ADELANTO
Álvaro Becerra
Padre es un padre
no es mi padre de quien hablo él no está ni estoy en esto porque padre no es mi padre no es padre exactamente el que enfría nuestra sangre en una fuente recostados a la espera del aliño o de pinzas bisturí y guantes blancos el poema son las manchas no es mi padre de quien hablo no soy yo quien calza el guante cuando padre hace y dice pero dice no lo hice y yo lo escribo y no lo escribo pues no es eso y es que el blanco que salpica o la sangre desconchada los espacios sin colmar las especias repartidas nos opacan el origen y beber de la cuchara no nos emparentará son las manchas no es el guante ni la mano con heridas que lo roza al adentrarse no es mi padre el de este libro ni soy yo quien dice esto me pregunto quién escribe cuando escribo y no soy yo
—
un niño arrastra su alarido hacia el cielo
su mirada se colma de nubes
se niega a responder las mismas preguntas
aterrizar en la misma circunstancia
entonces mira el cielo, grita
multitudes circulan raudas alrededor
padre arroja verbos macizos
porciones endurecidas de su realidad
peñascos de plata maltrecha
anclas precarias que lanza con ternura
resguardan al niño de ser llevado por la fiebre
mientras la sombra
brotada de ojos avanza
por el supermercado o el hospital
y divisa de soslayo
a padre y niño reñidos
amándose
las palabras minerales de padre
ofrecidas como el pavimento
allanado para no hundirse ni elevarse
a menudo agrietado por los años
padre arruga la frente al dar consejos
el niño escucha solo en parte
trozos de cielo en los ojos
el sol es la fiebre de la vista
la gente orbita en torno
al centro la riña familiar
padre dice terco y es cierto
dice dinero y lo mismo
el niño intuye luz donde hay vacío
pero está afiebrado de gravedad
con los pies sobre la tierra
hace un berrinche por un juguete
vocifera su deseo, un artificio
de plástico ensamblado
de palabras incandescentes
padre lo mismo y es cierto
que no levanta la vista pues le alcanza
con la luz reflejada en la llanura
saber que regresa día a día
la música de fondo a los locales
lo mismo lo mismo y es cierto
que afiebrado no podría trabajar
ni entregar amor por consiguiente
guía al niño por un sendero liso
pero con grietas
la fiebre entonces consiste
en despeñarse
la temperatura elevada
lucha contra la monotonía
todavía gritando
observa el rostro de su padre
identifica los surcos oscuros en su frente
y salta
—
con amor de hombre
padre enseña a un hijo a ser derecho
la fortaleza de una tabla de madera
que haga argollas con los años
tronco vetado como joyería
muñecas o ciertas prendas de vestir
nuestra mesa que viste de falda
también es recta y me encantaba
curvarme bajo ella, permanecer
escondido sostengo una fantasía
de platos calientes, me dijiste
si esto se enfría no vale un peso
en la cabina delantera
esperamos que el motor entre en calor
esquivamos preguntas, sostenemos
un hogar donde el silencio
es un hombre que habita entre los dos
lo alimentamos con astillas
y aserrín, con la espalda
bien puesta en el asiento
—
frente a un metalófono de ocho notas
me preguntas por un sonido que no logras reproducir
un bemol que habita entre dos de las teclas que sí dispones
empeñado en encontrar la frecuencia exacta me preguntas
si acaso al superponer esos dos tonos
si al tocarlos al mismo tiempo sonaría el que estás buscando
pero como cuerpos no oímos nuestra sordera
nos resistimos a deshacer los binomios y a descubrir
entremedio o más allá o más acá de lo que hoy somos
convencionalmente siendo lo que somos lo que somos
estas dos columnas vibrantes de metal percutido
por la pregunta de una niña
cuál es la cartografía de este metalófono sin bemoles
y si al decir los dos extremos juntos se anulan
o acaso nombran lo que está al medio o allá o acá
en este revoltijo de arbitrariedad y categorías
somos apenas
dos colgajos más o menos informes uno al lado del otro
y que de tan próximos al vibrar no sabremos
si seremos o no capaces de resolver la tensión que resulta
de disponer con belleza nuestras disonancias
como tu intachable certeza de que un dios nos rige
con lo que solo estoy de acuerdo si es una niña
y compone música, fabrica pianos ominosos
y escribe y traiciona sus libros de armonía
nos esconde algunas teclas y percute nuestros pechos
lonjas metálicas a la espera de un golpe, lo que somos
un par de soplos estremecidos que buscan
convivir hasta el silencio
—
a la altura del corazón un oído descansa en mi lomo y habla el oído dice has sentido alguna vez hace una pausa el deseo de ser padre me pregunta si quiero ser padre digo no niego rotundo su pregunta el oído pregunta escarba mi interior que es afuera donde está él bien adentro el oído escucha me escucha el pecho enternecido empalagoso yo un hastío de agujas punzantes dedos y el tímpano no debe intervenirse el oído bota palabras un reguero de cerumen quiere envolverme el sonido perfora el cuerpo me dice el oído el oído me pregunta si es eso lo que me enseñaron mis padres le digo que no irritado me vuelvo agresivo quiero irme taparlo no escuchar lo que dice lo que escucho el oído calmo meloso sonríe cera cerumen cebo y de súbito su dedo dice entonces el índice brillante el oído dice entonces yo te voy a enseñar y lo clava el oído me clava el dedo me perfora el esternón ahí donde lo divino o lo monstruoso suspende las funciones vitales boquiabierto ojihinchado me digo esto es un sueño pero algo que no ocurre no cesa de ocurrir
—
si rezo a quien descreo trago el vómito
los poetas que admiro se desangran
fantasías de liberación y cristales vuelan
me dices hay que calmar los nervios
un niño cuelga desde un balcón
intenta educar a sus padres
acaso la tristeza supone una postura
una forma de administrar las cosas que amo
con el peligro de romantizar el vértigo
y si lo intento querría en todo caso
que llames a un hermano
que no estés solo en ese instante tan horrible
Álvaro Becerra (Los Ángeles, 1991). Ha sido becario de la Fundación Pablo Neruda y del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Padre es un padre es su primer libro.


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