«La nostalgia es un motor que ha movido los poemas de Humedad, el ejercicio de estar recordando se vuelve súper amargo»: Entrevista a Silvana González, autora de Humedad

Cristian Salgado Poehlmann

“La tierra no es indulgente, no regala lo mejor de sí a cualquier visitante, y sin embargo reserva una intimidad dulce e individual para cada uno de ellos”, escribió, en 1903, la estadounidense Mary Austin, en La tierra de la poca lluvia. Humedad, libro debut de Silvana González (Limache, 1995), publicado este año por Provincianos Editores, evoca instancias similares. Esta vez, con un patio como telón de fondo, lugar de suma importancia en todo el volumen, pues es allí donde se encuentran las distintas fuerzas, naturales y humanas, por medio de las cuales explicamos toda realidad, pero también es donde existe aquello secreto, antes indefinido y ahora dispuesto a ser revelado: “…la verdad/ que amamos antes de conocer”, en palabras de Teillier. O como dice González: “Una vez allí/ tropiezo/ he olvidado el idioma/ me enfrento al árbol/ no se le sale/ ni por un segundo/ algún sonido/ que entienda”.

El patio como espacio de sincretismo cultural en Humedad: “hoy es enero en la ventana/ no cobija un gomero/ es un plátano oriental/ introducido”, o: “Las balas/ al cuello/ el peuco es el nuevo/ depredador/ el peuco al cuello/ de las aves/ el peuco no existía hace/ quince años/ el peuco existe porque existen/ palomas/ el peuco sobrevuela/ las palomas del abandono”.

Los textos de Humedad están cargados de vigor sonoro y técnico, conformando una poesía de versos descoyuntados, fulgurantes en extrañamientos y contrapuntos, la abundancia de vida y herrumbre. Su importancia reside fundamentalmente en trabajar con un lenguaje que redescubre, subterráneamente y con la dinámica de un cuaderno de notas, la épica e inmensidad de un espacio en el que conviven lo silvestre, lo humano y lo arcano. Un libro que exalta lo que tenemos a un costado y muchas veces ni siquiera advertimos.  

Tu libro está dedicado “Al interior, a mis padres y hermanos”. Cuéntame sobre el concepto de “interior” y su importancia en Humedad.

El interior es el espacio territorial de Quilpué hacia adentro. Es el paisaje en el cual crecí y que se vuelve relevante en la escritura de Humedad por su cambio tras las sequías y gentrificación que vive actualmente. Hay una lejanía con la literatura cuando vienes de pueblo chico; aun así, ese espacio árido en libros me sirvió para observar su antigua humedad de terreno y advertir cómo las especies que lo habitaban se han ido alejando o disminuyendo a falta de esta. 

¿Qué lecturas fueron importantes durante la gestación del libro?

No soy una lectora tan inclinada a la poesía, sin embargo, por ese lado me dediqué a leer a Gloria Gervitz, Ximena Rivera, Elvira Hernández. Como lecturas a las que vuelvo una y otra vez, me acompañaron principalmente John Berger y Henry David Thoreau, especialmente este último, con su tratamiento del paisaje, que ya empezaba a delimitarse y a ponerse en diálogo respecto a sus libertades y cambios. Durante todo el proceso final me acompañé de la lectura de la Biblia: estoy estudiándola hace un tiempo. Además de ser más que un libro para mí, tiene demasiados simbolismos de la naturaleza que me fascinan.

¿En qué sentido la Biblia es más que un libro para ti?

Para mí es un camino a la verdad, no es solamente un objeto de estudio intelectual, sino que la leo con fe. Como dijo Uribe una vez, creo en la resurrección de la carne.

¿Recuerdas el primer texto de poesía que te marcó?

Sin duda una de mis primeras lecturas explorando la imagen en la poesía fue Gonzalo Millán. Me obsesioné bastante con ese concepto y con leerle e intentar comprender sus mecanismos de intimidad al producirla. Esa “arveja muy pequeña, redonda y verde”. Incluso en los poemas de amor clásico tiene ese efecto detallado y limpio. 

¿Qué te pasa hoy al releer a Millán?

Una claridad ante sus procesos de manipulación de los materiales. Quizás por su cercanía a las artes visuales y su comienzo provinciano me hace sentir muy cercana a estos procesos. Entender también ese manejo del suspenso que hay en La ciudad y en unidades dentro de Virus. Este último resonó harto en la pandemia. Parece que sus aciertos no eran meramente poéticos, sino que además estaban hechos para trascender.

¿Cómo lo hiciste para afianzar la confianza en tu escritura y, finalmente, publicar? 

Completé Humedad de a saltos. En su primera parte fueron trozos bien dispersos, con versos que coleteaban hacia un lado. Un día me senté a mirar unos videos que tenía de la universidad. Había grabado unas pozas de cuando aún había temporales. Ese clic en el PC me hizo clic en la cabeza y encontré una guía. Ahí mantuve un trabajo de ordenar y de terminar de escribir lo que sentía que faltase. Por ejemplo, dedicarle sutilmente un poema a cada elemento de esas lluvias, de ese paisaje, etcétera. Es un diagrama bastante sencillo, pero que me ayudó a llegar a una cosa suficientemente armada como para publicar. Cerré el poemario cuando ya había abarcado los elementos que me había delimitado a tocar. 

El trabajo de estilo en Humedad es cuidadísimo. Cada poema plantea una estructura autónoma, diferenciada del resto. No obstante, emergen cruces entre los textos.

Cada poema es una pequeña dedicatoria que pude hacer con lo que tenía para esos espacios. Supongo que cada uno quiere tener su propio impulso, pero son ramas de un mismo árbol. Quise citar elementos de un patio, quizás ese es el cruce más grande que los une de fondo. 

En tu libro el concepto de «humedad» opera como una bisagra. Es el gran facilitador para hacer aparecer lo que nos conviene y lo que no. El agua como sustancia virtuosa, aunque también viciosa. La muerte y la vida, pero no como contraposiciones, sino como partes de un gran y único proceso.

No me gusta romantizar el agua porque sí. El agua puede ser una bendición para quien cultiva y el peor castigo para quien no posee techo sobre su cabeza. Pero es cierto que sea como sea es necesaria para la hidratación de nuestro paisaje, fundamental para la vida. En esos procesos, la lluvia puede arrastrar todo a su paso, como puede ser la gota precisa que le faltaba a una semilla para poder germinar. La ausencia total de lluvia también causa estragos. Parece que no hay medida perfecta, pero mientras esté, nosotros estamos. 

Eres hábil para rematar lapidariamente tus poemas.

Si existe eso, puede estar influenciado por el verso que se lee en la Biblia. El tono del libro sí me parece un poco serio, sentencioso.

En Humedad hay obsesiones. La inevitabilidad del cambio, por ejemplo, a ratos tomada con pesadumbre: “ninguna cosa se asienta de igual forma/ cuando un objeto desaparece” o “Ninguna hoja recortada/ retornará a su figura”.

Cuando la naturaleza es aplastada por un barrio industrial puede tardar muchos años en recuperarse. Lo salvaje siempre toma su parte, pero en tiempo humano, en esa escala, puede no llegar a observarse esa restauración. En el libro hay dos temáticas respecto al cambio, una es lo que le pasa al paisaje de afuera, y otra, lo que deviene al paisaje íntimo. Hay una figura que se esfuma y eso afecta directamente los cambios de un entorno. ¿Quién cuida el huerto del que muere? La mano nunca será la misma. Y esas son cosas a las que aluden esos versos. 

¿Y la nostalgia?

Es un motor que ha movido los poemas de Humedad. El ejercicio de estar recordando se vuelve súper amargo. En ese sentido da pena ver cómo ciertas cosas que tuvimos irán cambiando en respuesta de una necesidad. La planificación de las ciudades es algo nulo, sobre todo en provincias. Entonces el cerrito de toda la vida ahora es un gigante blanco. Mucha gente necesitará ocupar esos departamentos, pero estos están hechos de manera violenta y muchas veces transgreden leyes de arquitectura. En Viña y Valparaíso ha pasado muchas veces que transgreden las alturas lícitas destinadas a no bloquear el paisaje. En el interior se construye y sobrepueblan lugares sin importar si las estructuras soportan o no. Lo que importa es vender. Mi papá me preguntó un día hace cuánto no veía una lechuza. Han pasado años. Pero yo sé dónde están. Se han ido arrancando, cada vez más acorraladas por la gente y el ruido. 

Otra obsesión es la idea de la pérdida.

Se relaciona con lo anterior. Hay pérdidas que son definitivas y otras que son temporales. Dentro del paisaje puede haber ambas. “Todos manejamos el idioma”, por ejemplo, habla del óxido, cómo luego de cristalizarse en el objeto, este puede perder su utilidad para siempre. Son presencias que están ahí y son inservibles, representan un tiempo que ya no está, cuando sí fueron útiles. Lo único que separa la utilidad de la inutilidad son unos cuantos años, medida que solo puede observarse con el tiempo. Lo mismo nos puede pasar a nosotros. En ese sentido la esperanza que hallo en toda esa materia que se estanca, que está ahí solo para darnos una imagen del pasado, está en el poema “Una página de [ese libro]”: la Biblia que gotea la vida que después absorben los árboles. 

¿Existen elementos de la literatura de horror en tu poesía? Lo pensé al leer “En esta foto faltan”.

Creo que ese poema es una particularidad: quería actuar como fotografía de una familia. Pero pienso que el mayor horror es ver transformado tu espacio de manera violenta, querer vivir en paz y no poder hacerlo.

En 2021 recibiste el Premio a la Creación Literaria Joven Roberto Bolaño. ¿Cuál es tu visión sobre los premios y las becas otorgadas por el Estado?

Creo que es una de las pocas oportunidades en que se puede acceder a un reconocimiento para la gente que ejecuta la escritura. Aun siendo así, no es del todo formal. Como si siempre el ámbito de la cultura y la literatura debiese ser a medias tintas. Hay mucha gente que hace de la literatura su modo de vida (no es mi caso), y si deseas tomar esto como opción, no hay certezas, solo escasos incentivos que no alcanzan a ser suficientes.

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