Terremoto blanco: la universalidad espeluznante

Cristofer Vargas Cayul

Me tomé diez días para leer los diez cuentos que conforman Terremoto Blanco (Alquimia, 2022), primera publicación de Natacha Oyarzún Cartagena (Punta Arenas, 1993), cuya lectura exige reposo, ya que los cuentos de alguna forma no acaban al cerrar el libro, sino que las situaciones e imágenes quedan presentes en forma de consternación, espanto e impotencia. La gran mayoría deja una huella emocional dentro y fuera. Sin embargo, esta necesidad de reposo contrasta con la ejecución transparente y rápida de la trama como efecto que acompaña al remezón emocional, lo que resulta en una lectura ágil, entretenida, y es que siempre están pasando cosas. 

En Terremoto Blanco pronto interviene lo extraño, lo que Mark Fisher (2016) más específicamente reconoce como lo espeluznante, aquello que está “intrínsecamente ligado a lo exterior, entendido de un modo netamente empírico, o bien en un sentido abstracto más trascendental”. En este sentido, en lo espeluznante existe una fascinación por el afuera, aquello “que está más allá de la percepción, la cognición y la experiencia corriente”. Fisher propone que lo espeluznante está ligado a la naturaleza de lo que provocó la acción ¿Qué tuvo que suceder para causar aquellas ruinas, aquella desaparición?” (Fisher, 2016). Por ejemplo: “Los ojos ciegos de los muertos, los ojos ídos de los anémicos provocan una sensación espeluznante, del mismo modo que un pueblo abandonado o un círculo de rocas” (Fisher, 2016). 

En este caso, el sobresalto está relacionado con la exterioridad de orden emocional que deja Terremoto blanco, y por otro lado, las voces y perspectivas narrativas entregan el componente empírico de lo espeluznante, ya que, quienes narran son animales agónicos, adolescentes que cruzan vidas con marinos rusos mercantes, o cadáveres a la orilla de la playa que remontan también al acto de nigromancia que lleva a cabo Bombal en la Amortajada. Cada giro nos lleva a otra situación y los cuentos son eso, el devenir de personajes por una vida común cruzados por el paisaje del sur austral que se muestra con lucidez en las acciones y descripciones. 

En este sentido, el entorno es un elemento que destaca, ya que atraviesa a las y los personajes que Oyarzún construye. Pinos, tormenta de nieve, esteros y el mar.  “El mar estaba quieto y el sonido residual de las olas invadió el auto. Fue como un ruido blanco que se suspendió durante varios minutos en la cabeza” (en Camino a la fiesta, p.30).  O la presencia del entorno en Última esperanza, que hace pensar en la naturaleza abierta de Quiroga, el viento, el bosque, las derivas de personas en la nieve como extensiones del peligro.  Estas últimas escenas son casi ensoñaciones, mucho del texto se construye en lo atmosférico. La mirada y el paisaje, en este caso, están del lado de la autora.  

“La mañana del entierro caía nieve. Todo estaba blanco excepto por el nicho que cavó mi papá. Tomados de las manos, esperamos a que la tierra y más tarde la nevasca lo cubrieran” (en Terremoto blanco, p.29)

Uno de mis favoritos fue Camino a la fiesta, texto que da luces del escalofrío y el manejo que logra la autora en este cuento de giros que alcanzan lo sobrenatural, pero que, a la vez, remiten a situaciones profundamente humanas. En Terremoto blanco, las presencias se tornan reales porque metaforizan relaciones o ideas que ya no tienen vuelta por el desgaste. 

“De un momento a otro el pentagrama se detuvo. Solo quedó el ruido de la tormenta y el que hacía Raúl al palear la nieve. Sentí deseos de caminar. Hundí la colilla en el cenicero y, movida por un impulso extraño, volví a salir”. (en Terremoto blanco, p.29)

Testimonio de un perro envenenado es otro cuento que lleva a la consternación. El final irónico de este texto es impactante, visual y grotesco. Pero al mismo tiempo abre eso externo que deja una rabia frustrada contra la impunidad. Ahí recae el giro, lo que angustia es la frustración y la forma precipitada en que todo llega a un fin y nada cambia. Es difícil no empatizar con los personajes de Terremoto Blanco. Los cuentos de Oyarzún sobrecogen porque como lectores nos quedamos con la sensación de que siempre existirá la posibilidad de ser en quienes recaiga el odio del mundo. 

En conclusión, el terremoto remueve. La autora logra un tipo de universalidad cotidiana deformada, ya que esta se da en las acciones de los personajes, sus contradicciones, en su relación con los otros y el paisaje, es decir, en el orden de las experiencias comunes, pero que de un momento a otro se trastocan y enrarecen. Como escribió Fisher: “La perspectiva de lo espeluznante nos puede dar acceso a las fuerzas que rigen la realidad mundana, pero que suelen estar escondidas, del mismo modo que nos puede abrir la puerta de espacios que están más allá de la realidad mundana” (Fisher, 2016). Ese es el movimiento presente en los cuentos de Oyarzún, una ejecución clara del cuento como historia doble, triple:  

“Mi cuerpo amaneció a orillas del Estrecho. En la mano una gaviota, sobre los ojos un huiro. No siento mis zapatos, definitivamente los perdí en el agua, bajo la corriente que me heló el corazón y más tarde me empujó de vuelta” (en Este fragmento de playa, p.19)

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