«No me rayaría tratando de buscarle la pureza a mi poesía porque es igual de bastarda que mi narrativa»: entrevista a Gabriela Wiener

Catalina Estrella

«Tengo que escribir una columna»

Así se titula el poema que por azar me introdujo a Una pequeña fiesta llamada eternidad, el libro más reciente de Gabriela Wiener, editado por Los libros de la mujer rota.

Cuando este poemario llegó a mis manos, la pila de libros por leer se expandía a todos los rincones de la casa sin distinción: en el borde del librero, justo al lado de las plantas, encima de la mesa de la cocina y en el velador de mi maride, sin contar los que hasta hoy cargo en mi bolsa porque forman parte de un montón de columnas que tengo que escribir.

Si tuviera que resumir el año en este punto, sacaría una foto de todas mis lecturas pendientes acumuladas en completo caos, una postal abrumadora como retrato de una sequía productiva que parece que por fin se está acabando.

Abro el libro casi a la mitad, justo en medio de la página, este verso:

«No tengo tiempo»

No digo sequía de escritura, ni tampoco bloqueo lector, porque pienso que de alguna forma siempre estoy leyendo o escribiendo algo. El problema es la producción, a esa conclusión llegué cuando, como un golpe de realidad, el poema me trajo al presente con esa frase que llevaba rumiando por meses.

Tengo que escribir una columna, tengo que escribir una columna.

Una persona con una tabla de madera

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Gabriela Wiener es una escritora y periodista peruana que a estas alturas no necesita más presentación que su propia obra. Con una trayectoria que se caracteriza por una escritura directa y visceral, su figura destaca como una de las grandes voces de la literatura sudamericana. Wiener es una latina residente en Europa, dueña de un discurso que no pretende blanquear porque su escritura sigue arraigada a los contextos y preocupaciones propias de este lado del mundo. Se planta de frente al colonialismo y a las contradicciones que surgen en el ejercicio literario que atraviesa un cuerpo que se sale de los márgenes del canon europeo.

Hace un tiempo estuvo de paso por Chile, pero no logramos coincidir. Por ahí dicen -decimos- que los tiempos de la literatura son inciertos, algo así sucedió con esta entrevista que partió pensada como una conversación en vivo a partir de la publicación de Huaco retrato y terminó online a propósito de Una pequeña fiesta llamada eternidad.

Gabriela, mientras leía tu libro no podía evitar pensar que, de alguna manera, la crónica se cuela entre los versos. En ciertos poemas, el valor estético radica en la potencia de aquello que no se está diciendo, pero en otros casos la narración sobrepasa al lenguaje poético.

(Sin elaborar aún la pregunta, la autora no escatima en hacer las aclaraciones y exponer los puntos que le parecen relevantes).

Puedes llamarlas crónicas en verso porque suena a algo que haría yo, pero también son los poemas narrativos o en prosa de toda la vida, que finalmente son textos híbridos, como todo lo que escribo. No me rayaría tratando de buscarle la pureza a mi poesía porque es igual de bastarda que mi narrativa. 

¿Por qué eliges el verso para narrar?

Así como me gusta que lo poético esté en mis libros narrativos, siempre he adorado las prosas y las historias poéticas que aparecen dentro de los poemarios. O los libros deliberadamente degenerados. Contar en verso es como cantar. Hay otra cadencia y una ilusión de habla, de conversación, de intimidad del pensamiento y la palabra. En Una pequeña fiesta llamada eternidad he hecho este desmontaje de prosa en verso porque siempre me encantó esa poesía. Los poemas de Roberto Bolaño son fundamentalmente historias. Un libro como Peleando a la contra del machito Bukowski me fascinaba, creo que intenté algo así con Llamada perdida, en el que el hilo que une ensayos, relatos, memorias, opinión, es la mirada poética. Mucho de la poesía gringa es así, las canciones de Bob Dylan, los beatniks –sexo, amor, drogas, autoconocimiento, espiritualidad y resistencia– mis temas favoritos. Uno de nuestros poetas maricas peruanos (tenemos muchos), Jorge Eduardo, Eielson, hacía gran poesía narrativa y otro poeta gay, Lucho Hernández, también metía mucha poesía narrativa primorosa. Pizarnik es otra que me enseñó a escribir poesía contando. 

¿Podríamos decir que este espacio de enunciación es revolucionario en sí mismo? 

Tal vez. La antipoesía de Nicanor Parra sí por ejemplo. Los cuadernos de Luchito Hernández. Toda la poesía que no salvó de morir a María Emilia, Silvia, Anne, Alejandra. 

***

Gabriela Wiener es una de mis narradoras favoritas. Como lectora de sus crónicas, siempre siento que atravieso un viaje que viene desde el cuerpo, pasa por el continente, para finalmente plasmarse en una escritura que choca de frente con todos los márgenes. Tan directa como su autora, la obra de Wiener es capaz de abrir heridas y reflexiones universales a partir del relato de vivencias personales que hacen eco de muchas otras experiencias, rompiendo el límite impuesto entre lo público y lo privado. Este no es el primer poemario que escribe, pero sí es el primero que llega a mí después de la reedición de Sexografías y, con ese antecedente de lectura, no pude evitar preguntarme por qué y cómo se sale de un espacio de escritura tan consolidado para una escritora que no adorna sus discursos.

***

¿De qué manera crees que el ejercicio poético contribuye al posicionamiento de tu escritura en un espacio disidente, de crítica contra la norma, de denuncia contra las violencias?

Porque la poesía es síntesis y contundencia, por su despojo y porque permite leer en voz alta, gritarlo, hacer que se mezcle la escritura con la vida. 

Hay ciertas imágenes que se van repitiendo a lo largo del libro: una especie de sofoco en forma de olas de calor, el anhelo del sexo –siempre un tópico recurrente a lo largo de tu obra– el mareo en medio del verano europeo, etc. ¿Esta construcción es un reflejo de la incomodidad latinoamericana en Europa? ¿Una imagen del tedio que experimenta un cuerpo latino conflictuado por la clase que habita?

Uno de los referentes de este libro es el poemario Los perros románticos de Bolaño. Yo quería hacer eso mismo con este libro. Lo autobiográfico como estado mental algo salvaje y la experiencia como una serie de luchas, utopías, migraciones, lugares, personas, desencuentros y derrotas. Para mirar otra vez lo que hicimos cuando nos sentíamos invencibles. Para volver a los caminos. Este libro es el patio de atrás de mis textos activistas. Aquí hay dolor, arrepentimiento, asfixia. Quizá en Una pequeña fiesta… el cuerpo habla sin intermediarios. 

Hay dos poemas de este libro que llamaron poderosamente mi atención: “Tengo que escribir una columna” y “Pon de tu parte”. El primero me pareció muy certero y personal, con una mirada que se sitúa hacia adentro. Un doloroso reflejo de la precariedad arraigada en el ejercicio del periodismo. El segundo cala hondo en el sentido de pertenencia a la colectividad, porque de cierta forma gira en torno a la idea bien común. 

¿De qué forma coexisten estos espacios de reflexión aparentemente opuestos en este contexto?

El primero es un poema sobre la explotación laboral. Y el segundo sobre el cambio climático. O sea que podrían ser de los poemas más sociales del libro. Sin embargo, yo no sabía que estaba escribiendo sobre esas cosas, es más, aún lo dudo. Yo solo escribí sobre una columna que no quería salir. Y otro poema sobre un paisaje que a su vez me llevó a una frase que solía decirme mi mamá para hablar de responsabilidades. Entonces ahí es donde se da ese baile entre lo personal y lo público. Me gusta que la poesía sea capaz de mostrarnos los grandes asuntos humanos con los recursos más sutiles.

Finalmente, a propósito del título de este poemario ¿es la eternidad el mero pasar de los días esperando el fin que se avecina?

La eternidad es un minuto. Ser joven es pensar en seguir la fiesta en otra parte, en alargarla hasta el absurdo. En este libro no hay resignación ni madurez, sí el aprendizaje que deja saber que estamos hechos del material de lo que se acaba, de pequeñas eternidades. 


Fotografías de María Ródenas


Gabriela Wiener (Lima, 1975) Escritora y periodista peruana residente en Madrid. Ha publicado los libros Sexografías (2008), Nueve Lunas (2009), Llamada perdida (2015), Dicen de mí (2018) y los libros de poemas Ejercicios para el endurecimiento del espíritu (2014) y Una pequeña fiesta llamada eternidad (2023). Sus textos han aparecido en antologías nacionales e internacionales y han sido traducidos al inglés, portugués, polaco, francés e italiano. Sus primeras historias se publicaron en la revista peruana de periodismo narrativo Etiqueta Negra. Fue redactora jefe de la revista Marie Claire en España y columnista del New York Times en español. Hoy escribe una columna para publico.es. Ganó el Premio Nacional de Periodismo de su país por un reportaje de investigación sobre un caso de violencia de género. Es creadora de varias performances que ha puesto en escena junto a su familia. Recientemente escribió y protagonizó la obra de teatro Qué locura enamorarme yo de ti. Su novela más reciente se titula Huaco Retrato (2021). Junto a sus compañeras está construyendo el proyecto de residencia literaria y comunidad artística Sudakasa en Castilla La Mancha, España.

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