«No soy ajena a la autoficción, todo lo que escribo está teñido de mi propia vida»: Entrevista a Sofía Troncoso

Cristian Salgado Poehlmann

Funerales cuenta la historia de Agustina, una joven outsider que padece trastornos emocionales producto de diversas experiencias traumáticas con la muerte. Vive de manera hosca y sola, haciendo traducciones en un departamento que preferiría no abandonar y sin recibir jamás a nadie. Su obstinación: ya nunca más pensar siquiera en ese mundo de afuera, que la pulverizó.

Escrita a modo de monólogo, y luego de que la protagonista vaya paulatinamente reincorporando a su memoria acontecimientos que había optado por clausurar, la novela aborda el viaje interior de Agustina por renunciar a esta marginalidad y, tal vez, retornar al mundo concreto, con la ayuda de lo único vivo que es capaz de volver a anclarla a la sociedad: sus hermanos, quienes la visitan con el propósito de sacarla a flote.

 El debut literario de Sofía Troncoso (Santiago, 1997) aborda aquellos velos oscuros que acontecen dentro de la experiencia familiar. Y es que de tanto rechazarlos, nos terminan vulnerando por completo. La contraparte consiste en reconocernos en ellos para así volver a encontrar algún tipo de luz. 

Cuéntame la historia tras Funerales.

La novela empezó como una repetición: no voy al funeral, no voy al funeral, no voy al funeral. Y luego siguió como una idea un poco obsesiva: no paraba de pensar en que había algo más que quería decir. Escribí súper rápido, en un plazo de tiempo muy corto, como si hubiese querido salir de ese estado lo antes posible, porque si no me iba a tragar. Y finalmente, cuando me escupió de vuelta a la realidad, fue un alivio. Había estado escribiendo como si se me fuese a acabar el tiempo. No solamente porque había salido de ese estado de intensidad emocional, sino porque había dicho exactamente lo que quería decir. Entrelazando la vida personal, las ajenas y un ritmo muy definido, logré encontrar un camino que me gustaba. Luego la envié al Bolaño; después, casi simultáneamente, a la editorial que me acogió, y entonces la olvidé por completo. Suena muy anticlimático. Y quizá sí lo es, pero esta historia tenía su vida propia y decisiones que se escapaban de mi poder. Al final, Funerales encontró su propio camino.

¿Algo parecido a la escritura automática?

Sí, totalmente. Fue casi como un trance. No paré de escribir hasta que pude intuir que la historia llegaba a su final. La novela no tuvo un final o un desarrollo elegidos y decididos a consciencia: una sensación un tanto más oculta me guio al momento de tomar decisiones.

El resultado es oscuro. ¿Por qué abordar el trauma, el horror y la muerte?

Siempre pienso que yo no fui la que decidió narrar sobre esto, sino que la novela me eligió a mí. Hay una carga generacional, una cantidad de experiencias ineludibles y una cierta responsabilidad mía que me llevaron a esto, pero Funerales surgió de algo más allá, algo que pedía ser escuchado. Realmente no tuve más opción que escuchar ese clamor.

¿Y ese clamor de dónde vino?

La pérdida y el luto son temas usualmente delicados y, para mí, lo son especialmente debido a la experiencia. En mí llevo tantas pérdidas, tantos lutos, tantas despedidas y, sobre todo, tanta responsabilidad de llevarlos correctamente. De alguna forma me sentí responsable de estos temas, como si de mí dependiera todo. Sin embargo, uno no puede guardarse las cosas por siempre, uno no puede llevar todos los fantasmas encima por mucho tiempo y esa necesidad de contarlo surgió precisamente de allí. Entonces escribir resultó un poco terapéutico, tanto para mí como para quienes me podían leer. Me he encontrado con varias sorpresas y testimonios. Nuevamente hay un sentido de responsabilidad allí, pero es distinto. Ya conté mi parte, mi herida, mi razón de crear esta novela en este preciso momento. Ahora queda que los demás puedan ver lo que han reprimido. Soy una suerte de sanadora herida, como el mito griego, pero tomo ese rol con honor. Porque uno no supera la herida, uno crece alrededor de ella.

Lees bastante en inglés. ¿De qué forma se permea esta lengua en tu forma de escribir?

He pensado harto en esto. Mi mente alterna mucho entre lenguas. Se nota a ratos en la forma en que ordeno las frases, porque intercambio el orden natural del español. A veces está en la búsqueda de palabras. A veces aparece cuando necesito encontrar una palabra precisa y al final encuentro algo nada que ver, pero que funciona. De alguna forma u otra, termino en preciosos lugares lingüísticos en los que no pensaba situarme.

Invocas de alguna forma al azar, a la fortuna.

Se podría decir que me abro a las nuevas posibilidades del lenguaje. Llegan, la mayoría, por esta conexión que hago entre las dos lenguas, porque para mí realmente son una. A ratos pienso en inglés, a ratos en español, y es tan intercambiable como lúdico. Disfruto mucho situarme en el medio. Adonde llego con este punto medio es accidental y azaroso, pero también nace de mi propia construcción o estructura mental. Tengo una base bilingüe fuerte, pero lo que decido hacer con ella o lo que surge gracias a ella son asuntos distintos. No necesariamente tengo todo el control.

Por la voz narrativa, su focalización y la utilización de los espacios, Funerales podría perfectamente ser adaptada al subgénero del monólogo dramático. ¿Cuál es tu relación con la dramaturgia y el teatro?

Me comentaron exactamente lo mismo hace un par de días y, la verdad, no había pensado esta historia sobre un escenario. Sin embargo, la idea se alojó en mi mente. Porque el teatro es uno de esos lugares un poco inexplorados por mí y que me gusta mucho. De niña era muy teatral, me gustaba actuar. Las primeras obras que vi con atención, y que recuerdo con cariño, fueron La viuda de Apablaza (con la actuación de Catalina Saavedra, que fue un lujo), El cepillo de dientes, El padre, entre varias más, y dejaron en mí cierta inquietud que se fue resolviendo con los años. Antes de eso no sabía todo lo que se podía lograr en un escenario. Con este comentario en mente, se instaló un ansia por pensar las cosas en un formato distinto al que estaba acostumbrada. Intentar formatos híbridos. Salir de lo preestablecido, como también ha sido mostrar aquello de lo que no se habla, incomodarme. El teatro tiene mucho de eso. No diría que influye tanto en Funerales, pero tal vez esas cosas, una vez que llegan, nunca se van del todo. Quisiera ver cómo se desarrolla más adelante.

¿De qué tipo es esa inquietud a la que aludes y cómo la resolviste?

Cuando verdaderamente me encontré con el teatro, me pareció que todo lo que había leído se quedaba muy atrás frente a la puesta en escena. Ahí surgió esta inquietud, a ratos impaciente, por saber lo que se podía lograr en el escenario. Una mezcla luminosa entre las actuaciones, la intensidad de los personajes, lo mucho que se podía hacer en pocos espacios (que, definitivamente, pasó a ser parte de mi novela), la sensación de estar inmersa en algo con total atención; todo eso aparecía y lo quería quería descubrir. Durante ese tiempo varias obras de las que vi respondían a esa inquietud, mientras otras hacían más preguntas. No sabría decir si ha sido resuelta totalmente o si quiero que eso suceda. Por una parte, se calmó al empaparme de experiencias, pero esto, a su vez, es algo inabarcable en su totalidad. Y me gusta dejarme sorprender.

Considerando su epígrafe –“Cuando mis ruegos a Dios no/ fueron escuchados/ Tomé un lápiz y escribí mi/ propia redención”–, ¿qué tanto de autoficción tiene Funerales? Autoras muy en boga en la actualidad utilizan este método: Ernaux, Nothomb, Berlin, De Vigan, por nombrar algunas. La experiencia femenina como asunto universal.

Es un padecer universal y personal, y la novela se encuentra exactamente en el medio. No soy ajena a la autoficción. Todo lo que escribo está teñido de mi propia vida. Hay un factor importante sobre esto: elegir lo que se cuenta acerca de la propia historia. Volver a armar narrativas. Es algo con lo que juego en Funerales. Asimismo, creo que las mejores historias vienen de esas carencias personales, de la introspección, de lo que no se habla, o de lo que se elige no hablar. Aquello oculto que sale a la luz. La autoficción en mi caso se encarga de eso. 

Agustina traduce libros infantiles. Hay una parte en la novela, que justamente tiene que ver con este asunto, que me llamó poderosamente la atención, pues pienso que es, tal vez, el momento de mayor lucidez de la protagonista en todo el volumen: “Hay miradas y formas de pensar nuevas y diferentes. Sería irresponsable de mi parte no darles a los niños que leen mis traducciones la oportunidad de explorar las diferentes visiones del mundo, las distintas sensibilidades y realidades. Lo que se oye, se siente, se palpa. El mundo es un lugar muy distinto a como se piensa. En las traducciones encuentro todo lo que quiero en un mundo. […] Soy la persona que abre fronteras en las mentes de los niños, pero que no puede salir de su departamento. ¿Acaso no hay cierta delicadez en esa idea? Cuando traduzco, comprendo a otros y me comprendo a mí, y lo más importante es que puedo volver a ver las opiniones como diversas. No quiero lo doloroso de una sola realidad”.

Usé la traducción como un sitio de escape para la narradora-protagonista. Necesitaban, tanto ella como la novela, un lugar de alivio, un momento para respirar. Y esta lucidez, que también va apareciendo a medida que la novela avanza, se encuentra cuando ella empieza a comprender otras realidades. Pensé mucho en esta protagonista como alguien que tarda en decantar las cosas, que se toma su tiempo, pero que lo intenta. El lenguaje es uno de esos espacios en que se permiten estos procesos. Y es que esta narradora-protagonista no exterioriza mucho, porque, dentro de la confusión en la que se encuentra, busca replegarse antes que enfrentarse al mundo. El lenguaje aquí es una ruta que lleva a la claridad. Me alegra que Agustina haya encontrado la salida de sus propias sombras a través de esto. Era algo que ella necesitaba.

¿Existe algún funeral al que te hubiera gustado asistir?

No. Ya han sido suficientes.

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