Los horizontes y la curiosidad
En esa época de Sergio Bizzio

Diego Leiva Quilabrán

Una partida de soldados es enviada a la frontera de la provincia de Buenos Aires y la pampa indígena. El objetivo: cavar una zanja que detenga los malones y complique la internación de ganado robado en territorio salvaje. El obstáculo: una nave extraterrestre en medio de la excavación. En esa época, publicada originalmente en 2001 y que cuenta desde el año pasado con una edición chilena por Laurel Libros, conjuga una dimensión histórica con una fantástica en un juego de horizontes narrativos. El fenómeno alienígena despierta una narración enrarecida, cómica y a ratos hasta ridícula, poniendo en jaque al silencio –¿cómo no contar esto?– y a la palabra –¿cómo contarlo?–.

La dimensión histórica: en 1876, Adolfo Ansina, ministro de Guerra y Marina de la Nación Argentina, ordena la construcción de la zanja ya mencionada. La dimensión imaginativa: soldados e indígenas tienen una experiencia cercana del tercer tipo con la nave y dos tripulantes, unos chicos de once millones de años, venidos desde un «planeta muy pequeño, igual que la provincia de Tucumán amasada como una pelota» (p. 64). Esa frase marca el asunto fundamental de este libro, parte de una tradición de la ficción argentina que mezclan horizontes locales y, digamos, metropolitanos –géneros que asociamos generalmente al mainstream gringo–. 

En esa cadena, aparecen obras diversas: desde la novela Viaje maravilloso del señor Nic-Nac al planeta Marte, en el que se refieren las prodigiosas aventuras de este señor y se dan a conocer las instituciones, costumbres y preocupaciones de un mundo desconocido de Eduardo Holmberg (1876); pasando por Los extraterrestres (1983) –versión cinematográfica criolla de E.T. el extraterrestre (1982) protagonizada por Alberto Olmedo y Jorge Porcel– y Adiós, querida Luna (2003) –película del subgénero catástrofe espacial y adaptación de Gravedad, obra dramática del mismo Sergio Bizzio, emparentada con películas como Armageddon Impacto profundo (ambas de 1998)–; hasta obras más recientes como Ascenso y apogeo del imperio argentino de Michel Nieva (2018) –conjunto de relatos interconectados que imaginan una Argentina que con estatus de potencia en la Vía Láctea– y Astrogauchos (2019) –film que desarrolla paródicamente elementos de la Carrera Espacial de los años 60–.

Esas ficciones, en cuyo grupo sin duda está En esa época, son operaciones culturales: especies de sustitución de importaciones, mezclada con las limitantes presupuestarias o imaginativas de una posición periférica. Pueden ser leídas incluso como gestos en la línea de lo que Néstor Kirchner mencionó en su discurso de asunción en 2003: «Pensamos el mundo en argentino, desde un modelo propio». Hablar de un «planetín del porte de la provincia de Tucumán» es acceder a la descripción de elementos desconocidos con referentes reconocibles. Formas propias para aprehender formas ajenas: extraterrestres, sí, pero que en cualquier caso podrían ser legibles como culturales. En la pugna territorial entre el naciente Estado argentino y las comunidades indígenas, otredades una de la otra, se instala una, que las agrupa, insólitamente, en un solo conjunto que contempla este fenómeno.

En esa época recuerda, entonces, a una tradición de obras que han importado los más diversos géneros del cine en un contexto local. Este aterrizaje no es limpio –no puede serlo– y, en general, el horizonte local enriquece con propuestas innovadoras el cruce con algunos aparatos formales foráneos.

La legibilidad, la curiosidad, la ignorancia y la palabra rondan la historia de En esa época. En torno al «marciano» como posición tan novedosa como incómoda, la ficción literaria expande el registro histórico, explotando el potencial de este como ficción política. Hay que maniobrar en la escritura este elemento ajeno, el marciano, para estabilizar medianamente el relato, tal y como deben maniobrar los grupos de personajes –soldados e indios– el insólito encuentro. Al mismo tiempo, hay un conflicto con entre estos grupos: el que gatilla la construcción de la zanja y del que debe hacerse cargo el relato. Simbólicamente, volvemos al viejo y reactualizado motivo de la civilización contra la barbarie.

Y si volvemos sobre esa línea cultural trazada al mismo tiempo que se definían los territorios soberanos, encontramos en su comienzo a Sarmiento y el Facundo (1845): 

«¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República Argentina el simple acto de clavar los ojos en aquel horizonte y ver… no ver nada: porque cuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más se le aleja, más lo fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda? ¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? […] He aquí ya la poesía: el hombre que se mueve en estas escenas se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto».

No cuesta mucho solapar la imagen decimonónica de la pampa a la que nosotros tenemos del universo u otros espacios inconmensurables. Michel Nieva, en la ya mencionada Ascenso y apogeo…, llegó a proponer la imagen de una «pampa vertical» para hablar de un precipicio jupiterino: 

«¿Qué interés había en visitar esta lejana y desolada planicie, aburrida en su verticalidad, vertiginosa en su monotonía, periferia situada en el absurdo conurbano de la galaxia, jamás surcada por el pincel o la metáfora de ningún vate, sobre la que los titulares de los diarios de Buenos Aires jamás se pronunciaban, y que habría podido desaparecer para siempre sin que ni una lágrima de gaucho africano, ni de nadie en todo el Guijarro Terrestre, humedeciera su memoria?»

En la mirada del lector, la figura distante a años luz del extraterrestre se superpone a la del indio visto por el soldado, y a la del soldado visto por el indio. La imagen resultante se asemeja bastante a la de visitar un laberinto de espejos. Sobre todo, porque, al mismo tiempo, tanto soldados como indios comparten, junto al paisaje, la categoría de lo desconocido para los «chicos» que salen de la nave: 

«No es fácil imaginar lo que pasaba por sus cabecitas transparentes: habían nacido en el interior de la máquina y no tenían la menor idea de lo exterior; no lo tenían ni siquiera como concepto. Esta es primera vez que salían. La expresión de curiosidad y asombro en sus caras era conmovedora: miraban el cielo, miraban la máquina, la tierra, la pampa, sus cabecitas giraban a un lado y a otro, arriba y abajo, observando detenidamente cada cosa, el pasto, la zanja las dunas, el sol. Los hombres no parecían llamarles la atención: ya habían visto a varios de ellos, ya lo conocían. Un pájaro pasó volando a baja altura y uno de los seres lo señaló con un dedo hasta que ya no pudo verlo. El otro tenía la vista fija en un cardo» (p. .42).

A la vez, la novela no despreocupa asuntos centrales del conflicto para establecer soberanía en territorios indígenas. Aparecen las estrategias posibles de guerra, la precariedad de las partidas de soldados desplazados, el rapto de mujeres blancas, la desconexión de la política central y el miedo a lo desconocido y al campo abierto, entre otros motivos. En ese espacio que para Sarmiento ilustraba la más tormentosa nada, Bizzio levanta un circo de sentidos y hechos: hay reencuentros fortuitos cargados de melodrama, hay deshumanización de lo desconocido, hay momentos ridículos en torno a las gracias de los dos «chicos». El ludismo de la curiosidad ante cada fenómeno, para unos y otros, articulan una mirada que esquiva la interpretación moral de la historia argentina y la usa como pretexto para jugar. En ese sentido, la curiosidad se vuelve un estado de alerta necesario, una claridad de la mirada que moviliza la acción. Dice el narrador, a propósito de un militar que abofeteó a los «chicos» cuando los vio, uno con su gelatinoso brazo en el culo de un caballo y la otra masajeándole los testículos: 

«Para ellos no estaba ni bien ni mal lo que habían hecho, por supuesto; si tenían ganas de tocar, tocaban. ¿Acaso no era todo nuevo para ellos? ¿Acaso no tenían derecho al juego de la novedad? Si hubieran conocido las palabras culo y pelotas hubiera sido distinto, pero no las conocían todavía, y aun así hubieran estado muy lejos de entender la razón por la cual, mientras Ignacio Bernal se incorporaba contando lo que le había visto hacer, el coronel se ponía alternativamente pálido y rojo, como un tictac. Claudio, en tanto, se hacía el distraído: los chicos no habían hecho otra cosa que repetir con el caballo lo mismo que habían hecho con él un momento atrás, en el fogón. “Ah, qué vida”, pensaba Claudio. “Son unos chicos magníficos.”» (p. 48)

Ese margen de posibilidad y de desconocimiento abre las puertas al juego de perspectivas entre los personajes y al desplazamiento antes señalado. La curiosidad, además, es la atención ante la diferencia y lo que mantiene abiertos los canales. Allí donde se frena esta forma de prestar atención, se detiene también la comunicación y se precipita la tragedia, esa repetición como farsa al interior de la ficción. La intervención política y militar de Roca, hacia el final de la novela, ofrece una mirada radicalmente distinta a la que se mantiene en su desarrollo. Al estar cara a cara con un indígena rezagado y deforme, el narrador cuenta que:

«El inconsciente de Roca esperaba esa oportunidad. No podía volver a Buenos Aires sin haber matado un solo indio. Y el muchacho, no había duda de eso, era uno. Repugnante, pero indio al fin. Tenía la cara cubierta de líquidos distintos, una mezcla de moco, transpiración, lágrimas y baba, todo adherido a la base de una supuración viscosa color crema que lo sostenía y le impedía caer. […] Respiraba con dificultad, emitiendo un silbido en dos tonos. Era verdaderamente horrible. Roca, sin embargo, no lo vio como a un monstruo sino como un comprimido simbólico de la barbarie que debía aniquilar.» (p. 144)

Bizzio rinde tributo a las narrativas de la pampa y a las que se han remontado a la estratósfera, para elegir desde ahí el lugar donde quieren ir –parafraseando esta vez al delirante anuncio de vuelos espacial que hizo Carlos Menem en 1996, en un discurso en Tartagal, Salta–. Tanto la orden de construir la zanja de Alsina como el intento de arrastrar el platillo volador por la pampa recuerdan la odisea del delirante Fitzcarraldo en la película de Herzog. Esos delirios, ¿amplían la posibilidad de lo real?, ¿lo real tironea la voluntad hasta transformarla en delirio? En esos cruces de horizontes –por un lado, el local y el global, pero también los de las miradas que se lanzan unos a otros–, ¿es la ficción la que recuerda una imagen de la historia?, ¿o es la historia mera base de la ficción? De nuevo: el laberinto de espejos.

Al final, Alsina, siempre fuera de cámara en la distante capital, muere, y Julio Argentino Roca comienza con la Conquista del Desierto; la zanja queda inacabada y la única salida para los indios resultar ser un deus ex machina que borronea en algo en conflicto en su clímax. Borronea solamente, porque lo desplaza sin eliminarlo. El problema se ha movido al espacio, a otro espacio: el del interior de la nave.

«Algunos guerreros jóvenes tenían todavía ganas de caminar y se desplazaban torpemente allá o aquí, lívidos, pálidos, sin peso, como fantasmas, enredándose a veces en la maraña de brazos y piernas de un grupo de viejos compañeros de malón, trenzados a su vez con algún pariente en éxtasis, de donde no volvían a levantarse. Finalmente, los chicos se dieron por vencidos: no había nada que hacer, lo único que hacían los indios era mirar y morir, mirar y morir» (p. 148-9).


Sergio Bizzio (Ramallo, 1956). Escritor, músico, dramaturgo, productor y cineasta. Varias de sus obras fueron adaptadas para el cine y suman traducciones en ocho lenguas. De sus dieciséis novelas y siete libros de cuentos hasta ahora, Laurel ha publicado RabiaUn amor para toda la vidaLa pirámide/La escultura y El escritor comido. En 2022 se sumó En esa época. Vive en Buenos Aires.

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