La elegancia del martillo

La máquina del orgasmo infinito de Julio Díaz Meza

Cristóbal Gaete

Una de las anécdotas que más fácilmente se recuerdan de la novela El almuerzo desnudo de William Burroughs (1959) –y de su posterior película– es la del culo parlante, que devora a su portador, quien lo exhibe primero como espectáculo, con una asquerosidad y paranoia muy propias del mundo del autor. Sin duda, Burroughs es fundamental para entender el mundo desplegado en La máquina del orgasmo infinito (Emergencia Narrativa, 2023) del peruano Julio Meza Díaz, libro publicado en México hace dos años.

            Compuesto de cuatro relatos de considerable extensión, –incluso dos de ellos podrían haber sido publicado de forma aislada–, Meza hace gala de una escritura que juega con el asco continuamente, en una sociedad levemente distópica y parecida a la nuestra, con un tono de caricatura al desnudo. 

            «Como un mono» es el primero. Allí nos introduce al alienante mundo de las oficinas, donde no se dan portazos sino que se «presionaba el botón de cerrado violento» (p. 7). Tal como en Sicópata americano –otra referencia inevitable, en el uso de la publicidad y la ultraviolencia– toda relación está mediada por el consumo de pastillas, medicamentos en diversas formas, que colocan en el modo exigido por la sociedad en que se ambienta la acción a los personajes, excepto en los bajos instintos, sean estos el deseo sexual o la envidia, que son ejecutados naturalmente. Pequeñas alteraciones de palabras operan para que comprendamos lo cerca que estamos de ese mundo (por ejemplo, «cosmonet» para internet). El relato funciona a partir de las zancadillas que se hacen entre trabajadores, que suben en su intensidad hasta hacerse imposibles de contener, en paralelo a la experimentación con supositorios alimenticios que, como efecto secundario, dejan el pene como bufanda. Ahí comienza esta genitalidad inherente a los relatos de Meza. 

            Continúa «Fredo», cuyo protagonista, fuera de los otros ambientes claustrofóbicos del libro, resulta un personaje paradigmático: el hombre que tiene la verdad valórica y quiere difundirla en los medios de comunicación masiva, pero que tiene pies de barro porque en su casa habita la degeneración. La sociedad del espectáculo convierte en víctima a un estático personaje en un momento narrativo donde todxs los demás cambian o revelan su modo oculto de ser. 

            «La máquina del orgasmo infinito» es el tercer relato, donde dos explotados científicos compiten por salvar una empresa que no los valora mediante la construcción de la máquina homónima. Son un hombre y una mujer, el primero descubre que la segunda le habla en sus gases, desarrollando la analogía entre obras con que inicia esta reseña, y dando espacio a una idea que había aparecido al paso anteriormente en otra narración del conjunto: esta vez se mezcla con la comida. Así lo escribe: «Computadora, a cuenta de la empresa, solicita un envío de entradas al teatro para la investigadora Susana Figueroa. ¡E imprime tres culos de pan!» (p. 105). La tecnología está al servicio del deseo transversalmente a la obra. 

            «Vargas Yosa» cierra el libro, el que por su título se adivina fácilmente a quien parodia. Esta vez el protagonista es una especie de best seller del dolor que no nació con articulaciones, cuya aparición se narra en el relato, junto con las consecuencias publicitarias que se entretejen con la aparición de la subversión revolucionaria. Quizá qué diría don Mario, que se fue corriendo cada vez más a la derecha en medida que se hizo más grande. 

            Así como suenan en las teclas los golpes que da Meza Díaz, suenan también las máquinas, sean las de empresas u oficinas o las onomatopeyas del reggaetón o los peos que cruzan esta obra. Esto que puede parecer repugnante es una tendencia del porno, para que no la sintamos tan lejana, mientras que la exposición incesante de órganos sexuales es una provocación difícil de interpretar taxativamente.. El conjunto suena también como un martillo, en su velocidad (en su devenir como progresión dramática) y fineza. El escritor se levanta con su frenesí humano de alienado contra la máquina, la medicación, el deseo «normal», la corrección política, pero por sobre todo contra la convención narrativa, que estalla en este libro, en formas nada dóciles de llevar a cabo lo que entendemos como relato. 


Julio Díaz Meza (Lima, 1981). Ha publicado el libro de cuentos Tres giros mortales, la novela Solo un punto, los libros de poemas Lugares comunes y Matemáticas sentimentalLa máquina del orgasmo infinito fue publicada en México en 2022 (Ediciones Periféricas) y uno de sus relatos, Vargas Yosa, en Perú por Estruendomudo (2023).

Cristóbal Gaete (Viña del Mar, 1983). Trabaja en los oficios de la literatura vinculándolos al territorio. Destacan sus novelas cortas Valpore y Motel ciudad negra (ganadora del Premio Municipal de Literatura de Santiago 2015), ambas reeditadas en otros países y compiladas junto a otros libros en Apuntes al margen (Emecé/Planeta).

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