El terror en sus relatos
Rafaela Gómez
La mujer anterior de Amanda Teillery
Previo a leer cada cuento que compone La mujer anterior, tenía en mi mente las palabras de Amanda en el reel que se subió a Instagram. En él, menciona que estos cuentos están integrados por protagonistas mujeres que viven «situaciones inquietantes y terroríficas». Además, tenía muy presente la línea editorial de Viuda Negra Ediciones y el trabajo de portada que se hizo y que nos envuelve en una atmosfera de misterio. Todo esto me influenció a leer cada uno de los cuentos bajo esta clave de lectura: el terror. A su vez y por consiguiente, no pude dejar de preguntarme qué era lo terrorífico en estos cuentos, qué era lo que realmente daba miedo y por qué; cómo, a nivel de significado y forma, nos provocaba miedo a nosotres los lectores.
Ya de por sí es importante destacar que el género del terror es muy amplio, ante lo cual podemos pensar en muchos tipos de terror. Esto también me motivó a intentar dilucidar qué tipo de terror es el que trabaja Amanda en este libro.
He tenido la fortuna de conocer a Amanda y su interés por el género del terror en diálogo con el cine. Debo confesar que mi interés por comprender, ver y leer sobre dicho género es gracias a ella. Amanda me acercó a un tipo de terror del cual gusta en particular, al que se refiere bajo el concepto de «horror elevado». En sus propias palabras, lo podríamos definir como «una tendencia en el cine de terror donde prevalece la experimentación y el desarrollo de un subtexto que sirve como comentario social, filosófico, etcétera. Por lo mismo, una característica principal del horror elevado es el uso de la metáfora».
O sea, estaríamos frente a un horror que no es explícito en absoluto. No se trata de un terror como el que se trabaja en películas como El conjuro, El exorcista, El aro, El amanecer de los muertos, porque no queremos asustarnos de manera vacía. Películas que sí entran en esta categoría serían El resplandor, Midsommar, The Lighthouse, Lamb y Pearl. Cuando leía los cuentos de Amanda, la conexión con el horror elevado fue inmediata. Y esto me lleva a afirmar, por consecuencia, que el terror acá no busca producir miedo sin más, sino revelar, por medio del recurso del terror, una problemática social, cultural y política. En otras palabras, el terror en los cuentos de Amanda funciona como una herramienta tanto estética como literaria, que nos permite narrar problemáticas, en este caso, de clase y de género.
Pienso entonces en el terror como un síntoma de lo que realmente está sucediendo a nivel de trama. Como ejemplo destaco la película It follows (2014), donde una chica sale con un chico, se acuestan, pero luego, sin que se muestre en la película, el chico aparentemente la viola. Es una lectura que yo hago de la escena que reemplaza la violación. Tal escena no es explícita, funciona más bien como una metáfora para construir el argumento del film. En palabras más sencillas, lo que ocurre en dicha escena es que el chico la droga y le dice que ahora ella vivirá con un sentimiento de que la persiguen, y que la única forma de liberarse de eso es traspasándoselo a otra persona sexualmente. De alguna manera, esto estaría funcionando como una metáfora para hablar de la violación y las consecuencias psicológicas que eso implica. Digo esto porque la chica después comienza a ver gente que la persigue y actúa de manera paranoica, aun cuando, en realidad, eso paranormal que intentan plasmar en la película no es tan paranormal, si lo pensamos como una sensación parecida al miedo que se siente después de haber vivido un evento traumático.
Por esta razón, cabe hacer el ejercicio de preguntarnos cuáles son las problemáticas que Amanda trabaja en sus cuentos a través del recurso del terror, por qué nos producen terror, y cuáles son los puntos de fuga o puntos de resistencia ante eso que horroriza a las mujeres de la trama y a nosotres como lectores.
Cito: «Con el paso de los años, el cuerpo de Teresa empezó a cambiar. Su aspecto tenía una apariencia diferente y su voz otros matices, pero un aire infantil y una actitud ensimismada seguían en ella. Su mamá la forzaba a llevar siempre el mismo corte de pelo recto y casi a la altura de las orejas, sujetado por un cintillo negro. Sus faldas seguían siendo excesivamente largas y su mochila y lonchera rosadas, como las de una niña pequeña. Todas crecían, pero algo insistía en Teresa para mantenerla en la infancia… este era otro motivo por el que el resto se incomodaba con su presencia, ya que era como una guagua gigante».
El grotesco que se presenta en esta escena construida por Amanda nos permite adentrarnos en sensaciones molestas, en las que el exceso de un cuerpo infantilizado en un cuerpo adolescente nos permite cuestionarnos –desde el horror que nos produce– por qué ese cuerpo crece hacia afuera, por qué crece a los ojos de resto, pero no crece hacia su interior, no crece en contra de su madre, no crece para sí. Es un cuerpo estancado porque, en diálogo con los versos de Mistral, «¡Yo no quiero a mi niña/me la vayan a hacer reina!». Esto destituiría a la madre de su puesto de poder, dominación y control. La hija no puede ser adulta, la hija no puede ser la reina, la hija no puede ser la madre. El verdadero terror lo hallamos cuando nos damos cuenta de estos vínculos insanos, grotescos y enfermizos que muchas mujeres hemos y han tenido que vivir.
Cabe destacar un trozo de luz en la oscuridad de estos relatos, pues las protagonistas de Amanda no son mujeres del todo estáticas, y la manera que tendrán de salir de sus opresiones será por medio de gestos subalternos de emancipación, en diálogo, por supuesto, con los planteamientos de Spivak. Teorizar desde Spivak puede ser contraproducente y contradictorio cuando pensamos en la clase de las protagonistas de estos cuentos. Pero, por más que estén en un espacio aparentemente privilegiado, ¿quién está dispuesto a escucharlas?
Desde esta teoría, pienso a los cuerpos anteriores de esta obra como cuerpos subalternos que responden a los puntos críticos que plantea Spivak, en vista de que estamos frente a sujetas que, por más que tengan la capacidad de hablar, el lugar de enunciación no se los permite, porque estamos frente a un problema de género, y aquello que nos enferma y nos impide botar de la cama al cuerpo que nos asfixia, es nuestra condición de mujer en el mundo. Ya lo dijo Rossi Braidotti en diálogo con Simone de Beauvoir, «ser mujer en el mundo marca un punto de partida para toda reflexión crítica».
Además, cabe mencionar que estos cuerpos femeninos cumplen con la condición de sujeto colonial. Reitero entonces la pregunta: ¿quién está dispuesto a escuchar a Teresa? Incluso cuando intenta hablar en la ceremonia de la muerte de su hermano, su madre la baja de la tarima. Ante esta negación de la voz de la hija por parte de la madre, a Teresa no le queda más que realizar una resistencia subalterna, la cual consiste, aparentemente, en la risa, además, por supuesto, de ser la aparente asesina de su hermano. ¿Qué nos dice dicha acción? ¿Qué nos está queriendo gritar Teresa? ¿De qué la libera este acto? ¿Qué ocurre en el caso del segundo cuento, «La gente que conoces»? El punto de fuga de Andrea también fue cometer un asesinato. ¿Nos produce miedo el hecho de que sean personajes infantiles quienes matan a otros cuerpos?
Me atrevería a decir que, bajo el terror de Amanda, el asesinato pasa a ser un hecho superficial, que traslada el terror a las nuevas actitudes de las personajes, como el hecho de haber sido siempre una niña consentida, para luego comenzar a tener comportamientos de adulta. Lo que produce miedo, en ese caso, es el efecto del asesinato cometido, el silencio y el peso que cargará por siempre Romi, la única testigo del crimen.
Vuelvo a citar: «Y después viene lo terrible, lo siniestro. Después viene todo lo que le quita sentido al mundo… preguntarse cómo olvidar una vida entera que nunca fue suya». Así concluye el cuento que da nombre a este libro. ¿Nos da miedo cómo cruje el piso de madera? ¿Nos da miedo que el anciano hable solo y confunda con otra mujer –la mujer anterior– a la nueva cuidadora? Lo que nos da miedo es problematizar nuestra identidad, lo que nos da miedo es preguntarnos quiénes somos, quiénes no somos y quiénes dejamos de ser. Lo que da miedo es construirse una imagen por medio de los elogios de un cuerpo masculino que no se aprendió nunca nuestro nombre, porque fuimos una replica más, un molde, la reproducción genérica de lo que es el cuerpo femenino.
Entonces el terror surge cuando, por intentar escapar de la otra realidad que nos oprimía, como es el caso de «La mujer anterior», nos hallamos en un círculo vicioso en el que, nuevamente, el lugar de enunciación no nos permite la fuga total y definitiva, en esta sociedad en la que para cambios radicales, como menciona Rita Segato, la masculinidad frágil debe ser un tema central del debate y debe ser cuestionada justamente y de una vez por todas, por los propios hombres.
Cito: «De repente el miedo de encontrarlo en uno de sus malos días. De pronto el miedo a que subiera el tono de la voz y se abalanzara sobre ti con rabia, porque algo debiste haber hecho mal. Siempre fuiste tú la que hiciste algo mal». Y eso nos devuelve las náuseas y el horror al pensar en un posible cuerpo masculino que abusa, y algo en nosotras insiste en manternenos a su sombra, algo siempre hace que te quedes, y te preguntas y no sabes y vuelves a sentir el peso de ese cuerpo sobre el tuyo, las ganas de salir corriendo, de escupirlo, de tirarle agua caliente. ¿Pero qué te hace permanecer?, se pregunta la protagonista del cuarto cuento de este libro, y lo más terrorífico es pensar que lo que nos hace permanecer es que crecimos en un ambiente del desamparo, del desconocimiento y de la nula educación sobre la autonomía de nuestros cuerpos. El sistema nos crió silenciadas, pero no saben que somos capaces –de manera lamentable y como último recurso– de llegar a matar como Teresa y Andrea. Somos capaces de dar muerte porque cuando ya nos han matado en vida, los límites se borran y el cuerpo habla por sí solo.
Los cuentos de Amanda nos invitan a hallar nuestros propios puntos de fuga, matar metafóricamente a la madre dominante, al cuerpo sobre tu cuerpo sin consentimiento, matar tu identidad y rearmarte, porque, de acuerdo a Bernardita Bravo en No reinas: «el terror paraliza pero también nos vuelve exigentes. Incita a revertir lo que ya es definitivo. Haz algo, asesina». Cito a Amanda para complementar esta cita de Bravo: «Y esa certeza te iluminó… te llenó de esperanza. Y dejaste de oponer resistencia y soltaste los puños y te dijiste por primera vez, “puedo irme”», porque siempre podremos irnos, mentir, salirnos con la nuestra en circunstancias donde el horror es solo el famoso tupido velo de nuestra grandeza, de nuestra vida y muerte y vida de todas las mujeres que podemos ser en una sola. Reconocerse en múltiples cuerpos para construir una mejor versión de nosotras mismas, por nuestras antecesoras y coetáneas, por quienes se duelen y brillan, aquella única gran Mujer Anterior que llevamos dentro y que promete todos los días avanzar desde la experiencia, surcir viejas versiones, sin temor a hablar, y en honor a mi querida Amanda, sin temor a escribir.
Casa Palacio, 15 de diciembre de 2023
Rafaela Gómez (Copiapó, 1998). Estudió Letras Hispánicas y magíster en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha participado del Taller de Escritura Narrativa de María Paz Rodríguez (2021) y del Taller de Edición de Alejandra Moffat (2022). Fue becaria de la Fundación Pablo Neruda en Valparaíso durante 2023. Obtuvo Mención Honrosa en el premio Roberto Bolaño en la categoría Novela en 2021. Mantis es su primer libro.
Amanda Teillery (Santiago, 1995). Es egresada de la carrera de Literatura Creativa por la Universidad Diego Portales y actualmente cursa el magíster en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autora del conjunto de cuentos ¿Cuánto tiempo viven los perros? y La mujer anterior. También de la novela La buena educación. Además, es cocreadora y editora en la microeditorial de fanzines Homologa Ediciones.


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