Una calma que se derrite
Reseña a «Islas de Calor» de Malu Furche
Por Emilio Ramón
Cuando el agente especial Dale Cooper llega a Twin Peaks a investigar el asesinato de la joven Laura Palmer, se encuentra con un pueblo apacible, un lugar silencioso rodeado de bosques, donde la tragedia parece algo fuera de lugar. Sin embargo, a medida que la investigación va tomando forma, el pueblo va abriendo sus secretos, primero las infidelidades, las traiciones domésticas, para luego pasar a algo mucho más abstracto y siniestro. En Islas de calor (La Pollera, 2022), el primer libro de Malu Furche, sucede algo similar en cuanto a que sus historias empiezan con una calma aparente que comienza a desquebrajarse (o a derretirse), no a partir de un crimen como en la serie Twin Peaks, sino a partir el calor. Sí, el calor como elemento que desestabiliza la cotidianidad de la ciudad -como la enfermedad en La pestede Albert Camus-, se cuela en los espacios privados, los deforma, los devora, y complejiza las relaciones humanas, las somete a una nueva forma de enfrentarlas, y nos muestra -en un in crescendo dramático que va de la mano con el aumento de la temperatura- esas otras realidades, las infidelidades, las traiciones, la lucha deshumanizada y deshumanizante por la supervivencia. También el crimen.
Islas de calor es un conjunto de cuatro cuentos que funcionan como parte de un todo, como “islas” dentro de un mapa narrativo completo. Es más, existen puntos de unión entre ellos -como el incendio del cerro o algunos personajes- que le dan incluso cierta cercanía al formato novela, aunque estructurada a partir de tramas distintas, como en Una noche en la tierra de Jim Jarmusch, por hacer una analogía con el género cinematográfico, al cual la escritura de Furche se acerca bastante en su visualidad. También podríamos decir que cada relato, sobre todo los dos primeros, por su extensión y por su grado de profundidad, son una pequeña nouvelle.
El hilo conductor de estos cuentos es una ola de calor extremo que azota Santiago y que mantiene a sus habitantes en un toque de queda diurno, en una lucha diaria por el alimento y el agua en medio de una ciudad reseca, donde, como dice la contratapa, “el agua es un tesoro, la sombra una salvación, la noche el nuevo día y el día un espacio prohibido por el toque de queda militar”.
Pero el calor extremo no solo es el hilo conductor entre estos relatos, sino también el detonante de los conflictos que desarrolla cada historia. En el primer cuento, “Vivir así”, es el calor quien provoca el ingreso a la casa de un grupo de personas “de afuera” y que terminan, junto al personaje Pastora, por transformarse en los dueños de la casa y todo lo que antes perteneció a Mónica, en una secuencia que nos recuerda a Los Invasores de Egon Wolff, o más claramente a Viridiana de Luis Buñuel. Un relato brutal, que comienza como un drama con ecos a José Donoso, donde poco a poco nos vamos enterando de la serie de secretos que se ocultan tras los muros y dentro de las habitaciones de la casona que sirve de escenario al relato. Una casona que, al igual que en Coronación y El obsceno pájaro de la noche– ya no es símbolo de protección y de seguridad, sino de incertidumbre, de traición y de abuso. La relación entre Mónica y Pastora, dueña de casa y empleada respectivamente, muestra poco a poco su real dimensión, sus complejidades y secretos, hasta desembocar en un destino inevitablemente fatal, todo mientras arriba quema el sol.
El segundo relato, llamado “La Atacama (o Los que no vuelven)” es aún más intenso que el primero, tanto en la sensación térmica que transmite como en los secretos que se esconden bajo la aparente protección del espacio privado. La Atacama -nombre que nos recuerda la aridez y calor del desierto- es “el único bar del barrio que sigue abierto”, el único que resiste y que recibe a un grupo de personajes que van allí a pasar el rato, quizás porque es lo único que pueden hacer en las condiciones en que están envueltos. Hasta que un día esa cotidianidad se corta de pronto a través de la figura de poder y abuso de un militar: “(el militar) ahora le da al Tincho dos balazos. Uno en el brazo, otro en el estómago. El sonido de los tiros se disuelve en las paredes. El Tincho pestañea rápido, como tratando de entender. Se desploma entre las mesas. Siento la angustia en todo el cuerpo. Nadie dice nada. Pareciera que nos hubiésemos congelado por un instante, pero no”. Luego de este terrible corte a la paz y la convivencia, el relato se sumerge en capaz mucho más siniestras. Y es que La Atacama no es un bar que resistiera solo por los ingresos de sus ventas, sino que esconde secretos que iremos descifrando a partir de las voces de distintos personajes que se hacen cargo de la narración; secretos que acercan este relato polifónico al género del terror y lo sobrenatural, construido como un puzle, o más bien como la criatura de Frankenstein, a retazos, con recuerdos, testimonios, confesiones y puentes con el mundo de los muertos. También podemos señalar que del conjunto de cuentos es el que posee elementos más políticos y alegóricos, algunos más evidentes como el militar cortando con balas la tranquilidad y desatando el dolor, la angustia, la desaparición de cuerpos. Pero esta vez, a diferencia de lo que ocurrió en nuestro país, los cuerpos no necesitan ser lanzados al mar, pues hay otro ser que se alimenta de ellos y que siempre estuvo mucho más cerca de lo que todos pensaban. En esta línea, Malu Furche se acerca innegablemente a escrituras como las de Samanta Schweblin y Mariana Enríquez.
“La Atacama (o los que no vuelven)” funciona perfecto como alegoría de lo peor de nuestra historia reciente, pero a través del motivo del terror. Aquí no hay ninguna escena que provoque “horror” ni revulsión, sino terror en su estado más puro, donde la realidad que pensamos y concebimos se desmorona de un momento a otro, donde los símbolos de protección se vuelven contra nosotros y la división entre la vida y la muerte se desdibuja. Los elementos simbólico-políticos del relato se van mezclando de manera fluida con la estética general del libro, pues el calor es el que provoca el toque de queda y saca a los militares a la calle, y en Chile, los militares en la calle no pueden sino remitirnos a los momentos más negros de nuestra historia y que siempre duele recordar. Todo esto calza con lo señalado por el escritor Stephen King en su ensayo Danza macabra, donde dice que “el cuento de horror, no importa lo primitivo que sea, es alegórico por naturaleza; es simbólico (…) El horror nos llama la atención porque dice, de modo simbólico, cosas que nos daría miedo afirmar a las claras, sin tamizar; nos ofrece la oportunidad de ejercitar emociones que la sociedad exige que tengamos bajo control”.
El tercer relato, “Animales de calor”, nos lleva al exterior de la casa, a la calle, nos pone sobre un taxi en movimiento y nos muestra la ciudad marchita: “El asfalto del piso, los árboles muertos, las fachadas de las casas, todo parece hecho de carbón. Como si en esa parte de la ciudad los rayos del sol hubieran vuelto lo que está a su alcance áspero y opaco. Como si las cosas ya no pudieran ser rojas, amarillas, blancas, solo negro sobre negro, calor sobre calor”. Un relato donde el elemento (el alimento) que permite la supervivencia es brutal, y nos lleva a situarnos en un lugar incómodo, en el que podemos preguntarnos qué estaríamos dispuestos a hacer para sobrevivir en un contexto como el que plantea el cuento. Una vez más, las palabras de King cobran sentido, aunque el elemento terrorífico en este relato funcione en una capa más subterránea (o subconsciente) que en “La Atacama”.
El cuarto y último relato, “La viuda y la virgen”, aborda una temática distinta en apariencia -la religiosidad popular-, pero que construye, a partir de un supuesto “milagro”, una serie de interrogantes acerca de la superstición, la fe, los límites morales de lo que está bien o no. Porque el calor, como elemento que asfixia, desestabiliza y lleva a situaciones límite, deforma todo. En el mundo de Islas de calor los códigos de lo que está bien y lo que está mal son dinamitados, y eso es uno de los aspectos más interesantes de esta obra, que, como Hamlet de Shakespeare, nos presenta personajes humanos, con errores y aciertos, con luces y sombras, que, situados además en un contexto de supervivencia, son capaces de cometer acciones que nos incomodan, pero sin ningún atisbo de discurso moralista ni pedagógico, lo cual se agradece. Furche no nos entrega respuestas ni nos intenta aleccionar, sino que se limita a contarnos historias, y lo hace con un talento refrescante y auspicioso; Islas de calor, a través de sus mujeres protagonistas, nos lleva de la mano a las profundidades de las relaciones humanas, a los espacios más recónditos del humano como ser animal, a las verdades más siniestras escondidas tras los muros de una casa o el sótano de un bar y que el calor, como efecto detonador, nos hace posible verlas y sentirlas en carne propia.
Islas de calor
Malu Furche
2022
138 páginas
Editorial La Pollera
ISBN: 9789566087571
Emilio Ramón. Nació en Santiago en 1984. Es escritor, músico y editor. Ha publicado libros de cuentos, novelas y literatura musical, destacando Noches en la ciudad (2017) editado por Santiago-Ander y reeditado para Argentina por Piloto de Tormenta. En 2020 llega con Disco punk. Veinte postales de una discografía local, en coautoría con Ricardo Vargas. En 2022 publica la novela Los muertos no escriben (Los Perros Románticos) y el libro Ramones en 32 canciones (Santiago-Ander), acerca de la legendaria banda punk rock de Nueva York.


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