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Diego Leiva Quilabrán
Novela de Claudio Bertoni
Entender, como Enrique Lihn en 1987, que la poesía de Claudio Bertoni es un work in progress es ya lugar común, pero no por ello menos cierto. Sin embargo, quizá en los últimos años habría que matizar esa afirmación. Quizá esté un poco más arrojado al pasado que en la escritura de sus primeras obras o de sus diarios de principios de los setenta, pero publicados por la Universidad Diego Portales el 2007 y el 2011. Quizá habría que acercarse de otra forma al período del autor con Editorial Overol, que comenzó con Una conversación con Claudio Bertoni el 2017, que ya acumula los breves títulos Violeta (2019), Cero (2020) y Miércale (2022) y que al que recientemente se sumó Novela (2023). Quizá, solo quizá, porque el poeta en este último título abre una posibilidad de
Volver al sin fin de la novela que podría ser grabada todos los días sentarse copiar lo que hay cuidadosamente de la jornada por un lado y por el otro 365 días se tiene una novela de 365 páginas. (p. 56)
Los temas de Bertoni no han variado mucho a lo largo del tiempo, de lo que podemos responsabilizar al talante obsesivo de su escritura. Bertoni confirma con cada obra su carácter de poeta rumiante: en su relación con los contenidos de su poesía, sobre los que ha vuelto una y otra vez en la literatura y la fotografía (el amor, el erotismo, la muerte, la enfermedad, el suicidio o la lectura) y que han circundado su propia vida. Confirma además su habilidad para habitar el gramática del zen, la de la expresión breve, cerrada y autosuficiente, aunque también conoce el arte de desbordarse. Al alargarse y acumular palabras –tal y como acumula chucherías encontradas por las playas de Concón– la verborrea corre y corre tratando de agarrar una cosa, una sola cosa, que al terminar el libro pueda tener sentido y, valga el gringuismo, hacer sentido.
Novela está motivada por el recuerdo de un amor, por la actividad de bucear en momentos que son síntomas de huellas mnémicas. En No faltaba más (Cuarto Propio, 2005), Bertoni expresa: “¿es posible/ que un buen rato/ sea sólo un buen rato/ y no la memoria/ de un antiguo, infinito/ inolvidable buen rato?”. Ese es un buen hilo del qué tirar. ¿Por qué titular precisamente Novela cuando la trama es lo elusivo y a lo más que podemos asistir es al proceso de construcción? Porque es la manera en que una voz puede acercarse con intuición y afecto a un inolvidable buen rato. Reconoce así, en el ejercicio metafórico de acercarse, la distancia irremontable entre dos tiempos, elaborando el presente el tiempo de la pérdida, del consuelo y, por qué no, la maravilla.
Cierto profesor universitario hablaba de antinovela, un concepto que, aunque se agotaba rápido en sus clases, ayudaba a pensar en narrativas que suspendían su propia historia para detenerse en el hecho de la escritura. ¿Qué es Novela, sino el conjunto de invocaciones del amor, que como síntomas podrían dar paso a una novela?
Es idiota buscar o estudiar o investigar
no eres la Soledad Fariña
ni eres la Marguerite Yourcenar
eres un aspirante a contar su vida
en un casete viene mi adicción a ti
no tiene futuro como argumento sustituto,
ersatz de novela (p. 26-27)
Si el título del libro es su objetivo, el poemario se vuelve una prenovela, una antinovela o, como se menciona en el fragmento, ersatz –‘sucedáneo’– de novela.
Esta prenovela muestra, como es común al leer a Bertoni, lo contradictorio que puede haber en la verbalización de los afectos. Afectos que siempre tienen un objeto, aunque esté perdido para el lector o desplazado en la retórica del hablante. No es extraño encontrar en su obra anterior a la miseria y el autoflagelo conviviendo con la experiencia de objetos o situaciones sublimados o las excrecencias del cuerpo colindando con la belleza. En esa misma línea, el ritmo de Novela alterna la gramática concisa, influenciada por la poesía oriental o legible como un ejercicio flaubertiano buscando la palabra precisa, con parrafadas delirantes y acumuladoras. Incluso cuando se dice poco, se puede advertir el arrebato de un hablante que mira compulsivamente. Para muestra, dos fragmentos del poemario:
Y una serena vez le dieron ganas de hacer lo que hizo en el camino y de vuelta los vi a los gruesos troncos cafés y de solo pensar que habían salido de su guatita me conmoví (p. 21).
Fue tan bonito inesperado entrar en esa oscuridad literalmente corridas las pequeñas cortinas de la pequeñísima ventana y el día entero sin luz te levantabas y traías cositas estabas como alelada como tomada como absolutamente dormida y enternecida y enrojecida y abríamos sin darnos cuenta los ojos de otros de nosotros mismos nos turnábamos en abrir y alternarlos el calor del día que desapareció para volver sin sol a nosotros la longitud de los abrazos como un zombi salí volví con el pasaje como un ticket dichoso en la mano un día después pasó una año en la pieza mil segundos diez minutos ¿hasta dónde? ¿desde cuándo? En la pieza que puso aliento y fuego de ruca y vestíbulo de lobby en el corazón de los que golpeaban nuestra puertecita y abriste y los dejamos entrar y los quemamos a todos como marshmallows como hojitas trozos de los palitos que nuestro dios nos mandaba que nuestro día que nuestro momento nos mandaba que nuestro inmóvil respirar susurrar y aprovechar nos quemaba y consumía y devolvía en diez minutos pasaron esas cuestiones que los demás llaman tiempo y que a nosotros nos llamaba piropéandonos (p.73-74)
Novela es un libro fundamentalmente metonímico, porque arma, o intenta armar un relato a través de lo que está fuera de foco, de la minucia, como escribió una vez Alejandra Costamagna hablando del libro Rápido, antes de llorar. El work in progress de Bertoni es lo que ha recolectado, fotografiado, secretado, vivido, oído, visto, olido, palpado, amado y despreciado. Novela es un texto que va de lo mínimo a lo grande, una antinovela y poemario de lo que queda por recoger en la playa que es también la memoria personal, con su oleaje y su resaca.


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