Bajo las luces del neorrealismo
La quimera de Alice Rohrwacher

Alcides Castro Lizárraga

Quimera:

2. f. Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo.

En un pueblo rural de Italia, un inglés llamado Arthur (Josh O’Connor) es un , tiene el don de percibir donde se encuentran tumbas antiguas sepultadas por el paso del tiempo. Junto a un grupo de amigos/colegas se dedican a saquear las criptas para venderle sus hallazgos a un millonario que se hace llamar Spartaco. Así se podría resumir el argumento de La Quimera, el nuevo largometraje de Alice Rohrwacher –directora italiana conocida sobre todo por la celebrada Lazzaro Felice–, aunque en este caso eso de poco nos sirve. 

Sabemos que la simplificación de una película a los sucesos que en esta ocurren es un error, más aún este caso donde lo primero que capta nuestra mirada es la decisión de la directora de fotografía Hélène Louvart de rodar en fílmico, algo cada vez menos usual, y, no contenta con esto, decide además utilizar tres formatos de película distintos; 35 mm, Super 16 mm y 16 mm. Esto, que podría ser una simple curiosidad para páginas de trivia, no es un mero capricho y cumple, además de aportarle tonos, colores y ritmos distintos, una función narrativa en el filme. Sin ir más lejos, las escenas que corresponden a recuerdos del protagonista están rodadas en Super 16mm y 16 mm, poniéndonos inmediatamente en un registro distinto. Resalta también el cuidado trabajo de composición de planos, hay una búsqueda de generar imágenes potentes que asalten al espectador desde un comienzo. En la escena del tren que abre la película, por ejemplo, tenemos en un momento la visión del protagonista parado en el pasillo con todos los pasajeros mirándole –y, con ello, a nosotrxs– mientras se ve el camino a toda velocidad en las ventanas que filtran la luz caleidoscópicamente. 

Rohrwacher trabaja con un abanico de referencias que reorganiza bajo su propio lente, transmutándolas hasta conseguir un estilo personal, que ya podíamos advertir en sus producciones anteriores. En este sentido, resulta ineludible la influencia del neorrealismo italiano: La Quimera es un filme que trabaja con la representación de las clases populares al modo de esta corriente cinematográfica, y he ahí uno de sus mayores aciertos. No retrata desde el pornomiseria en el que tan frecuentemente caen –muchas veces sin quererlo– cineastas menos avezados, ni desde la romantización ridícula de la pobreza que solo puede venir de un persona a la que nunca le ha faltado nada. Por el contrario, muestra a los personajes de modo complejo, no como meras representaciones de su clase. Para aterrizarlo en la película: el protagonista acaba de salir de la cárcel, está flaco porque apenas tiene para comer y vive en una especie de cobertizo en la quebrada de un cerro del que lo desalojan. Todas estas situaciones no son el personaje, sino que son circunstancias que este atraviesa, afectándolo sin determinarlo, alejándose así de una configuración unidimensional del mismo. 

Sigamos con Arthur. Hay una decisión consciente en la película de no categorizar al protagonista como héroe ni villano. Esta intención, declarada por la directora en una entrevista con el canal de Youtube de Letterboxd, es central. La búsqueda de una representación más fidedigna de una persona, con sus claroscuros, también nos remite al neorrealismo y a sus personajes interpretados por no-actores. En La Quimera esta búsqueda funciona en primera instancia gracias al guion de la propia Rohrwacher que se cuida de no emitir juicios en ningún momento sobre su protagonista —recordemos que en definitiva estamos frente a la historia de un criminal—pero de poco habría servido esto si no fuera por la gran actuación de Josh O’Connor. El actor inglés logra transmitir esta ambigüedad del personaje y dar una performance que carga con gran parte del peso dramático de la película, a pesar de que estamos frente a un tipo que se pasa una buena parte del tiempo fumando en silencio. 

Sería un pecado no mencionar, en ese sentido, que La Quimera cuenta con la presencia de la mítica actriz italiana Isabella Rosellini, haciendo esta vez Flora, una anciana que vive en el límite entre la demencia y la cordura, entre el amor filial por Arthur y el aprovechamiento rozando el maltrato para con Italia (Carol Duarte). Ella es una joven presentada como la aprendiz de canto de Flora pero que vemos realizando las labores de una empleada doméstica. 

Pero, finalmente, ¿qué tipo de película es La Quimera? En la respuesta a esta pregunta se encierra una de las características fundamentales del largometraje, La Quimera es una mezcla de géneros: cuando el grupo de tombarolis se meta a las tumbas enterradas parece por momentos que estuviésemos viendo una versión estilizadísima de Indiana Jones y los cazadores del arca perdida; en las escenas que comparten Arthur e Italia estamos ante una historia de amor entre dos perdedores como en una película de Kaurismaki; también el filme juega con elementos de lo fantástico, pequeñas inclusiones que no alcanzan para lanzarle encima la categorización fácil de realismo mágico, pero que aportan una sensación de extrañeza encantadora; a su vez, es la puesta en escena de una pérdida, de la melancolía de Arthur, su imposibilidad de fijar el duelo; pero no es ni mucho menos una película desoladora, ya que cuenta con momentos francamente divertidos como contrapunto a esta tristeza. Por ejemplo, la escena de lxs niñxs llenxs de piojos. 

La Quimera es, a fin de cuentas, la confirmación de Alice Rohrwacher como una directora/guionista que, si bien bebe de una tradición cinematográfica reconocible, posee un estilo personal y distintivo, características que, lamentablemente, cada vez se hacen menos comunes.  

Por estos días, La Quimera cuenta con funciones gracias a Centro Arte Alameda Distribución. Puede verse en Arturo Prat #33, Centro Arte Alameda – Sala CEINA.


Deja un comentario

Previous Post
Next Post