A la intemperie: lectura travesti de los espacios en Las malas de Camila Sosa Villada

Catalina Brunetti

Los cuerpos que habitamos moldean los espacios y, a la vez, los sujetos se constituyen en relación con los espacios que habitan. No es posible desprendernos de lo que somos para estar y habitar un lugar, para movernos en un espacio. Por lo tanto, las subjetividades juegan un rol clave a la hora de hacer uso de un lugar, de las posibilidades que este entrega y de las restricciones que hay para su uso.
Esto queda en evidencia en la novela argentina Las malas de la escritora y actriz transgénero Camila Sosa Villada, en la cual los cuerpos no normativos de las travestis que la protagonizan quedan marginados de diversos espacios. Allí se observa una lectura travesti de los espacios, en la que las subjetividades de los personajes perciben el entorno y negocian las formas de habitar los espacios.
La obra, autobiográfica y con elementos de lo real maravilloso, narra como la protagonista Camila, en un comienzo un niño, empieza a experimentar su sexualidad y a travestirse tímidamente y de forma precaria en una pequeña ciudad argentina. Ya mayor, se traslada a Córdoba para estudiar, actividad que realiza de forma paralela con la prostitución en el parque Sarmiento junto a la “manada” de travestis con quienes hace comunidad. 
La autora da cuenta de distintas facetas de las vidas de este grupo de travestis, complejizando así sus trayectorias, deseos, afectos y experiencias. No busca romantizar las vidas que llevan, pero tampoco reduce su relato al lugar común de su actividad laboral en las calles. Muestra su vida cotidiana, intimidad y los espacios en donde ellas hacen familia.
Un elemento que se vuelve necesario para retratar la vida de este grupo de travestis es el lugar físico donde ellas se mueven, así como las interacciones y los usos que ellas dan a dichos espacios. Sus cuerpos disidentes irrumpen en espacios heteronormativos que muchas veces resultan adversos, ya que se configuran como territorios de ruptura de un cierto ordenamiento establecido.
Esto queda de manifiesto en diversos pasajes de la novela de Sosa Villada, donde los espacios a los que ellas pueden acceder se van limitando y son constantemente relegadas a lugares menos visibles. Asimismo, se deja ver una cierta permeabilidad que existe entre el interior y el exterior de los espacios, como si los límites entre unos y otros no existieran, dando la sensación de que la protagonista se encuentra en un espacio intermedio, situándose a la intemperie (a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno) a pesar de estar en el interior de un lugar.
Ese constante estado de vulnerabilidad se da en los distintos espacios, los que a pesar de parecer seguros, no lo son. Esto se evidencia en una escena que ocurre en la habitación de Camila cuando un cliente ebrio la visita en la madrugada: 
Me despertaron sus ruidos. El borracho estaba vomitando a un costado de la cama, sobre mi vestido y mis zapatos. Me incorporé y quise sobarle la espalda, para ayudarlo o confortarlo, pero él me empujó y siguió vomitando un poco más. Entre las arcadas murmuraba: Perdoname, Perdoname, Perdoname, pero estaba tan borracho que apenas podía vocalizar. Cuando terminó de vomitar se enderezó como pudo, se bajó el slip y comenzó a orinar contra la pared. No le importaba, o no se daba cuenta de que estaba salpicando la cama (pp. 193-194). 
De esta forma, como si las paredes de la casa fueran porosas, el espacio seguro deja de serlo y se vuelve incontrolable e incluso peligroso, ya que anteriormente, el sujeto amenaza y golpea a la protagonista. Sin embargo, el libro da cuenta también de la forma en que las travestis logran hacer comunidad en espacios donde no se supone que sea posible y la resistencia con que disputan espacios que no están hechos para ellas y que, por el contrario, las repelen.
Hablando de la novela El campito de Juan Diego Incardona, Juan Ávila y César Correa señalan que “la relación entre los sujetos y el territorio determina la posibilidad de establecer nuevas formas de comunidad”. La agencia de las travestis les permite adaptarse a las circunstancias y hacer uso de ciertos lugares, a pesar de las restricciones. Agregan que “son las personas que lo habitan quienes crean y transforman los territorios, lo moldean desde el diario habitar, transitar, percibir y crear”. Esto, considerando las dificultades que representan para cuerpos disidentes habitar ciertos espacios.
En Cuerpos que importan, Judith Butler plantea que el imperativo heterosexual, entendido como la matriz excluyente mediante la cual se forman los sujetos, requiere la producción simultánea de seres abyectos que no gozan del estatus de sujeto, pero cuya condición es necesaria para delimitar la esfera de los sujetos. En el caso de las travestis representadas en el texto, puede decirse que el “estar ‘fuera’ es lo que las estigmatiza y las posiciona como seres abyectos y, paradójicamente, las convierte también en preciados objetos de deseo”, como ha señalado la antropóloga Julieta Vartabedian en su tesis doctoral Geografía travesti.. Aquí se evidencia esta aparente contradicción, ya que sus cuerpos son los que delatan esta otredad con respecto al patrón heteronormativo, pero a la vez, son sus mismos cuerpos, los que atraen a sus clientes y que son deseados por ellos.
Espacios generizados
De acuerdo con el trabajo autoetnográfico de la académica transgénero Petra L. Doan en su libro The tyranny of gendered spaces, los espacios están generizados de tal forma que no permiten variaciones al binomio hombre/mujer. La autora señala que existe una “tiranía de género” que resulta perjudicial para quienes transgreden dichos parámetros, como las personas trans o travestis. La división del espacio en función del género surge como una tiranía cuando se desafían las expectativas hegemónicas de comportamiento adecuado para cada género en sociedades occidentales. Dichas expectativas son un artefacto de la dicotomía patriarcal del género y tienen consecuencias profundas y dolorosas para muchas personas.De esta forma, los propios espacios y las interpretaciones sociales asociadas a ellos van delimitando quienes pueden tener o no acceso a los mismos. Los lugares van entonces segmentando a grupos sociales, priorizando a unos sobre otros. “Los espacios no son neutrales y están sexualizados y generizados. Existe una presuposición natural a considerar que todo espacio público es heterosexual y, sobre todo, masculino. Quienes no ‘encajan’ en dichos espacios por presentar ‘otras’ orientaciones sexuales e identidades de género, son excluidos/as y están ‘fuera de lugar’”, como puede leerse en la tesis de Vartabedian.Esta segmentación de los espacios y su dificultad en el acceso para quienes no cumplen ciertos criterios se deja ver en la narración de Sosa Villada. Una escena de Las malas que da cuenta de esta irrupción en un lugar concebido para otras actividades o sujetos, es la siguiente:
Un día vamos todas a tomar sol a la Isla de los Patos, en Alberdi. Vamos en minifalda y musculosas muy cortas, o directamente en corpiño, atrevidas. Nos tiramos en el pasto y nos untamos Coca-Cola por todo el cuerpo para broncearnos mejor. (…) No nos gusta salir de día porque las masas se sublevan ante esas revelaciones, nos corren con sus insultos, nos quieren maniatar y colgarnos en las plazas. El desprecio manifiesto, la desfachatez de mirarnos y no avergonzarse por ello. No nos gusta salir de día porque las señoras de la buena sociedad, las señoras de peinado de peluquería y cárdigan de hilo fino, nos denuncian por escándalo. (pp. 116-117)
Ahí queda de manifiesto la mirada severa y juzgadora con que las travestis son percibidas y como, según señala Vartabedian, “la presencia en sí de travestis en los espacios públicos es vista como una amenaza a la racionalidad heteronormativa”. Sus cuerpos y sus formas de habitar la ciudad no dejan indiferente al resto, son interpeladas por quienes sienten amenazada su cotidianidad y las leyes implícitas que regulan la vida social. 

En un artículo, precisamente sobre la novela de Camila Sosa, Ignacio Sánchez dice que “para las personas trans los espacios públicos como baños, aeropuertos, hospitales, oficinas denotan verdaderos infiernos, constituyen enclaves de escarnio y discriminación y, por supuesto, son también lugares de disputas políticas en pos de reconocimiento y derechos identitarios”. A decir de Larissa Pelúcio, la calle como espacio de aprendizaje, sociabilidad y prostitución, forma parte de la conformación del género, de la experiencia de la sexualidad y, por tanto, de la construcción de la persona. El aparecer en espacios públicos y formar parte del entramado social resulta entonces en un acto reivindicativo y político de estar presente.
El resguardo de la oscuridad
El texto alude en numerosas ocasiones a la oscuridad y las ventajas que esta representa para las travestis, quienes se mueven principalmente en la noche, bajo su resguardo. La luz, en cambio, delata partes de su cuerpo que no quieren ser mostradas, como indicios de barba, la dureza de sus facciones, las imperfecciones del maquillaje y todos los vestigios masculinos que ellas buscan encarecidamente ocultar: “En realidad somos nocturnas, para qué negarlo. No salimos de día. Los rayos del sol nos debilitan, revelan las indiscreciones de nuestra piel, la sombra de la barba, los rasgos indomables del varón que no somos” (pp. 116-117).
Sin embargo, lo más problemático de exponerse en las salidas diurnas es la violencia de la cual son víctimas. “En el caso de las travestis, ellas tienen serias dificultades para salir a la calle durante el día. Sin el resguardo de la noche y las redes de protección construidas por ellas mismas, salir durante el día se presenta como un desafío debido a las posibles agresiones que puedan sufrir”, comenta Vartabedian. 
En Las malas, las travestis se autodefinen como seres nocturnos: “No somos criaturas de luz, somos animales de sombra, de movimientos furtivos y reverberaciones tenues, como son tenues nuestras resistencias. La luz nos delata, nos expulsa” (p. 182). Entonces, además de los lugares en sí, la visibilidad que estos tienen según la hora del día es un factor relevante que es considerado por ellas en sus movimientos y sus rutinas. Esta es otra particularidad de la subjetividad travesti, ya que las obliga a generar estrategias como una forma de protegerse y de autocuidado.
En la novela, la protagonista vive una especie de doble vida, ya que además del trabajo sexual que ejerce, durante el día va a clases a la universidad. “Mis amigas, las travestis con que armaba familia, no entendían cómo soportaba la exposición, la luz diurna, la mirada heterosexual sobre mí, cómo era capaz de ir a cursar y de ir a rendir materias, ante profesores que ignoraban por completo mi existencia nocturna” (pp. 128-129). 
En este afán de pasar inadvertidas en el día a día, el relato señala que las travestis son dotadas de un don que les es dado al momento de su bautismo, el cual les permite ser invisibles con el solo gesto de agachar la cabeza. Como una forma de protegerse de las miradas, de los insultos y del rechazo recurrían a esta técnica. Sin embargo, a la vez, se describe lo deslumbrante que es la presencia de una travesti, ya que nadie queda indiferente. “Eso logramos las travestis: atraer todas las miradas del mundo. Nadie puede sustraerse al hechizo de un hombre vestido de mujer, esos maricones que van demasiado lejos, esos degenerados que acaparan las miradas” (p. 174). 
La autora Petra Doan también da cuenta de lo que significa salir a la luz siendo una persona que no se ajusta a la dicotomía hombre/mujer dentro de un sistema binario como el que se impone socialmente. En su caso personal, ella describe cómo fue atravesando distintas capas de luminosidad, desde lo más íntimo a lo público hasta mostrarse socialmente como una mujer trans. Relata el proceso que tuvo que pasar desde el refugio de su armario a la intimidad un poco más arriesgada de su dormitorio, para luego pasar al espacio semiprivado del salón de su casa con las persianas bien cerradas hasta llegar finalmente al resplandor de la luz del día, donde estaría a la vista de los vecinos y de todo el mundo (p.174). 
Esas distintas capas que menciona Doan van desde espacios de mayor seguridad a espacios menos seguros. Sin embargo, en el caso de la protagonista de Las malas, su casa familiar nunca fue un lugar protegido en el que ella pudiera expresarse de la forma en que lo sentía. Por ello, a lo largo del texto es ella quien va buscando espacios para lograrlo, por ejemplo, en su adolescencia recurre a una construcción abandonada y en condiciones muy precarias le era posible transformarse en la mujer que soñaba ser. Sumado a lo anterior, al ir por la calle vestida con la ropa que ella misma encontraba y transformaba a su gusto, era discriminada y recibía tratos vejatorios por parte de la comunidad. Queda en evidencia cómo usar ciertos espacios a la luz del día, se vuelve una osadía para quienes no se adscriben a los estatutos heteronormados.
Más adelante en el relato, una de las principales razones por las que el grupo de travestis deja de ir al parque donde habitualmente trabajaba es por la llegada de luminaria al lugar, “cuando se decidieron a combatir la clandestinidad de nuestro oficio, la belleza de la penumbra” (p. 182). Al no tener el resguardo que les daba la oscuridad, ya no había espacio para ellas ahí. “A mí siempre me pareció que nos veían como cucarachas: les bastó encender la luz para que todas saliéramos corriendo” (p. 191).
Se ven desplazadas en su quehacer en el parque y debido a decisiones externas el espacio se vuelve hostil para ellas y no les queda otra opción que abandonar el lugar y con ello, también la comunidad que han formado a lo largo de los años en ese parque. “No podemos convivir con la vida nueva que comienza a poblar el Parque. Así se inicia el éxodo de las travestis. Allá vamos, expulsadas del paraíso, como víctimas de un bombardeo. Somos refugiadas, interpretamos la ciudad de manera diferente a la de los demás, tenemos que buscarnos otra tierra prometida donde poder trabajar, ejercer nuestros encantos” (p. 182).
Una vez más, la protagonista debe buscar nuevos rumbos y adaptarse al nuevo escenario. Se hace presente nuevamente la vulnerabilidad en la que se encuentra y lo efímero de los espacios. “Ante las dificultades que imponen los binarios genéricos, las sujetas trans*-travestis se ven en la obligación de negociar con los espacios. De este modo, se desplazan estratégicamente y adoptan nuevos recorridos que nunca son estables ni fijos. En otras palabras, trazan mapas alternativos que contestan a los planes reguladores que buscan normalizar y docilizar”, según indica Sánchez.
Deambular constante
Las malas relata la búsqueda constante de la protagonista por encontrar su lugar, el recorrido desde su pueblo de infancia hasta Córdoba y los desplazamientos que se vuelven una constante para ella. “Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti”, así describe Sosa Villada en el libro lo que parece resumir este deambular, el estar de paso, “de yire” –es decir, a andar por ahí, por la calle y sin rumbo fijo–. “Las travestilidades se construyen en movimiento, a transitar por diferentes territorios donde ellas pueden transformarse en travestis”, comenta Vartabedian.
 El movimiento es también un punto central en la vida de las travestis retratadas en la novela. Se transmite la sensación de constante inseguridad y la necesidad de buscar otros espacios donde finalmente sea posible estar tranquila. El descanso se describe como uno de los mejores regalos que se le puede dar a una travesti, ya que ese constante estado de alerta no las deja conciliar el sueño profundo. “La cura para todos nuestros males era el descanso. Para cualquier enfermedad del cuerpo o del alma, la Tía Encarna recetaba reposo. Era el regalo más grande que jamás nos había hecho alguien en la vida: dejarnos descansar y ocuparse ella de la vigilia” (p. 35).
Junto a esta búsqueda por la tranquilidad, la novela pone en tensión la posibilidad de las travestis de habitar espacios públicos, los que les han sido negados o a los que pueden acceder pero con ciertas condiciones, a ciertos horarios y con determinados fines. Como dice Agustina Gálligo en su artículo “Formas de la aparición en Las malas de Camila Sosa Villada” “introduce una serie de escenarios y personajes donde los elementos como la vulnerabilidad física, el cobijo y la desprotección están constantemente puestos en juego”. A lo largo de la novela queda de manifiesto que no hay lugares seguros para ellas, es solo una ilusión, una idea de estar protegidas que con el tiempo inevitablemente se desvanece. Los lugares que parecen cerrados, no lo son, algo se cuela entre los intersticios que no las deja estar resguardadas. El concepto de sentirse a la intemperie se ajusta a esta sensación, a este malestar, que va configurando sus rutinas, sus movimientos y la identificación con sus pares.



Catalina Brunetti Casas-Cordero (Santiago, 1989). Periodista. Actualmente cursa la maestría de Estudios Latinoamericanos Interdisciplinarios con enfoque en género en la Universidad Libre de Berlín.

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