«Una cosa es crear y otra cosa es sobrevivir»:
Amanda Cayunao
Conversación con Alejandra del Río Lohan sobre Capuchita Negra
Ejercicio de memoria
Suele volver a mí
el veneno primigenio
entonces me doy caldo de herida
para sanarme.
Es que la hora del poema todavía no ha pasado.
Alejandra del Río Lohan, Capuchita negra
Cuando leí por primera vez a Alejandra, supe que estaba frente a una poesía que trabaja la memoria desde lugares profundos. La poeta chilena-alemana es, además, especialista en autobiografía y escritura terapéutica, creadora de la metodología de enseñanza del lenguaje llamada “Educación Poética” y fundadora de Manoescrita, un proyecto que se ha puesto por objetivo difundir la educación y la sanación a través de la escritura.
Leer Capuchita Negra hoy en día impacta. Publicado en 2019, es un libro que remece la memoria –personal y colectiva– con imaginarios de negro, blanco y rojo rodeados del ambiente oscuro de la dictadura.

En esta conversación, nos adentramos en lo que significó para Alejandra escribir este libro, y trabajar con la memoria, junto a sus olas y costas que a veces parecen ser olvidadas.
¿Cómo has estado?
Estoy estudiando otra vez (sonríe).
¿En serio? ¿Qué estás estudiando?
Teatro. Me metí a la Escuela Popular de Teatro de Recoleta. Estoy feliz cumpliendo el sueño de mi infancia.
Muy acorde también con tu literatura.
Mi poesía tiene algo de teatro, de personajes que enmascaran la voz y a la vez la expresan. Mi poesía ama el diálogo. En uno de mis libros, Dramatis Personae, el teatro es un guiño evidente. Mi poesía siempre se ha disfrazado, le ha gustado vivir en el aire, abrirse paso en el espacio. Hace poco entendí que en el fondo siempre quise hacer teatro, pero de tímida y acomplejada no me atrevía.
Anteayer fui al lanzamiento de una nueva biografía de Víctor Jara. Se destacó en su labor como poeta, cantautor, actor y director de teatro. Un creador innato, como un niño a quien no le cuadran las fronteras disciplinarias y quiere explorarlo todo porque siente que está todo relacionado, que un lenguaje empieza donde termina el otro y en ese devenir no es posible reprimir la creación que se manifiesta de diversas formas asombrosas. Me sentí identificada, las fronteras del oficio se me difuminaron. Educación y sanación son dos caras de la misma moneda, igual que cuerpo y mente, verdad y belleza, poesía y teatro. Gabriela Mistral llamaba a estas relaciones dialécticas entre oficios, solo artificialmente separados, los oficios colaterales. Ella era profesora y poeta, un oficio le daba para vivir, el otro era su vida, no sé si la poesía o la pedagogía, porque era apasionada en ambos. Y ambos oficios se nutrían uno al otro. Una cosa es crear y otra cosa es sobrevivir. Pero cuando decides vivir del arte tienes que diversificar tu radio de acción, pues es hasta indigno basar tu acción creadora en los fondos concursables, soy de la escuela del oficio, de realizar tu oficio con arte y tu arte hacerlo oficio. Creo que eso da una relativa libertad en un sistema que quisiera ver la creación anulada o, por lo menos, cooptada.
En lo personal, me identifiqué mucho con la historia de tu identidad chilena-alemana. Yo soy Mapuche por parte de mi abuela, a quien no pude conocer, y esa es una historia familiar más o menos fuerte. Aceptar que hay algo que uno pierde, pero que al mismo tiempo no es una pérdida porque nunca lo tuviste. La sangre tira, como dicen.
Somos un rompecabezas de identidades, “un suelo hecho de parches” como escribí una vez. Cuando tienes una identidad mezclada, cuando estás en un mundo que homogeniza la nación, donde la diversidad es mal vista o negada, la poesía permite la expresión de esa diversidad. El hecho de que no somos 100% puros, en cierto modo, nos devalúa frente a quienes sí lo son, ante quienes se reconocen partícipes, integrantes originales de una cultura. Te agradezco que lo preguntes, porque es algo que he callado… Yo también he tenido que salir del clóset con mi ser mezclado, mischling, como se dice en alemán a los hijos de alemanes mezclados con otros, es una palabra ofensiva. Igual como se les decía indios a los mestizos, también tiene una carga peyorativa. Las personas deben ser valientes para manifestarse identificados con un mundo al cual no pertenecen o pertenecen a medias. Hacen profundos movimientos internos para reconocerse. Como aquellos descendientes de culturas declaradas extintas que se sienten parte de una cultura viva y que no quieren que les sea arrebatada. El pueblo Selknam, por ejemplo, sus descendientes luchan por ser declarados cultura viva ¡porque ellos están vivos! Y esa cultura borrada está en nuestra identidad, en nuestro árbol genealógico, en nuestra ancestralidad. Buscar esa identidad es nuestro derecho como seres humanos que no hemos podido sentirnos homogéneos. Toda mi poesía habla de esto.
La memoria viene en oleadas, son olas. No es un mar tranquilo, definitivo, porque la psique tiene un mecanismo de sobrevivencia que es el olvido. Cuando un país, un Estado, va contra un grupo minoritario y lo pretende exterminar, los individuos intentan adaptarse y se genera este mecanismo del olvido para sobrevivir, pero cuando pasa el peligro inminente, recordar es volver a vivir. En los grupos de memoria que he dirigido es así, al final todo es como “sí, yo conocía a tal”, “también estuve ahí”, “sí, ese tipo también me torturó”, “de ese compañero nunca más se supo”. Cada detalle cuenta, cuando un otro valida un fragmento, se valida la identidad de esa persona ¿me entiendes? En la microhistoria, en las biografías, en la historia de las personas comunes y corrientes que sufren vuelcos totales en sus caminos propios por causa de los vaivenes de la Historia, es en esos girones que palpita la real memoria, no en un discurso oficial o una declaración de consenso sobre interpretaciones oportunistas y mezquinas.
Bueno, todo tiene que ver con la memoria y al mismo tiempo, con la recuperación de identidades. En Capuchita Negra recordé mucho a escritoras como Daniela Catrileo, Elvira Hernández o Diamela Eltit, que también recorren la idea de la herida, del Chile roto, en su obra.
Mira, yo creo hay muchos que están haciendo un trabajo enorme. Los poetas mapuche “salvan” una lengua que iba hacia la extinción, la salvan y hacen que vuelva a ser hablada. Eso es una hazaña. El movimiento de la poesía mapuche va a contrapelo de lo que ocurre en todo el mundo, que es la inexorable desaparición de lenguas y culturas minoritarias. Es un rescate de memoria super potente, más que rescate, una acción de memoria viva.
Lo que hacemos los creadores es que leemos la experiencia ¿Y cuál es la experiencia chilena más general? Es la herida. El origen de Chile es la herida. Y ¿cuándo empieza a ser abordada de una manera más directa? Creo que es con Gabriela Mistral. “Una en mí maté: yo no la amaba”, ese tremendo verso de Locas Mujeres. Stella Díaz Varín, cuando nos dice “Toda bandera es un río de sangre”. Y otras poetas latinoamericanas, en especial Alejandra Pizarnik, que reconoce la herida y su potencial sanador. Ya la herida estaba en mí cuando empiezo a escribir, la lectura de estas poetas en mi juventud me lo confirma. Yo llamo a eso habitar la “ciudad de la poesía”. Ese lugar abstracto donde nos encontramos en las lecturas con nuestros iguales. Muchas poetas trataron y tratan este tema, es como un hilo rojo que nos vincula, aunque no lo sepamos. Están leyendo la realidad y encontrando su voz para expresar esa herida. Me agrada el abordaje de la herida en la poesía chilena. Un trabajo impulsado principalmente por mujeres. Pero no en forma exclusiva, toda poesía surge, en definitiva, de una herida. Ya después de Stella, todas las mujeres de los 80: Soledad Fariña en 1985, Verónica Zondek en El Hueso de la Memoria, Elvira Hernández con La bandera de Chile. Por supuesto que, en algún momento, tenía que surgir la literatura mapuche para abordar su herida específica. Es un tema que nos hermana a todos y todas quienes compartimos este territorio.
Como yo lo veo es una gran oportunidad para sanar y construir una realidad más amable. La herida tiene el potencial de sanar, con eso me quedo yo.
¿Hay alguna autora que te inspire o haya aportado a tu propia escritura?
Primero fue Diamela Eltit cuando leí Lumpérica. O sea, se me activó el cerebro entero cuando la leí. Si hay algo que haya influido en mi poesía, es la libertad de Diamela Eltit, le estoy muy agradecida. Solamente la puedo comparar cuando leo en alemán, cuando recupero mi identidad alemana, a Elfriede Jelinek, la poeta austríaca, novelista, poeta en realidad, porque cuando tú manejas el lenguaje de esa manera, trastocando los sentidos habituales y proponiendo nuevos, eres más poeta que narradora. La poesía, para mí, como yo la vivo, es el lenguaje que logra transformar el contenido oscuro de la psique para hacerlo brillar en las construcciones verbales. Y eso lo aprendí a temprana edad leyendo a Diamela Eltit.
Hay unos versos de Capuchita Negra que me gustaron mucho: “Deja la puerta abierta a la fragilidad/ y los que están rotos/ se harán fuertes mientras sigan juntos” del poema “Casa de seguridad 3”. Dije “esto es”, la razón por la que muches escribimos, leemos. La fragilidad es uno de los grandes temas de tu libro.
Ese fue el primer poema que escribí del libro, fue el primer recuerdo que recuperé y me conmocionó. Ahí nace la primera oleada de memoria para mí. Yo tenía esos recuerdos súper bloqueados. El año 2015, a raíz de una crisis existencial, empiezo con un proceso terapéutico y a enfrentarme con esa oscuridad, que venía de una infancia de haber vivido en una familia en resistencia. Suena grandilocuente, pero la resistencia de las familias en dictadura era como, no sé, pasar piola, que no te mataran, de repente prestar la casa para un compañero, hacer un miguelito, un panfleto, pero como la lucha de un David contra un Goliat, o sea, cuestiones pequeñas. Con la distancia pienso que éramos ingenuos al creer que se podía derrocar al sistema, pero había que intentarlo igual, por dignidad. Si el papá y la mamá militaban, hasta el gato de la casa estaba en esa resistencia. Las niñas también éramos heroicas, pero no lo sabíamos. No todas las familias fueron resistentes, a la mayoría no les importó lo que estaba pasando, no todas las personas pueden sentir orgullo por haber resistido, aunque estoy convencida que no hubo un solo hogar que no estuviera en modo sobrevivencia. Se cree que el “problema” lo tienen los familiares de Detenidos Desaparecidos y no, fuimos todos envenenados de muerte.
Ese poema surge cuando recuerdo que a veces mis padres alojaban personas que necesitaban un escondite. Y esas personas a veces no estaban bien. Una vez, un hombre estaba delirando, tenía pesadillas, gritaba, y la imagen que se me vino era que yo le tomaba la mano. Y ese hombre se calmaba. La fragilidad, ¡imagínate cuánta fragilidad hay en esa imagen!, de una niña que toma la mano de un adulto quebrado por el miedo. El reconocer esa fragilidad era lo que nos daba la unidad para poder seguir sobreviviendo. Pienso que la resistencia a la dictadura pasaba por ese gesto de no perder la humanidad en los tiempos más crueles.
La lectura de Capuchita Negra se torna especial para este año en que conmemoramos los 50 años del Golpe de Estado. El poemario abre con una dedicatoria a Paulina Aguirre Tobar y con ello, a la memoria del Golpe. A esto se suma el hecho de que el libro terminó de editarse el 18 de octubre de 2019. ¿Cómo fue este proceso de publicación y edición en aquel momento histórico?
Primero que nada, quisiera dejar claro que yo este libro lo escribí antes de que se produjera el estallido. El tiempo de memoria es entre año 1985 y 1989 aproximadamente, pero el tiempo de escritura es entre el 2015 y el 2017.
Lo que me contabas.
Sí, estaba listo para el estallido. Antes de eso fue el tiempo en que yo me devoré por dentro para enfrentar esta oscuridad. Me sentía sola, a nadie le importaba, mi familia estaba enojada conmigo porque les dolía que removiera esas sombras. Fue la primera ola de memoria. Lo complicado es cómo lograr que la oleada no retraumatice, sino que permita integrar esa oscuridad. En el 2017 empiezo a buscar cómo publicarlo, lo ofrecí harto y nada. Finalmente conocí a este editor maravilloso que es Rolo, de Editorial Aparte de Arica, y él me dio la oportunidad. Un año después, justo ese mismo día (18 de octubre) es que el libro entra a la imprenta. Rolo me llama y me dice “Ale, qué onda, lo que escribiste en el libro está pasando ahora”. Y bueno, varias personas han hablado de esta capacidad visionaria que yo creo que sí tiene la poesía. Ya lo he vivido en otros libros míos, pero no es una cuestión para vanagloriarse ni tampoco es algo paranormal. La poeta lee la experiencia, lee la existencia y va al fondo de ella, con tal entusiasmo que llega a adelantarse y a tener visiones. No es nada más que eso, es un adelanto que se produce por exceso de entusiasmo, el entusiasmo es lo que siempre ha provocado las visiones a los poetas. Cuando dicen que la poesía visionaria no existe significa que falta entusiasmo.
También está el rojo que refleja los símbolos de la bandera, la menstruación y la muerte. La sangre se derrama y se oxida. El cuerpo se desarrolla desde la infancia hacia la adultez y la vejez. Te quería preguntar ¿Cómo ves la conexión entre la mujer, su cuerpo y la muerte con la historia que recuperas en este libro?
Lo que trabajo en este libro es que la sangre de los caídos será lavada, vengada, en cierto modo, por la sangre menstrual. Es el trabajo matrilineal que estamos haciendo, no lo hago yo sola, lo estamos haciendo todas. Esto que tú recuperas a tu abuela, yo también recupero mi lado materno. Yo antes me llamaba Alejandra del Río, ahora me llamo Alejandra del Río Lohan. Ahora yo tengo orgullo y quiero recuperar eso; que la sangre menstrual es pura, porque es una sangre que viene de la creación. En cambio, la sangre de los caídos, algo que se nos machacó, a nosotros, los niños y niñas de izquierda, una sangre que supuestamente es inmortal, la sangre de los mártires, pero no. Eran jóvenes a los que mataron a sangre fría y nos van a faltar siempre. Víctor Jara nos va a faltar toda la vida. Víctor Jara nos fue arrebatado, él y lo que representaba. Los hermanos Vergara nos fueron arrebatados. Paulina Aguirre nos fue arrebatada. La sangre de los caídos vive en la memoria, sí, pero por un trabajo arduo, que va a contrapelo de la comodidad.
En cambio, la sangre menstrual siempre fluye, el ciclo se renueva cada mes ante la posibilidad de una nueva vida, ante la posibilidad de la creación. Es una sangre que limpiará esta sangre que nos ha deshonrado, que nos ha derrotado. Capuchita Negra tiene muchas lecturas y yo creo que las va a seguir teniendo.
¿Qué piensas de la necesidad de escribir sobre la memoria colectiva a partir de la memoria personal?
Es autoficción, es una lectura de la realidad y todos compartimos ese cuerpo social. Yo lo comparto, no es mi biografía sola. Tengo un cuerpo biográfico y ese cuerpo biográfico está en un cuerpo social, en ese sentido, no es que yo esté hablando por los otros, hablo por mí, por mi vivencia, pero eso llega a otros. A mí siempre me escriben jóvenes que se identifican con Capuchita Negra. Esta es la historia de cuando yo tenía 14-15 años y fui militante. Lo que yo viví en mi adolescencia. No me gusta que me escriban identificándose. Me da pena pensar que no hayamos cambiado. Me da pena que la historia se repita y que sigamos siendo derrotados, que tuvimos una esperanza y la volvimos a perder.
En algún momento yo decía: tengo que cambiarle el final a Capuchita Negra porque ahora hay una esperanza, vamos a cambiar Chile. Y estaba escribiendo los poemas de la esperanza, pero siempre en mi interior tenía una duda, una duda, una duda y no los terminaba. No podía terminar, no podía poner el final feliz. Y ¡pam! Rechazo. Se va todo a la mierda, la posibilidad de tener una constitución que realmente fundara un país distinto, respetuoso de la diversidad, de la vida humana y de la naturaleza. En realidad, no fue tanto lo que pedimos. Más horrible aparece la visión entonces, como una lamentación antes de tiempo. No me gusta que haya capuchitas, jóvenes que tengan que inmolar su juventud, su vida, que estén presos, que hayan sido torturados, asesinados, cegados. ¿Y por nada? ¿igual que la otra vez? ¿por seguir en lo mismo? Me deprime y enrabia, pero yo no soy la que está escribiendo este guion. Yo miro esta película tragicómica y veo, no puedo hacer más. Pensé que iba a ser un libro de la esperanza y terminó como un libro de la derrota. Porque es un libro derrotista, que tira para abajo. Pero es real. Y algo bueno saldrá, aunque ahora no lo pueda ver.
Creo también que, a partir del título, se hace evidente el guiño hacia el conocido cuento infantil.
Sí, es que es una verdad tan dura, que no se puede llevar a la poesía tal cual es la vida. La vida es mil veces más trágica que la poesía. La poesía es amable porque genera una transformación del contenido oscuro. Yo necesitaba tener una estructura detrás para poder hablar de aquello, pero sin entrar en el detalle realista. Y qué mejor que tomar la estructura de un cuento conocido, que habla por sí solo. Entonces, por ejemplo, en el poema “Casa de seguridad 4” donde hablo de la Matanza de Corpus Christi, tomo metafóricamente al cazador cuando mata a los lobos y los rellena con piedras y los bota al río. Uso esta metáfora en vez de llenar un poema de sangre, de cosas horrorosas que nadie quiere leer o escuchar. La metáfora es como el vidrio oscuro que uno mira para ver el eclipse y que el sol no ciegue. Hay que ser sutil para escribir poesía, a la vez que certero, expresar mucho con poco. Ese es el oficio. Es una técnica. El uso técnico del cuento como referencia universal para lo que nos estaba pasando me ayudó. Y con los títulos, pude poner las referencias, dar cabida a las palabras que desencadenaran connotaciones. Porque también los títulos hablan de un lenguaje, como nos dice Elvira Hernández, un lenguaje que se prohibió. Ahí se puede armar en el lector esta reflexión de la memoria.
La primera vez que encaré la memoria fue con Escrito en braille, un libro oscuro, críptico y hermético, no podía decir las cosas claramente, porque aún no me había sacudido el terror de encima. Ya hice mucha terapia para sostenerme en una expresión del dolor que fuera prístina. Logré encontrar esta técnica que me permite hablar de la dictadura y de lo que nos pasó como familia resistente. Con delicadeza y a la vez con precisión. Creo que el libro es preciso.
No querías que fuera un cementerio, sino recuperar esas imágenes a través de la poesía. Al leer, me imaginaba esta sensación de la que hablas, de las visiones. El delirar, el acordarse, que es parte del estrés postraumático, este oleaje de la memoria, que se debe trabajar. Debe haber sido un proceso tremendo de escritura y de autoconocimiento.
De autoconocimiento y de algo que se maceró por mucho tiempo. Por ejemplo, la referencia a Paulina Aguirre Tobar, para mí ella es mi alter ego. O sea, a ella le pasó lo que a mí no me pasó. A mí no me pasó, yo creo que por el cuaderno. Yo tuve el cuaderno, la escritura. Paulina también tiene una relación con su padre muy compleja, la estudié y medité en su destino. Ella entra a Chile con su padre, desde Cuba, en forma clandestina. Es una adolescente. Tiene un arma real, una pistola real. Mi arma era mi cuaderno, la escritura. Hago un homenaje porque ese podría haber sido también mi destino y no lo fue. Por eso el libro está enmarcado con las palabras de Ricardo Palma Salamanca. Un joven que a los 16 años tiene que tomar decisiones que un adolescente no puede tomar y que son decisiones que marcan su vida para siempre. No lo voy a juzgar, no voy a juzgar la época, al contrario, solo tengo empatía, era una época en que estaban las familias ofreciéndose por completo al sacrificio. Son los hijos, niños y jóvenes los que tienen que poner el cuerpo, ser carne de cañón ¿me entiendes? Cuando él dice: “la experiencia me ha vuelto un reformista”. No es que él se haya vuelto anticomunista por una razón ideológica, sino porque su vida ha sido destruida. Porque hay algo de abuso. Totalmente, en la utilización de niños y jóvenes para solucionar o arreglar un entuerto que hacen adultos, hay abuso.
Algunas de las imágenes que inundan las voces de este poemario son la figura del Lobo, la Capucha, la Niña.
Sí, el título Capuchita Negra no es por la capucha en realidad, aunque se forma un juego de palabras interesante que habla de las máscaras que nos ponemos para sobrevivir. Tiene que ver con el poema de Gabriela Mistral, “Capuchita Roja”. Ella escribe su versión del cuento tradicional y la escribe en clave de abuso infantil. Su versión es absolutamente el abuso ejercido sobre una niña. Yo tomo eso y hago un símil en términos del trauma, el abuso ejercido por adultos y una ideología adultocentrista que domina e involucra a niños y niñas en experiencias que no son para ellos. Niños y niñas expuestos al trauma. Entonces, sí se puede hablar de un abuso de las infancias. Yo sé que es un tema tabú y doloroso, pero de nada sirve mantenerlo en las sombras. No es por echar culpas o mantenerse en un lugar de víctimas. Si queremos sanar, debemos expresar, purgar, nombrar la herida, no hacerle el quite.
Yo pensé mucho en cómo hacer este libro, lo pensé por decenas de años y me preparé. Porque si vas a hacer un libro de la memoria no puedes replicar el mismo lenguaje que habla de la memoria y que ya no interpela porque está gastado. Tienes que buscar otro lenguaje que impacte, emocione y quiebre la inercia del olvido. Es más fácil olvidar. Pero a la larga, será más difícil que olvidemos, porque el olvido nos condena a repetir. Yo no quiero que mi país sea un país donde se normalice el crimen de lesa humanidad, el abuso infantil, la represión, el trauma como forma de control social. Yo no quiero eso para Chile, esta es mi forma de aportar a la sanación de Chile, de un fragmento de Chile. Desde el arte de la palabra, desde la parte bendita del arte de la palabra, es bendita porque se plantea con una intención sanadora.
Capuchita Negra ya es un libro que se encuentra agotado. Yo lo tuve que leer en el PDF que tú me facilitaste. ¿Es posible que salga una nueva edición?
Esta 1era edición se agotó en un año, despertó gran interés. Ahora han salido más trabajos de memoria en la poesía. Antes era un tema considerado trasnochado y que solo tocaban algunos loquillos resentidos. Ahora no es así y me alegro por eso, con los 50 años se ha producido una especie de estado febril por la memoria y muchos poetas, escritores y artistas están siendo abordados por sus oleadas. Me encanta, tiene que ser así. Tampoco lo que hacemos es nuevo. Ya hablé de mujeres poetas que se han hecho cargo de la herida, pero también hay libros de poetas hombres que son dignos de nombrar, como Dawson de Aristóteles España, 30 poemas del ex poeta José Ángel Cuevas de Pepe Cuevas y Arte Marcial de Bruno Vidal. Nunca serán demasiados libros, obras de teatro, canciones o películas que aborden la herida desde un fragmento particular. Necesitamos sanar. Y tampoco es que solo exista este tema, no somos solo nuestra herida, nuestra enfermedad. Somos mucho más, somos infinitos y diversos. Usando otra metáfora de Capuchita Negra, nos vamos a poder acordar que somos oriundos del bosque, y no de la aldea ¿no? Somos del bosque, somos de un lugar libre e indeterminado.
En cuanto a una 2da edición de Capuchita, Rolo me prometió que viene y será una edición corregida y aumentada, porque desde el 2019 se han sucedido varios oleajes.
Alejandra del Río Lohan (Santiago, 1972). Ha publicado los libros de poesía El yo cactus (1994), Escrito en braille (1999), Material mente diario: 1998-2008 (2009), Dios es el yotro (2010), Llaves del pensamiento cautivo (2015), Dramatis Personae (2018), Capuchita Negra (2019), Tú calas (2021).
Amanda Cayunao Muñoz (Santiago, 1997). Es licenciada en Literatura Creativa. Actualmente cursa el Magíster en Traducción Inglés-Español de la Universidad Católica. Lee, escribe y realiza curatoría de playlists.


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