Adelanto
Martín Sepúlveda Braithwaite
Fátima, de Los perros perdidos
Cuando era chica mi papá me pegaba. Me sacaba la mierda y después se tiraba a mi mamá en la cocina. A ella le gustaba, le daba risa, le calentaba. A él lo mataron, lo apuñalaron cerca de la casa. No me dio pena. Los carabineros del barrio no le hicieron nada al que lo mató, pero sí hicieron harto por nosotras. Me cuidaban, me conversaban a veces, y a mí me miraban cuando iba a comprar al almacén.
Cuando salí del colegio ni lo pensé, me fui derechito a la academia para andar de uniforme. No quedé. Me encontraron muy gorda, me encontraron muy lenta, me encontraron tonta. Me puse a trabajar en un colegio, el mismo al que fui yo, y ahí quedé. Fátima, la gorda del aseo. Fátima, la hija del hueón que mataron en la esquina. Fátima, la que llega a su casa a ver el 133 y se masturba con las manos pasadas a cloro.
Tengo un uniforme verde en la casa que saqué del colegio. Hicieron una obra y quedó tirado, así que me lo traje. En la noche lo uso. Veo la tele, las noticias, y después me lo pongo. No sé bien lo que pasa cuando lo tengo puesto. O sea, sé lo que hago, pero no entiendo bien cómo. A veces creo entender por qué. A veces siento que algunas de las cosas malas que pasan en el mundo se arreglan si es que alguien recibe el castigo.
Mi mamá no es mejor que los hueones que salen en la tele, los que andan robando y matando. Todos le tienen pena ahora porque quedó en silla de ruedas y no puede hacer nada, pero yo sé quién es, las cosas que ha hecho y lo que piensa. Así que cuando me pongo ese uniforme, cuando la castigo pensando en los maricones que salen en las noticias y en los pendejos que me gritan “guatona culiá”, yo sé que no es una inocente la que se está llevando todo eso.
«Fátima” forma parte del libro Los perros perdidos del escritor Martín Sepúlveda Braithwaite y publicado este mes por la editorial Santiago-Ander.


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