El adicto ve, el adicto hace*

Dennis Cooper
Trad. Diego Leiva Quilabrán

Cuando un video de Alice In Chains sale en MTV, la mayoría de nosotros o sube el volumen o cambia de canal de inmediato. Pero los adictos a la heroína y los exadictos con problemas oyen algo que la poesía yonqui de primaria de Layne Staley que nosotros no podemos: una especie de sirena. Como alguien que ha tenido muchos amigos cercanos que se han metido heroína en los últimos dos años, creo que tengo una idea de cómo funciona este estímulo-respuesta, incluso si no puedo entender los mecanismos. Según mis amigos, la sola mención de la palabra “heroína” en una letra, una foto de una aguja hipodérmica en la portada de un disco o la visión de unos músicos yonquis empaquetados en un video glamoroso, y se mueren de ganas, incluso cuando, como en el caso de Alice In Chains, saben que lo que oyen y ven es tonto y artificioso. Hace poco, vi a una de las personas más inteligentes que conozco volverse loco viendo el viejo video de Thopsom Twins de “Don’t Mess With Doctor Dream”. Un minuto estábamos riéndonos a carcajadas con sus imágenes cursis –agujas que giran, calaveras que gritan, frases santurronas antidrogas– y al siguiente él era un manojo de nervios suplicándome que lo llevara al centro a comprar unas cuantas bolsas.

¿Puedo culpar a MTV? Quizá, al menos eso dice el Institute for Social Research (ISR) de Michigan. Recientemente realizó una encuesta en que se les preguntó sobre drogas a cincuenta mil estudiantes de secundaria de todo Estados Unidos. De acuerdo con el estudio, el consumo de drogas va de nuevo en aumento. Gran sorpresa. Y el doctor Lloyd D. Johnston, director del programa del ISR, piensa que el problema yace en la representación del uso de drogas en la música, las películas y los videos de rock contemporáneos. Como generaciones de académicos antes que él, ve a los adolescentes como una suerte de rebaño intelectualmente pasivo, fácil de seducir y necesitado de orientación paterna. No importa que esta conclusión sea pura especulación y no esté basado en la información realmente descubierta por la encuesta. En nuestro confuso mundo, incluso la apariencia de los hechos alcanza algo así como un estatus divino, y los estadísticos, esos grandes simplificadores culturales, son vistos como algo del orden de los dioses. Así, cuando el New York Times publicó los resultados de la encuesta, la rumia de Johnston fue tratada como si fuera la historia y las declaraciones de los jóvenes se perdieron en el revoltijo. Es todo espurio, pero volviendo sobre el fiasco de Thompson Twins mencionado antes, me pregunto si Johnston tiene un punto.

Donna Gaines, socióloga y autora de Teenage Wasteland: Suburbia’s Dead End Kids*, no lo cree. Ella ve una implicancia histórica entre la cultura juvenil y el uso de drogas. Señala que “con MTV, el uso de drogas solo ha llegado al estatus de mercancía. Cuando era joven y una actriz de una película vestía una minifalda muy genial, yo quería esa minifalda. Ahora cuando ves a un tipo quedar hecho mierda en MTV, quieres quedar hecho mierda. Pero los videos son más expresivos que coercitivos. No veo una relación causal. En todo caso, los drogadictos acérrimos no ven MTV. Su audiencia es convencional. Y de cualquier forma no creo que sea una gran fuerza cultural. Quizá para los niños de doce años”.

El director de videos Samuel Bayer, que ha trabajado con Nirvana y Hole, entre otros artistas, le da a MTV mayor crédito, pero cree que la cadena es bastante prudente con sus políticas. “Crecí en los setenta, cuando había referencias a drogas en todas partes”, dice. “Los chicos son suficientemente listos como para leer entre líneas. Algo como la muerte de Kurt Cobain: eso es lo que pasa cuando tu vida está arruinada. De cualquier modo, los videos tienen el efecto opuesto”.

En el mismo artículo del New York Times que informa de los hallazgos de Johnston, Carole Robinson, una vicepresidenta senior de MTV, dijo que las directrices de la cadena exigen una programación que no “promueva, glorifique ni muestre como socialmente aceptable el uso de sustancias ilegales ni el abuso de drogas legales”. Cualquiera que ve MTV regularmente se ha dado cuenta de esos difuminados digitales como los de Campanita pegados a las hojas de marihuana en las gorras de los artistas de hip-hop. En un video actual de Tom Petty, un verso sobre enrolar un pito ha sido alterado auditivamente para transformarlo en un garabato sin sentido. Especialmente desde la muerte de Cobain, la programación no musical de la cadena ha sido casi didáctica en su tono de precaución sobre el consumo de drogas duras. Sin embargo, no hace falta tener una licenciatura en deconstrucción para ver los signos de drogadicción en todo MTV, ya sea en las elegantes y breves crónicas de viaje sobre la vida yonqui de Alice In Chains, o en el video “Just One Fix” de Ministry, en el cual se le dio un aspecto elegante de tráiler lleno de acción a la abstinencia de heroína, o incluso en el clip de “God” de Tori Amos, en que un personaje simula “atarse” los brazos. Si los niños son lo suficientemente listos para saber qué es ficción y qué no, entonces también lo son para descifrar esta clase de mensajes.

Si MTV tiene una política de drogas, es confusa. Es como si la cadena hubiese elegido afrontar los videos relacionados con drogas al modo en que un maquillador se enfrenta a las patas de gallo de una actriz envejecida. Las hojas de marihuana, las pastillas y las agujas hipodérmicas se borronearon hasta quedar irreconocibles, pero las sutilezas quedan. Quizá este tipo de acercamiento funcione con drogas como la marihuana, la cocaína y el ácido, aunque lo dudo. Pero la heroína es una bestia complicada con un sistema muy sutil de significantes, la mayoría de los cuales son invisibles para los ojos de quienes no consumen. Tomemos como ejemplo el clip de Ministry mencionado más arriba. Para MTV, debe ser leído como una declaración antiheroína, con una narrativa superficial en que dos jóvenes adictos se desintoxican en una miserable habitación de hotel, intercalada con imágenes del ícono de la heroína Williams S. Burroughs moviendo las manos a modo de advertencia como el alienígena gigante de Twin Peaks. Pero mira con atención y ahí está el viejo Al Jourgensen, desaliñado en el lobby del hotel. En un revelador primer plano, él mira a la cámara y se frota la nariz con un dedo. Es un tic nervioso típico de los yonquis y una señal para los espectadores entendidos de que Jourgensen, o su personaje, está drogado. Entonces, más tarde, los jóvenes dejan el hotel, supuestamente desintoxicados y listos para el mundo, y Jourgensen los recoge cuando hacen dedo; allí hay un subtexto claro: van a volver a inyectarse de nuevo en cualquier momento.

Pocas semanas atrás, vi por casualidad el video “Rocks” de Primal Scream en Alternative Nation de MTV. Primal Scream es una banda británica cuyo trabajo hace ostentación de la pobre imaginación y deficiente habilidad técnica de sus miembros. Sus discos son amorosos pastiches de otras bandas más talentosas de ayer y hoy. Todo muy posmoderno. En su versión actual, Primal Scream finge ser rock yonqui. Keith Richards, Johnny Thunders and Gram Parsons son obviamente los modelos. El año pasado, la banda llegó a generar un pequeño escándalo en la prensa británica especializada en rock al referirse en broma al fallecido River Phoenix como un “peso ligero”. En el video de “Rocks”, el líder Bobby Gillespie se tambalea balbuceando sobre las alegrías del hedonismo absoluto. Tiene el pelo largo y sucio, su piel tiene el tono de un cadáver y la boca le cuelga semiabierta imitando a alguien cabeceando de pie. Supongo que uno debe quedar desconcertado. Pero todo lo que pude pensar mientras veía este espectáculo de fenómenos era qué haría mi aproblemado amigo cuando lo viera.

Porque la abstinencia de heroína es un proceso tan agonizante y el período de recuperación tan largo y sicológicamente disruptivo, que no es tan difícil que los exadictos recaigan. La heroína puede ser un asunto horrible en el día a día, pero el efecto inmediato de la droga es sumamente placentero. Mis amigos dicen que es como el orgasmo definitivo, alargado y despegado del resto del mundo. Su intensidad, me cuentan, hace que las comodidades relativamente sobrias de la vida, como la amistad, el romance y el sexo, parezcan insignificantes. Me han contado que volver a entrar al mundo en que esas cosas generalmente se consideran sagradas, puede ser como un compromiso, en particular durante el primer año, más o menos, en que la reconstrucción gradual del cuerpo causa una incomodidad casi continua. Entonces, incluso algo como el suicidio de Kurt Cobain, que es interpretado por la mayoría de nosotros como la máxima declaración antiheroína, tiene un doble significado. Por ejemplo, la mañana que escuché la noticia, llamé por teléfono a una fan de Nirvana que conocía y que sabía estaba luchando para dejar la droga y le rogué que por favor no siguiera con esa mierda, antes de que terminara como él. “No. No lo entiendes”, me dijo, con una voz nerviosa por el hambre y la rabia que no supe descifrar. Y me explicó cómo es que la incapacidad de Cobain para mantenerse limpio solo reforzaba su sensación de que mantenerse sobria no valía la pena. Al colgar el teléfono, supe que ella saldría corriendo a conseguir droga. Y lo hizo.

Cuando era un muchacho que escuchaba Velvet Undergournd y “Cold Turkey” de John Lennon, y leía a Williams S. Burroughs y a Alex Trocchi, nunca pensé –y creo que podría hablar por mis viejos amigos también– “oye, debería probar esto de la heroína”. Presumiblemente, la mayor parte de los niños están igual ahora. Pero un segmento de jóvenes fans del rock han empezado a inyectarse heroína porque uno o más de sus héroes le quitaron importancia al tema. Conozco a un puñado de ellos. Hablo de gente lista y talentosa que solo quiere experimentar todo lo que pueda experimentarse. Para ellos, River Phoenix convulsionando en la vereda o Kristen Pfaff cabeceando en una bañera tibia son cosas tan lejanas, irreales y míticas como las letras de las canciones que convierten el consumo de heroína en un profundo y sensual viaje hacia los misterios del yo. Algunas personas siempre escogerán hacer cosas extremas. Otros, quizá la mayoría de nosotros, escogeremos aprender escuchando las canciones sobre actividades extremas o leyendo relatos de no ficción. Entonces, ¿cómo podemos los que no entendemos cabalmente lo que significa inyectarse heroína decirles a los consumidores que paren de hacer lo que hacen porque nos asusta? Bueno, no podemos. Pero podemos ventilar nuestros miedos y suposiciones y esperar lo mejor.

Un antiguo miembro de varias prominentes bandas de rock alternativo, que me pidió mantenerlo en el anonimato, me habló de su propia confusión sobre la representación de la heroína en los videos. Un exadicto que ha estado limpio por muchos años, me dijo: “Puedo verlo de ambos lados. Cuando te estás drogando, eso impregna todo lo que haces y piensas. Se siente como la iluminación y también te sientes realmente solo, al mismo tiempo, entonces quieres conectar con una red. No es ni siquiera algo consciente. Ya no puedo ni mirar MTV, porque está tan lleno de yonquis. Los reconozco en un instante y siento que me están llamando desde ese terrible y fascinante lugar de mi pasado. La cosa es que son algunos de los músicos más interesantes de hoy, entonces sería una locura silenciarlos. Es una paradoja tortuosa”. ¿Entonces la única opción que ve es mirar hacia otra parte?

“¿Qué otra parte?”, me responde. “Eso es lo que hace la heroína, te aleja de lo aterrador del mundo. Descubrí que eso tampoco es así. Si hay una opción, es ser fuerte y creer en tus seres queridos. Porque todo lo demás, incluyendo las drogas, es solo entretenimiento sin sentido”.

El punto es que, incluso si MTV eliminara cada pizca de cada referencia a la droga en cada video, no cambiaría nada y solo haría que la cadena pareciera menos fiable de lo que ya es. ¿Por qué se debería autocensurar MTV cuando se espera que las industrias de la música, de la televisión y del cine apoyen la libertad de expresión en el arte? La cultura pop es una majamama de imágenes de todos los comportamientos y actitudes. Presenta un multitudinario y caótico retrato de la vida que se transforma en una especie de verdad colectiva, que somos responsable de entender y usar de acuerdo con nuestras propias necesidades en un momento dado. Por cada representación positiva del consumo de droga, es seguro que hay una negativa en alguna otra parte. Es un equilibrio, y está bien, por muy doloroso que sea ver sufrir a amigos a causa de la estupidez posera de una estrella de rock irresponsable, no tenemos control sobre las vidas de otros. Escogemos a la gente que amamos según sistemas psicológicos que no son asunto de nadie más. Y si sufrimos como consecuencia de nuestro amor, así son las cosas.

*En el original “Junkie See, Junkie Do” es un juego con el refrán popular “Monkey see, monkey do”, usado para referir a una repetición irreflexiva de una acción. La palabra junkie es un modo particularmente despectivo de hablar de un adicto a las drogas, particularmente a la heroína.

* El título en español sería: La tierra baldía adolescente: los niños sin salida de los suburbios. Aunque probablemente “teenage wasteland” sea una referencia a un verso de “Baba O’Riley” de The Who.

Deja un comentario

Previous Post
Next Post