despertarme para despedirse se fue a concretar
sus reuniones tras la puerta corrediza del hotel de quince lucas.
Creo que no hay manera de que vuelva a verlo en el bingo diurno
del Hall Daiwo veintitrés: una parte borrada se muestra en la paridad
entre dos, tú y yo. Vitrineo relaciones a diario, pareja en el bingo
con un límite de suerte equilibrada/
Los dorsales que quería están agotados en tiendas especializadas en el arte
de encargar regalos a Asia. El cumpleaños es un arma de doble filo,
vuelvo con las manos vacías/
Del bus de dos pisos veo lámparas recién prendidas por la cuadra
matizando los vapores de vecindarios que ya dejo.
A cambio, nuestras concluyentes situaciones
lo tapan todo con trazo de tiza vengativa que manda, realmente, a la chucha.
La chucha: una cosa que nunca he sabido qué es,
pero me suena a baratija, insecto doméstico a muñeco vudú/
Vuelta al Zócalo nos posamos de nuevo como rana en nenúfar
a lo común de la chabola. La inconsciencia de las fechas y
tus velas favoritas, y a veces amerita un escupo en la mano
la calma del clima. Árboles de llama en la península
un solo audífono por compañía//
Enrique Paredes (Los Ángeles, 2000). Ha participado en algunos talleres de poesía en Santiago, ciudad en la que vive hace nueve años. Estudia Literatura en la Universidad Diego Portales. También tiene un proyecto musical, actualmente bajo el nombre Kataro Cabrera.


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