Los monstruos aguardan en lugares comunes y corrientes
Alcides Castro
Un clavo para sacar los chicles de las mesas (Viuda Negra ediciones, 2022) es la segunda parte del proyecto Trípticos de Christopher Rosales, precedida por Consejos para limpiar la sangre del colchón (Viuda Negra ediciones, 2021). En esta segunda entrega, Rosales nos sumerge en tres cuentos emplazados en un contexto escolar. No estamos aquí frente a relatos que muestren el lado amable de la experiencia educativa, sino en historias que están marcadas por la violencia y la brutalidad. En realidad, estos apelativos calzan bien con el primer y el tercer cuento, siendo el segundo, Examen (diálogo con Hebe Uhart), una especie de descanso, una meseta en la que el lector podrá sobreponerse del horror de la violencia sin sentido del primer cuento y, así, poder enfrentarse con la brutalidad del último.
“La opéra del guatón Danny y la chica Mery” abre el libro con una historia de amor e infidelidad anclada en un colegio municipal de Villa Francia. Rosales le da la voz de la historia a un testigo, quien habla en una jerga que podríamos denominar coa o de la calle si no tuviera también en ciertos momentos una forma de expresarse enrevesada que se aleja del habla cotidiana como, por ejemplo: “Así es esta vida perra, llena de mentiras, de la maraca, hermano de la perra, ¿sí o no? No hay crepúsculo que las adorne ni noche tan oscura que sepa donde fondearlas” (p. 18). Otro rasgo importante del libro es la visión profundamente desesperanzadora que este nos entrega: no hay posibilidad para el amor en este cuento, tampoco para lo que los defensores del modelo llaman movilidad social. Danny tiene un don para cantar ópera, se lo ofrecen, pero no hay posibilidad de que eso suceda, son dos mundos diametralmente opuestos que no pueden tocarse, menos fundirse:
“No asistió a la presentación de los cantantes líricos. Le daba lo mismo, jamás consideró la oferta. A las finales yo me quedé con la tarjeta, total el guatón la hubiese botado igual o, en el mejor de los casos, la hubiera usa opa pegarse unos saques. Sus guatonas con moño, su asaito al vidrio, ¿sí o no?” (p. 22).
Todo lo que hay es la violencia y la cruda realidad de quienes habitan estos espacios.
“La Francialba no es un buen sitio pa entregar el corazón a nadie ni a nada. Oprime el tuyo, bróder, si te place sobrevivir o por lo menos no hacer el puto ridículo, oprímelo, comprímelo, exprímelo, mi guacho perro, hasta que tus músculos estén más duros que el mismísimo guatón Danny el día de su descenso al infierno” (p. 21).
Como mencioné antes, el segundo relato es un respiro. Del desenlace terrible del guatón Danny con la canción de Ráfaga accedemos a un espacio escolar más sosegado, donde la problemática ya no es la violencia desgarradora, sino un asunto académico. En este nuevo registro, aflora una de las características más notables de Rosales, su habilidad para crear narradores tan distintos entre sí. Mientras en el primer cuento teníamos a un joven chileno que se pegaba pastazos a la vez que nos contaba la historia, en “Examen (diálogo con Hebe Uhart)” el narrador es un estudiante argentino. El autor se hace cargo de construir el léxico y la sintaxis que esta decisión conlleva. Cito a continuación un ejemplo de la forma en que el autor trabaja con su narrador argentinizado:
“Qué boludez todo esto, qué martirio. Llego a la puerta. La contemplo. Es alta, gris pálida, deslavada. Está entreabierta. La empujo con cuidado, como si me preocupara hacerla sonar mucho, despertar a alguien, llamar la atención de un monstruo, como si el más mínimo ruido pudiese hacer que mis evaluadores se volviesen aún más severos y monstruosos de lo que sin duda eran. Ponele” (p. 43).
Esta arriesgada apuesta, que podría fácilmente caer en un narrador impostado y poco natural, funciona, el narrador es sorprendentemente creíble. Más allá de esto, el cuento trata de un estudiante que va a dar una prueba de filosofía por tercera vez, enfrentando a una profesora que él juzga como una “vieja chota”. Esta vieja chota es nombrada como Lene en el cuento, aunque el título del relato parece sugerir la posibilidad de que se trate de una transfiguración de la fallecida escritora argentina (y profesora de filosofía) Hebe Uhart.
“Apuntes para escribir una novela sobre masacres escolares” cierra el tríptico con una búsqueda de innovación formal que no había aparecido hasta este momento. El relato está precedido por una “tabla de personajes” como si se tratara de una obra de teatro. Además, está dividido en secciones (¿capítulos?) que corresponden a letras del abecedario, de la A a la Z. A su vez, cada párrafo del texto está numerada, llegando hasta el 918, número que veremos no es aleatorio.
Pero ¿de qué va “Apuntes para…”? Como su título lo indica es un cuento (¿es un cuento?) acerca de las masacres escolares que tan asociadas tenemos a la cultura gringa. El autor parece ponerse en el caso de cómo sería una de estas masacres en el contexto chileno. Así, tenemos a Jim (que en realidad se llama Kevin), un adolescente al que sus compañeros de curso le hacen bullying constante y brutalmente, obsesionado con Jim Jones, el predicador líder de la célebre secta El templo del pueblo que terminó en el suicido masivo (y forzado) de 917 de sus miembros, 918 si lo consideramos a él. ¿Vieron que el número no era aleatorio?
Hay, en este último relato, una gran importancia de los elementos de la cultura pop. Jim Jones Jr. se obsesiona con el Jim Jones original gracias a un documental que ve en la madrugada en el History Channel, tiene un blog donde escribe fanfics violentos y teorías conspiranoicas como la del capítulo perdido de Bob Esponja. Jim también es un adolescente que disfruta del animé (su película favorita es Akira) y de los videojuegos, es fan de la lucha libre y, obviamente para quién esté familiarizado con el wrestling, de Chris Benoit. También hay inserciones en el texto de elementos que recuerdan a las masacres escolares, como son la cita de la canción Bodies: “Let the bodies hit the floor”, o la mención a Pumped Up Kicks de Foster The People.
Otra característica que destaca en este último relato es la no linealidad. En la violencia y la preparación de los asesinatos se entrecruzan los tiempos y las narraciones. En un momento estamos asistiendo a la masacre de Jim Jones Jr. y en el siguiente apartado se nos cuenta acerca del Jim Jones original, en un momento se nos hace un “inventario de Miriam Morales Colliao, la madre” y luego volvemos al momento en el que Jim Jr. termina de ver el documental que lo trastorna. El tiempo, al igual que Jim Jr. está trastocado, descolocado.
“Apuntes para…” nos muestra el sinsentido que hay detrás de la violencia extrema. Como la película Elephant de Gus Van Sant, vemos desde dentro, en el sitio mismo de la violencia más extrema que incluso en un acto así se cuela lo ridículo y lo insospechadamente banal: “177. Finalmente sentencia: «vivir tampoco lo es». / 178. Había practicado numerosas frases para decirle a sus víctimas. Algunas provenían de películas. Otras de proverbia.com” (p. 77).
Con Un clavo para sacar los chicles de las mesas, Christopher Rosales hace que nos adentremos a un mundo (terriblemente parecido al nuestro) en el que la brutalidad está luchando por aparecer y desatarse en cualquier momento, como una bomba a punto de detonarse. Aquí la violencia no es un hecho puntual ni de aparición espontanea, sino que forma parte de la vida cotidiana de las personas, vive en los sujetos. Un mundo en el cual cualquier final feliz no solo es imposible, sino incluso inimaginable.
“381. Los monstruos siempre aguardan en silencio en lugares comunes y corrientes” (p. 99).


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