Los críticos se están volviendo menos crueles. Desgraciadamente
Anónimo
Trad. Diego Leiva Quilabrán
Columna publicada el 21 de julio de 2023 en el sitio web de The Economist.
https://www.economist.com/culture/2023/07/21/critics-are-getting-less-cruel-alas
La muerte de la crítica despiadada[i]
Los críticos se están volviendo menos crueles. Desgraciadamente
Esta noticia es buena para los escritores y mala para los lectores.
Es rico saber que un crítico calificó la poesía de John Keats como “una cháchara idiota”.[ii] Es riquísimo que Virginia Woolf considerara a la escritura de James Joyce como “una tontera”.[iii] Y a todos nos hace gracia escuchar que cuando la crítica Dorothy Parker leyó Winnie the Pooh lo encontró tan lleno de caprichos inocentes e infantiles que ella –en su momento de escritura caprichosa– “gomitó”.[iv]
Para el lector, la vida ofrece pocos placeres más puros que una reseña muy buena o una muy mala. Para el escritor, la vida ofrece pocos dolores más puros. Después de lo de Parker, A. A. Milne no volvió a escribir otro “‘Capricho’ the Pooh”;[v]la mera palabra “caprichoso” se volvió “repugnante” para él. Después del comentario sobre la “cháchara idiota”, Keats, servicialmente, cayó muerto. “Extinguido”, escribió Lord Byron, “por un artículo”.[vi]
Hoy en día, la vida literaria rara vez brinda espectáculos tan espléndidos. Abres las páginas de reseñas de libros y es más probable ver escritores describiéndose entre sí y a sus obras con palabras como “lírico”, “brillante”, “perspicaz”, en vez de, como antes, “tedioso”, “un idiota” y “un montón de mierda”. En las páginas literarias, hoy existe lo que un redactor llamó una inflación de notas “endémica”.[vii] Un editor de BuzzFeed, un sitio de noticias, incluso anunció que su sección de libros no haría reseñas negativas en absoluto. Esto fue una noticia maravillosa para los escritores (y sus mamás) en todas partes. No fue tan buena noticia para los lectores. El mundo literario podría no necesitar llorar por los poetas despreciados, pero sí necesita lamentarse por la muerte de las lecturas despiadadas.
Pocos lo van a lamentar en voz alta. La crítica no es una vocación noble: como dice el viejo dicho, ninguna ciudad ha erigido nunca una estatua de un crítico. Pero tampoco muchas ciudades han levantado estatuas para ingenieros de alcantarillado o cirujanos de próstata. Aunque son útiles, igual que los críticos. Un buen lector podría leer unos veinte libros al año, más o menos. En contraste, 153 mil libros fueron publicados el año pasado solo en Gran Bretaña, según Nielsen BookData. Eso es un promedio de 420 libros por día. La cosecha del año pasado incluyó Thinking About Tears: Crying and Weeping in Long Eighteenth-Century France” [Pensando en Lágrimas. Llanto en el largo siglo XVIII francés”] e “Is Your Cat a Psychopath?” [¿Es tu gato un psicópata?]. Podría ser que todos esos libros merecieran epítetos como “perspicaz”. Parece improbable.
Es un secreto a voces en el circuito literario que la mayoría de los libros, de hecho, son muy malos. Es trabajo de los críticos destazarlos, primero físicamente (si trabajaras en una tienda de libros, tu primera y profundamente desalentadora primera labor sería revisar los lotes de libros que llegan cada semana) y, luego, literariamente, a través de reseñas. George Orwell, crítico experimentado, sabía que las reseñas debían ser brutales. Él escribió que “en más de nueve de cada diez casos, la única crítica objetivamente honesta sería ‘este libro no vale nada’”, mientras que la única reseña sincera diría “este libro no me interesa en lo más mínimo y no escribiría sobre él a menos que me pagaran”.[viii]
Rara vez las críticas son tan contundentes. Algunas publicaciones mantienen la tradición de la crítica enérgica, pero con mucha frecuencia las críticas se sienten como un arrogante trabajo interno. Los periódicos literarios son particularmente propensos a esto. Suelen estar plagados de críticos llamados “José Patricio”, de palabras como “cándido” y de titulares que se leen menos como una promesa que como una amenaza: “¿A dónde Somalía?”, “Estructuralismo domesticado” o (la pregunta que está en boca de todos) “¿Quién le teme a la lectura cercana?”. Las críticas despiadadas, por el contrario, usualmente optan por un estilo menos elevado. En un notable texto, el crítico Philip Hensher escribió que un autor era tan malo que “no podría escribir ni pico en la pared”.[ix]
Antes, comentarios así eran comunes en las páginas literarias. En la era victoriana, según Robert Douglas-Fairhurst, profesor de Lengua Inglesa de la Universidad de Oxford, “las críticas eran vistas como una suerte de higiene cultural, por lo que había un alto nivel de exigencia”. Los críticos no solamente atacaban a un enemigo, sino que limpiaban los salones sagrados de la literatura. Esto no les impedía ensuciarse un poco ellos mismos. Por ejemplo, un crítico llamó a la obra de un colega escritor “basura asquerosa”; el confiable y seguro Alfred Tennyson llamó a otro “un piojo sobre los cerrojos de la literatura”;[x] mientras que John Milton (aparentemente habiendo perdido por un momento el paraíso de nuevo) describió a otro como un “tonel intragable”.[xi]
Empuñen sus armas
Aunque estos excesos son divertidos, las críticas más brutales suelen ser más sutiles. Las mejores malas reseñas no son a punta de hacha, sino de bisturí, comenta el crítico británico Adam Mars-Jones, “porque si no es precisa, no va a funcionar”. Los victorianos golpeaban con bisturíes también. Uno de los golpes más refinados fue uno de George Eliot[xii] a Jane Eyre de Charlotte Brontë. “Desearía”, escribió Eliot, “que los personajes hablaran menos como los héroes y heroínas de los reportes policiales”.[xiii]
Los críticos modernos rara vez logran esa belleza letal. Con demasiada frecuencia, las reseñas están repletas de palabras de relleno: “oscuramente divertido”, “agudo”, “profunda meditación”. Muchas de ellas –lector, estás advertido– son eufemismos para la palabra “aburrido”, que está prohibida en las páginas literarias. Así que allí está “detallado” (“aburrido”), “exhaustivo” (“realmente aburrido”), “magistral” (“aburrido, pero escrito por un profesor, y no lo terminé así que no puedo criticarlo”). Y así sucesivamente.
Internet es una de las razones de este ablandamiento. Ha alterado tanto la economía de la crítica (los empequeñecidos periódicos tienen menos páginas de libros, así que los editores suelen llenarlas con los libros que debieses leer, no con los que no), como su conveniencia (los insultos soltados en el momento que parecían divertidos pierden fuerza cuando resuena en línea por la eternidad). La tendencia a reclutar críticos especialistas no ha ayudado. Si eres uno de los dos expertos del mundo en sumerio cuneiforme temprano y le das una mala reseña al otro, puede ser entretenido por veinte minutos. Y desafortunado por veinte años.
Internet también ha contribuido a reducir el anonimato. Tiempo atrás, la mayoría de las críticas no venían firmadas, lo que les daba a los críticos la falta de rostro de un desconocido trol de Twitter. Hoy, la mayoría de quienes hacen crítica no solo tienen nombre, sino que son fácilmente rastreables y se les puede insultar de vuelta. Mientras que treinta años atrás, a los críticos se les “animaba tácitamente a ir contra la gente”, ahora las personas están “aterradas de ofender”, no vaya a ser que se arme alboroto en Twitter., dice D. J. Taylor, escritor y crítico.[xiv]
Ha habido intentos de revivir la crítica aguda. En 2012 dos críticos (uno de los cuales trabaja hoy en The Economist)lanzaron un premio llamado “La crítica despiadada del año” como una “cruzada contra la tontera, la deferencia y la pereza intelectual”. Duró tres años. Fleur Macdonald, una de sus cofundadoras, cree que “la escena literaria probablemente lo necesita hoy más que nunca”, pero que tendría problemas para reavivarlo y conseguir auspicios porque “las malas críticas son controversiales”.
Las críticas despiadadas aún aparecen ocasionalmente, no apuntando a libros debut ni los de autores desconocidos (se considera inútil y cruel), pero sí a escritores suficientemente famosos como para ser atacados. En la sombra, del Príncipe Harry, fue casi universalmente criticado. Esto puede ser angustioso para los escritores. Anthony Powell, novelista, creía que las personas eran o “fanáticas” o “cagonas”, mientras que uno de los más famosos poemas del autor romano Catulo es una respuesta a los críticos que lo consideraban afeminado. Escribió “Pedicabo ego vos et irrumabo”, que quiere decir (a grandes rasgos) “Se los voy a meter por el hoyo y por la boca”. No es la clase de cosas que ves en el suplemento literario del Times hoy por hoy.
Entonces, las cuchillas relucen menos. Pero ocasionalmente aún lo hacen. Lo que puede pasarse por alto es que el real mercado para las críticos no es ni el crítico ni el autor. Es el lector. Ellos aún quieren saber, dice el señor Taylor, “si deben gastar $18.000 pesos[xv] en un libro”. Un crítico tiene “un deber” de decir la verdad. Además, si al escritor no le gusta, al fin y al cabo es escritor. Puede responder, como lo hizo Catulo. Aunque puede que opten por ser menos obscenos si quieres ser publicados en BuzzFeed.
[i] En el original “The death of the hatchet jobs”. Literalmente sería algo así como “La muerte de los hachazos”, en referencia a la crítica agresiva con las obras. En ausencia de una traducción más literal que funcionara, se optó por hablar de “críticas despiadadas” a lo largo del texto.
[ii] Se refiere a John Gibson Lockhart, que comentó negativamente el Endimión de Keats en la Blackwood’s Magazine de agosto de 1819.
[iii] Lo hace en una carta dirigida al escritor y editor Lytton Strachey, fechada el 24 de agosto de 1922.
[iv] Este texto fue publicado en el The New Yorker el 20 de octubre de 1928 con el seudónimo de Constant Reader. Allí se lee “fwowed up”, como una deformación de “throwed up” (“vomitó”).
[v] En el original: “‘Whimsy’ the Pooh”: el autor juega con la pronunciación parecida entre “whimsy” [‘capricho’] y “Winnie”.
[vi] Este comentario aparece en el Canto XI del satírico Don Juan de Lord Byron, escrito entre 1819 y la muerte del autor en 1824.
[vii] Probablemente se refiera a Alex Shepard, editor de The New Republic, que el 2016 publicó un texto titulado “Does Literary Criticism Have a Grade Inflation Problem?” [“¿Tiene la crítica literaria un problema de inflación de notas?”], donde comentaba una percepción distorsionada de la calidad de las obras literarias que se producía por su puntuación en la plataforma de reseñas Book Marks.
[viii] Ambas citas provienen del texto de Orwell “Confessions of a Book Reviewer” [“Confesiones de un crítico literario”], publicado en el periódico londinense Tribune el 3 de mayo de 1946.
[ix] En el original “he couldn’t write ‘bum’ on a wall’” [literalmente, “no podría escribir ni ‘trasero en un muro”]. Hace referencia al texto de Hensher sobre la novela The Book of Kings de James Thackara, publicado en The Guardian el 5 de octubre del 2000.
[x] Fue Edmund Goose quien dijo haber escuchado esta frase de Alfred Tennyson sobre el crítico John Churton Collins. Sin embargo, debido a que Goose eran tendiente a la exageración, se cree que lo que en verdad dijo Tennyson de Churton fue simplemente que era “un imbécil” [“a jackass”], como señala haber escuchado Goose en una carta a su esposa Ellen del 8 de agosto de 1888.
[xi] En el Colasterion (1645), último de los cuatro tratados a favor del divorcio escritos por Milton, este llama así al autor de un panfleto que respondía en contra de sus postulados.
[xii] Seudónimo masculino bajo el que publicaba ficción y crítica la escritora, periodista y traductora Mary Ann Evans, con el objeto de que su trabajo fuera tomado en serio por los círculos literarios de la época.
[xiii] Este comentario es de una carta dirigida a Charles Bray, fechada en junio de 1848.
[xiv] Todas las referencias son de la columna de David John Taylor «Why Do We Review Books?”, publicada en enero de 2020 en The Critic.
[xv] En el original, “£15.99”. Se tradujo la cifra a un aproximado del costo de un libro hoy en pesos chilenos, para facilitar la imagen.


Deja un comentario