Los rumores de Babel de Yvon Le Men: canto, palabra y corazón
María Elena Blanco
Los rumores de Babel fue publicado por el poeta francés Yvon Le Men, nacido en Tréguier, en la Bretaña francesa, en 1953, autor de más de treinta títulos. Galardonado con el Premio Théophile Gautier de la Academia Francesa en 2012 y el Premio Goncourt de Poesía por el conjunto de su obra en 2019. Esta publicación de Libros del Pez Espiral, con traducción de Pablo Fante, es la primera edición de su obra en castellano.
En Los rumores de Babel, largo poema coral, Yvon Le Men se hace eco de las voces de los habitantes del conjunto de viviendas sociales de Maurepas, en la ciudad de Rennes: uno de los típicos recintos habitacionales de torres y bloques masivos para personas de bajos ingresos que surgieron en Francia durante los años 60. Allí, en ese mismo barrio, pero en pleno siglo XXI, tras décadas de deterioro y pauperización, se instaló de forma voluntaria y comprometida Yvon Le Men durante tres meses: una residencia poética que resultó ser una experiencia vital con consecuencias personales y políticas, tanto para el autor como para la comunidad. Comentaré a continuación algunos aspectos salientes de esta obra.
La voz altisonante —por así decirlo— en este libro es el ruido: el ruido ambiente y constante que impide a las personas dormir, pensar, comunicarse sin trabas: vivir. Gracias a la acción poética itinerante y proactiva realizada por Yvon Le Men en esa comunidad, reflejada en esta obra, la situación insostenible que imperaba allí se difundió en los medios, lo que a su vez dio lugar a la mejora del aislamiento sonoro de las nuevas viviendas sociales y a la promulgación de legislación conexa.
Le Men despliega aquí una auténtica poesía en acción que se aproxima al intento de tantos poetas que en épocas y contextos diferentes han aspirado a «cambiar la vida» o transformar el mundo a través de la poesía (recordemos a Rimbaud y los surrealistas): consignas de protesta cívica o crítica cultural que posteriormente han abrazado desde las vanguardias europeas hasta, en nuestro continente, los poetas Beat, la Nueva Trova y el movimiento afroamericano hip hop que da inicio al estilo rap de vocalización rítmica rimada con incorporación de la jerga local, entre otros.
Los rumores de Babel: el título lo dice. Estamos en medio de la cacofonía de una suburbe dentro de una gran urbe, poblada por personas de origen, hábitos y cultos diversos, pero unidas por un denominador común de precariedad socioeconómica dada su condición de inmigrantes, cesantes, ex reclusos, drogadictos, ancianos, personas con discapacidad o sin domicilio fijo: un entorno en que el ruido produce incomunicación, ansiedad, miedo, violencia. Un sobresalto constante que puede derivar en salto mortal, un sobrevivir «entre» y no en, o con, o para.
Durante su estadía en Maurepas, este poeta peripatético que, cual trovador medieval, recorre los senderos entre las distintas torres recabando noticias y llevando su mensaje poético solidario a las gentes de esa comunidad, aspira a escribir una poesía que obre una suerte de alquimia entre el ruido y la calma, mediante la transmutación del ruido en un canto que a su vez deje una estela de silencio reparador en un espacio más abierto, «entre el cielo y la tierra»: en ese habitar poético en que Hölderlin sitúa la posibilidad del ser humano de medirse dignamente con la divinidad y hallar su lugar en el mundo.
En cambio, en Maurepas, el poeta-reportero, el poeta-testigo, el poeta-de-paso al internarse inicialmente en el universo a la vez diverso y enclaustrado de las torres, se siente un extranjero entre extranjeros. Los habitantes, dice, «se cruzan conmigo», pero «viven entre ellos». Hay un entre mayor —un abismo— que separa ese efímero cruce y la diaria vivencia comunitaria. La palabra poética en un principio no alcanza a tocar a esos vecinos, debe aún convertirse en convivencia efectiva, en intercambio afectivo, en canto solidario.
CANTO
La palabra poética es resonancia, canto; el ruido es golpe, violencia, es como «vivir / sobrevivir / bajo la piel de un tambor» (pág. 69). Así pues, Le Men concebirá este libro como «un poema continuo, que marca el compás como una vibración que nos conecta los unos a los otros». Es decir, el poema, ese canto, y el silencio resultante, no tienen por objeto separar sino unir a los vecinos en una cohabitación y una comunicación verdaderamente humanas. Pero antes de que el canto opere su magia, la integración solo se da ante una pantalla que convoca a todos los colores: blancos, pálidos, morenos, negros, muy negros, boinas verdes, bufandas rosa, pelo gris: «Por esta vez [es decir, frente a la tele] / todos juntos / todos juntos / sí / a pesar de los colores / de sus banderas de nacimiento» (págs. 44-45). Habrá que suscitar esa vibración deseada.
El compás vibrante y conectador al que tiende Le Men suele alternar entre un ritmo tentativo, de observación y reflexión, y un ritmo sincopado que por momentos va in crescendo cuando el poeta itinerante entabla un diálogo fogoso o se exaspera ante la indiferencia o la incomprensión. Pero siempre la marcha (del poeta) y la progresión (del poema) fluyen a un ritmo consciente y comunicante. Los encuentros se suceden de forma continua en ese caminar atento, o bien después, a modo de acercamientos puntuales, en el café: por ahí pasan el vecino contiguo, las dueñas de mascotas, las parejas, los chicos con las radios, los que hablan solos, las señoras de bolsa, las copuchentas, las noticiosas, los drogadictos, los traficantes, el homicida arrepentido. Al son de ese compás sincopado, el poeta logra los momentos de mayor elaboración poética del libro mediante el uso de figuras retóricas, como la rima consonante y asonante, la aliteración, la repetición, el quiasmo o retruécano, y de variantes lexicales de cercanía semántica y fónica, acercándose a un ritmo de rap que enlaza con el pulso de fondo de los raperos locales.
PALABRA
El ruido bueno deberá generar la escucha productiva. Se tratará de «juntar palabras» y hacer brotar «un poema involuntario», nos dice Yvon Le Men citando al poeta Paul Éluard (pág. 48), mediante una especie de trueque amoroso de creatividad. Para el poeta Le Men, ese trueque será el de lana por palabras: «usted me escribe un poema / y yo le hago una bufanda» (p. 47). Pero el poeta lleva el desafío a un nivel superior: «de acuerdo / y salgo ganando / salvo si mi poema / es su poema». A partir de esta clase de intercambio en el que no solo se trastoca el valor de cambio por un valor de uso, sino que además se dona un saber: leer o escribir o componer un poema, el poeta ofrecerá reuniones de lectura y talleres de escritura en el marco de las asociaciones comunitarias locales, en los que los habitantes, siguiendo el valiente ejemplo de Pascal, el ex recluso, que fue homicida y potencial suicida, se iniciarán a la palabra poética. Y a una nueva comunicación por la poesía.
CORAZÓN
He leído recientemente (en Fabula – La recherche en littérature, 29 de marzo de 2021) que Paul Éluard, en otro texto, reformuló una frase del Spleen de Paris de Baudelaire de la forma siguiente: «El poeta goza de un incomparable privilegio: el de poder ser al mismo tiempo [en vez de a su antojo, como escribió Baudelaire] él mismo y otro». Con este giro, Éluard quería destacar la convergencia afectiva del poeta con sus semejantes, basada en el ritmo común del corazón, que según él es un ritmo universal, lo que redunda en una poesía centrada en el afecto, la solidaridad y la no violencia. Por su parte, el poeta Yvon Le Men, en Los rumores de Babel, declara una convicción afín: «escribo este poema / como para decirles / decir / decir / y volver a decir / para evitar el cuerpo a cuerpo / prefiriendo el corazón a corazón» (págs. 103-104).
Frente al mundo insensibilizado por el imperio de la técnica y la propaganda comercial, amenazado por debacles económicas y ecológicas, transido por guerras y crisis migratorias de consecuencias incalculables, todo ello resultante del «sueño de la razón» (que, como lo plasmó Goya, «produce monstruos»), Le Men podría también tener in petto la máxima de Pascal que, expresada en sentido inverso, previene contra la misma falta de armonía («el corazón tiene sus razones, que la razón desconoce») y apela a tomar conciencia y a vivir —interactuar, hablar, poetizar— en función del mínimo común denominador humano que podría mantener la justa medida: nuestra precaria condición existencial y su corolario, el amor y el cuidado, de sí, del prójimo y de nuestro entorno común.
Hay mucho más que decir sobre este libro de Yvon Le Men, pero habrán de ser sus propios lectores quienes descubran incontables aspectos de esta singularísima obra que sin duda interpelarán tanto a su razón como a su corazón.


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