«Esa belleza oblicua que tiene la naturaleza cuando nos traiciona»: entrevista a Vanessa Londoño, autora de El asedio animal

Rocío Abarzúa

El asedio animal (Almadía, 2021; Eterna Cadencia, 2022) es la primera novela de la colombiana Vanessa Londoño. En ella, la escritora nos sitúa en una Colombia rural, en los alrededores de un pueblo llamado Hakuméiji en el cual naturaleza y hombre comparten la brutalidad de la existencia. Cuatro narradores dan testimonio de esta violencia, de lluvias inacabables, miembros mutilados, aluviones que arrasan con pueblos completos, la fuerza del deseo, la potencia del crecimiento del maíz, hombres corruptos, el vigor del mar, el ímpetu de la memoria. Pero sus voces hablan con tal lirismo que, mediante el lenguaje, a esta brutalidad, a esta violencia, a veces la revuelven, a veces la profundizan, a veces la desarman. Los narradores podrían ser hablantes, porque la prosa de Londoño, virtuosa y hábil, chorrea poesía, y la poza que se va formando a su paso siembra belleza. Es este contrapunto el que hizo para mí de esta lectura una experiencia excepcional. 

Maggie Nelson en El arte de la crueldad (Norton, 2012) concluye que hay dulzura –y valor– en aquellas fuerzas desestabilizadoras que, en una obra, nos desconciertan, nos abren espacio y nos invitan a la ambivalencia, a la incertidumbre, a la repulsión, al placer, o a sentir todo a la vez, al alejarnos de binarismos, al salir de generalizaciones, dogmatismos, reductivismos. Me parece que la escritura de Londoño, en esta novela, conjura estas fuerzas. A medida que más tiempo pasa desde mi lectura inicial de El asedio animal, más me quedo con este espacio que abrió dentro de mí, que me prendió de curiosidad, de dolor, de belleza, de violencia, de poesía, y que con su aire me permite salir de la novela y mirar, no solo a través de sino también con ella, el mundo.

Rocío: Para comenzar, quería preguntarte qué te inspiró o te movilizó a escribir El asedio animal. ¿Nos puedes hablar un poco del proceso de escritura de esta novela? ¿Cómo surgió o cómo fue avanzando la obra?

Vanessa: Creo que todas mis búsquedas están definidas por el lenguaje. A veces pienso que las historias permitieron simplemente que ese lenguaje que había hecho crisis en mí, se irradiara.

R: En entrevistas y presentaciones, al hablar de la novela hablas de mapas, de territorios y geografías, de la memoria, que son precisamente los elementos con los que está construida. Mencionas, por ejemplo, que “andar un territorio es andar un recuerdo.” Esto me hace pensar en La ciudad invencible de Fernanda Trías, en que la narradora nos habla de su Buenos Aires, una ciudad única e irrepetible, marcada por su experiencia de violencia. Para ella, esta novela es “una cartografía de la historia personal, porque lo que hace a los lugares es la memoria asociada a ellos”. ¿Nos puedes hablar un poco de la relación entre territorio y memoria que se da en El asedio animal? ¿Qué pasa con las delimitaciones geográficas, temporales? ¿Con lo que está adentro y lo que está afuera? ¿Se relacionan de alguna manera? Pienso, al enunciar esta pregunta, en las botas de Fernanda Huanci.

V: Bueno, aquí se cruzan varias líneas de significación. La primera es que la escritura es, en el fondo, un ejercicio cartográfico, precisamente porque se encarga de trazar coordenadas, de iluminar un territorio que no existe. En ese trazado es tan importante lo que encierre como lo que excluye, porque trazar un mapa es sobre todo un ejercicio de delimitación en relación a los territorios que se quedan fuera. Esto implica un egoísmo fundamental: la escritora le pide al lector que la acompañe a las coordenadas que ella ha creado, y que se ubique en un lugar del mapa escogido por ella. Y el lugar escogido por ella es una mujer que, paradójicamente, no puede andar porque no puede usar zapatos. Solo cuando Fernanda Huanci se rebela a esa imposición y se calza, es que el lector empieza a andar el territorio y a recorrer el mapa con ella.

Otra línea que me parece importante para pensar la relación entre territorio y memoria, es la última narración. La mujer que nos habla recorre, ya no un territorio, sino las intensidades de los recuerdos de los otros y las otras que la precedieron. Y en ese recorrido va reconstruyendo el cuerpo colectivo, porque a ese cuerpo mutilado le van renaciendo los miembros cortados. Ese recorrido que ella hace, andando las cronologías de los demás, no es otra cosa que un ejercicio de memoria histórica.

R: “Por esos días se me hizo claro que el cuerpo tiende a decantarse hacia las cuencas de las manos por encima de otros órganos.” “Pienso en las formas en las que el cuerpo se precipita entre los dóciles contrapesos de la piel, en cómo el desfase es precisamente lo que nos posiciona en el mundo; en que solo reconocemos nuestra humanidad en la vecindad animal de nuestros gestos excitados…” y “… Ahí estuve esperando que la naturaleza nos terminara de aplastar con toda la mudez de su peso.” Es hermoso el modo en que abordas la corporalidad, la animalidad y la naturaleza como elementos en bruto. Hay una compenetración muy viva entre tus personajes y el mundo que los rodea. El cuerpo inevitablemente se vuelve un mediador entre el yo y el exterior, que este caso se corresponde con la naturaleza circundante. Pero aquí hay más que mediación: el cuerpo, recipiente de la memoria, parece incluso canalizar la naturaleza. El cuerpo es, también, la naturaleza; es también el territorio. ¿Nos puedes hablar más de esto? 

V: Me interesan las novelas que están llenas de anatomías líquidas, aquellas en donde el paisaje ingresa por entre el ombligo vegetal de los personajes. Pienso siempre en esta frase de Barry López: “Cuando viajo, lucho por conocer la tierra como si fuera una persona. Reunirme con ella como si fuera tan profunda en su significado como la personalidad humana. Espero que hable. Y espero.” Creo que esto resume bien cómo opera el paisaje en esta novela, al que le adjudicamos una psiquis humana. Dentro de esta cartografía existe la idea de que todos los elementos de la naturaleza están confabulados: el viento, los animales, los ríos, actúan como movidos por una sola voluntad. 

R: En esta misma línea, presentas la novela escribiendo que “la literatura, pienso, está en el acto de restituirles vitalidad a los miembros cortados, y en contar las historias de los cuerpos que persisten en recordar las partes mutiladas y sus fantasmas.” La literatura como herramienta de restitución o restauración o justicia. Esto me parece muy bello y acorde a lo que sucede en sitios arrasados por la violencia –pienso, por ejemplo, en la obra de Svetlana Alexiévich–. Uno de esos sitios es nuestro continente…

V: La novela termina con una mujer que se incinera, en un acto de anarquía absoluta, de agencia y de soberanía propia. Igual que como sucedió con Mohamed Boauzizi en Tunisia, hecho que propagó la Primavera Árabe; o como ocurrió con Sebastián Acevedo, en Chile, que se prendió fuego en la Plaza de la Independencia de Santiago para reclamar por la desaparición de sus hijos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet. Al consumirse entre el fuego, la mujer se compara con la combustión del papel, que es donde los seres humanos vertimos el relato escrito, precisamente porque lo único que tenemos es eso: un lugar de enunciación, un relato, una historia que, al contarla, nos restituye.

R: Has hablado de lo latinoamericano, de que estos desastres naturales que forman parte de la novela y la falta de políticas públicas o cuidados por parte del estado hacia aquellos más vulnerables ante su impacto es algo muy nuestro. Estoy de acuerdo y me parece que tu novela podría concebirse en múltiples lugares de Latinoamérica, que tiene, sin dejar de lado sus particularidades, un carácter reconocible para nosotrxs, sus habitantes. Hace unos días leí un poema de George Oppen que dice: “Mother Nature! Because we find the others / Deserted like ourselves and therefore brothers” (escrito en el Reino Unido de la posguerra) y hay algo de eso. Yo al comenzar la novela pensé enseguida en Temporada de huracanes de Fernanda Melchor y en otras novelas de autoras latinoamericanas que hablan de violencias estructurales. Todo este preámbulo es para preguntarte: ¿Te sientes parte de una genealogía latinoamericana en cuanto a la literatura? O quizás, ¿con qué literaturas te sientes emparentada?

V: Me encanta la idea de la novela americana. De Zama a Temporada de Huracanes, hay una apuesta por la construcción del enorme edificio de la lengua.

R: Para finalizar, quería preguntarte si estás pensando en futuros proyectos de escritura, y si es así, si nos podrías adelantar algo. Me encantaría seguir leyéndote.

V: He venido descubriendo que mi apuesta está en pensar lo no humano como dispositivo para restaurar la humanidad de los cuerpos que se vuelven ilegibles para los estados latinoamericanos, construidos sobre el nefasto legado colonial. El asedio animal explora la animalidad como símbolo político de lo salvaje y lo excluido. En la novela que escribo – o intento escribir – abordo la mineralidad. Ojalá me alcance el tiempo para escribir también sobre los asedios vegetales y los de los hongos.

Ficha técnica:

El asedio animal de Vanessa Londoño

Editado por Eterna Cadencia (2022)

ISBN: 9789877122619

PVP: 16.000

96 pp.

Deja un comentario

Previous Post
Next Post