Entrevista por Diego Armijo
Con su segunda publicación, Marica: cómo vamos a morir (Invertido, 2024), el escritor mezcla escrituras para darle una respuesta al dramático título de su libro. Más allá del drama, el cómo es también una pregunta al goce.
Conocí a Diego en Valparaíso en 2019 durante los días en que se realizó el festival Maraña: Panorama de poesía chilena joven. Él venía con cupo provinciano, aunque vivía hace años en Santiago. Su vínculo con La Ligua —en donde creció—, eso sí, nunca se ha difuminado. Desde ese festival, al menos, nos empezamos a ubicar y hemos estado atentos a la escritura del otro. Su libro Las manos de mi padre parecen pájaros heridos (Fea Editorial, 2023), poesía del cáncer, comparte sus intereses por el vínculo de literatura, homosexualidad y enfermedad. Marica: cómo vamos a morir, híbrido de crónicas, perfiles y ensayos, lanzado hace unos meses, reafirma sus preocupaciones y nos entrega una escritura donde el cariño prevalece.

Maricón del pueblo
Inicio las preguntas con un hecho pop: en 2016 Álex Anwandter se presentó en los premios Latin Grammy y cantó «Manifiesto». A la prensa extranjera le llamó una parte de su letra: «el maricón del pueblo/ aunque me prendan fuego». La leyeron como una representación política cuando el cantante buscaba expresar la posición localista, de pueblos chicos, de aquella voz.
El primer texto de Marica es «Ramoncito», el que rima mucho con la canción de Anwandter, en superficie. Le pido a Diego una reflexión a partir de ahí.
—Quería hacer un libro que hiciera justicia a cierto territorio en el que ya no habito, pero que sigo sintiendo como mi lugar, que es La Ligua. Quería hacer este relato que es sobre un marica de La Ligua. La gracia de ser el maricón del pueblo es que te vas ganando cierta fama, un lugar. Ramoncito que, efectivamente, existe, fue galardonado en un momento como personaje típico de La Ligua. A mí me llamaba la atención, porque en el fondo le estaban dando el premio al maricón del pueblo, porque cada pueblo tiene el suyo. Este personaje es bastante paradigmático, es como una señora, muy católico, va a los funerales a rezar. Le quería entregar un texto porque cuando fui a La Ligua a presentar mi poemario llegó Ramoncito y se quedó a escuchar. Después se me acercó, me habló, le regalé el libro y le dije que me gustaría escribir algo sobre su vida. Me comentó que él estaba escribiendo sobre su vida. Me pareció súper lindo estar junto a una persona que igual había visitado la escritura. Quise hacer un homenaje. Porque finalmente esos maricones del pueblo, el maricón de la provincia, de los pueblitos de provincia, nos regalan una posibilidad de ser. Yo viéndolo desde chico era igual ver a un personaje que de alguna manera me daba la posibilidad de existir también como marica.
Lo populárico
Las formas que Diego tiene para acercar sus textos a lo popular van desde nombrar cantantes hasta fijarse en objetos específicos de la vida cercana. Para referirse al momento en el que los pacientes abren sus exámenes, dice: «como si al abrir el papel del examen abrieran una de esas sorpresas que vendían en las ferias». De esas sutilezas, en esa delicadez casi infantil, está construido su libro.
—¿Cómo piensas esta relación entre lo marica y lo popular?
—Sentía una necesidad y una urgencia en relación a lo que otras maricas que están escribiendo. Me parecía necesario establecer cierto contacto con la mariconada que vive desde las afueras. De hecho, escogí un epígrafe de Antonio Silva porque él es el autor santiaguino que se queda en los bordes. Esa frontera entre la metrópolis y el campo. Un larismo medio tardío. Me interesa mucho esa presencia de lo lárico porque, claro, me considero provinciano pero vivo en Santiago, se generan ciertos diálogos. Por eso quería hacer un texto que fuera un poco popular y carnavalesco. Eso buscaba. Por eso también hay distintas formas para poder expresar las distintas maneras en que se vive la homosexualidad. Esas maneras son muy diversas y siempre me han interesado más los espacios que son populares que establecer el diálogo con el gay hegemónico, que vive en un departamento, tiene un perro chico y tiene su pareja desde hace años. Eso me parecía un poco fome. Me interesaba mucho escribir sobre el gay viejo. Cómo es la violencia de la vejez. La enfermedad y la muerte como lugares desde los que poder decir y contarlas. También envejecemos, nos volvemos odiosas.
—¿Qué libros leías en donde no encontrabas este tipo de estética?
—Hay un libro que intentó hacer algo con la provincia, pero no funcionó porque su estructura es media fome. Es Monos piluchos (Planeta, 2022) de Fernando Castillo —noestoycreici—. Está el tema de la provincia ahí, pero hay poco riesgo. Los personajes se mantienen un poco cartuchos. Es bastante extraño porque la María Fernanda es un personaje bastante deslenguado, pero en el libro se contuvo. Monos piluchos es un libro bien portado, pero al leerle supe qué es lo quería hacer en mi libro, darle desborde a lo que pasa en la provincia. Lo último que leí de [Pablo] Simonetti me pareció desastroso, Los hombres que no fui (Alfaguara, 2021), porque era un personaje que si le iba a mal a quién le importaba, si es de una situación económica súper favorable. Además, son llorones. Me pareció una lata de libro. Me dediqué mucho tiempo a leer a autores ceropositivos o que escriben entorno al VIH y ahí encontré textos más interesantes.
—¿Habrá más riesgo en esos textos?
—Sí. Hablar de la enfermedad implica riesgo porque es hablar del cuerpo, de la debilidad. Los homosexuales, muy maricas seremos, pero nos mantiene cierta cuestión masculinizada, fuerte y cuando se habla del VIH está esa cuestión de lo frágil. Partí por Pedro Lemebel, el imprescindible. Pero fui leyendo a otros autores que me parecieron más interesantes que hablaban sobre el VIH y hablar del VIH implicaba hablar de la sífilis, la gonorrea. De otras enfermedades que están presentes en el mundo cola y de las cuales no se habla. La Claudia Rodríguez tiene una frase que interpela al mundo marica diciéndoles «por qué no hablan de su sida». Tiene razón, ¿por qué no hablamos de nuestros cuerpos? Ahí hay un riesgo.
—¿Me podrías recomendar lecturas ceropositivas?
—Los que estoy leyendo: En la sombra del sueño americano. Diarios (1971-1991 (Caja Negra, 2021) de David Michael Wojnarowicz, el otro es Naturaleza moderna (Caja Negra, 2019) de Derek Jarman. Ambos son diarios de vida y son muy interesantes. Para los talleres que he realizado ocupé El peso de la sangre (Debate, 2019) de Juan Luis Salinas. Es una autobiografía y al mismo tiempo una investigación periodística. Hay uno que no está tan en la retina, pero creo que es un texto que marcó un momento que es Sangre como la mía (Alfaguara, 2006) de Jorge Marchant Lazcano. No sé por qué no tuvo el ruido que debió haber tenido. Pero, es uno de los iniciadores de la escritura VIH positiva en Chile. Loco afán(crónicas de sidario) (LOM, 1996) de Lemebel, que es el libro que tiene en todos sus textos la sombra del VIH. Está ahí latente. También, Mario Bellatín con Salón de belleza (J. Campodónico, 1994), que es una joya. Habla del VIH sin decir nunca sida, VIH. Pero está hablando de la pandemia. Me parece que es un texto referencial.
No estamos solos
Entre el popurrí de autorías presente en el libro están lxs escritorxs Antonio Silva, Natalia Berbelagua y Enrique Lihn; como también lxs cantantes Ana Gabriel, Gloria Trevi y Juan Gabriel. Parafraseando a Diego cuando escribe sobre Lihn, posiciona su escritura como una que le «enseñó a escribir y a vivir». No son referencias al aire.
—¿Nombras a estas cantantes para no sentirte tan solo en la palabra?
—Sí, absolutamente. El primer tiempo de mi diagnóstico tuvo que ver con empezar a leer y leer desde el lugar del diagnóstico. Ahí me empecé a plantear un posicionamiento seropositivo desde la palabra, del que ahora estoy construyendo una teoría crítica a partir del lenguaje seropositivo. Para eso necesito visitar otras experiencias que tiene que ver con la enfermedad, la muerte y con la sexualidad. Claro que me ha servido tener esa compañía. Enrique Lihn fue una gran compañía cuando viví en Valparaíso. Andaba leyendo todo lo que podía de él lo que implicaba cierto contacto. La lectura nos permite un contacto con esos que ya no están. Algo se hace presente al momento de leer. Con la música, también, pasa un montón. En el mundo marica tenemos cierto olimpo de divas y divos que nos hacen compañía. Nos permiten decir aquello que nos cuesta tanto decir. O llorar aquello que nos cuesta llorar. Creo que por ahí va lo de colocar citas, no solo por el gesto pop de nombrar a Ana Gabriel, sino decir que nosotros escuchamos a Ana Gabriel, a Gloria Trevi, a Juan Gabriel y a tantas otras locas, las escuchamos porque nos hacen sentir que no estamos solas. A mí me pasa eso con la música, pero me pasa también con los libros, porque soy un lector voraz.
Literatura y conversación
Para el momento de su diagnóstico Diego leía Valporno (Emergencia Narrativa, 2011) de Natalia Berbelagua. En Marica, reflexiona: «A mí me gustaba pensar que había sido [el contagio] en Valpo […] porque el año anterior había pasado una temporada viviendo en el puerto, bebiendo en el bar El Cureptano, durmiendo en piezas que se caían a pedazos y con ganas de amanecer muerto en algún rincón de la subida Ecuador». Con esta síntesis de un lugar pequeño y destructivo, Diego Afianza la relación de enfermedad y literatura, con los territorios que se habitan.
—¿Estos lugares determinan la relación de vida, placer y muerte?
—En el libro, sí. Creo que son paisajes que todavía hay que repensar. Hace poco leí un libro de un escritor santiaguino que hizo un mapeo de los lugares de cruising en Santiago. [Se refiere a El deseo invisible. Santiago cola antes del golpe(Cuarto Propio, 2017) de Gonzalo Asalazar]. Lo que me parecía complejo de ese texto es que era súper violento con los personajes, poco espacio de ternura. Siempre los personajes terminaban sangrando, acuchillados. Pucha, dale un poco de cariño a los personajes, igual se lo merecen. Creo que intenté hacer eso. Espacio de cruising, espacio de contacto sexual, con todo el erotismo y la carga que tienen, que están ensombrecidos por la presencia del VIH y otras enfermedades. Pero que siguen siendo espacios donde la podemos pasar bien. Quería que estuviera la presencia de la muerte, pero también quería que el deseo y el placer tuvieran lugar en el libro.
—¿Cómo fueron surgiendo estos textos en el tiempo?
—Los escribí por diversas situaciones. Algunos me los pidieron escribir para poder publicar y otros textos que nacieron de la necesidad de ir marcando una especie de diario. Los pensaba ir escribiendo cada año. Me sucedió que el año que murió mi primo, yo no pude escribir. Murió a causa del VIH y eso cambió completamente la manera en que yo pensaba en torno al sida. Venía escribiendo cada año para hacer una especie de conmemoración intima. Pero hubo un momento en que ya no pude, porque el VIH me desbordó por la muerte de Guillermo. Volver a los textos ahora fue complejo porque están marcados por la ausencia de un texto que no pude escribir. Es en el que tengo que aceptar que a veces es difícil decir y escribir algo entorno al VHI y la relación que tenemos con la presencia de la muerte. Es un diario interrumpido.
Marica: cómo vamos a morir está dedicada a Guillermo Alonso Díaz Estay, primo de Diego.
—Es un libro escrito con él. Es la conversación que me falta con mi primo. Con él hablaba este tipo de cosas, los lugares que visitaba, hablaba de las viejas maricas. Tenía una cercanía muy estrecha. Cuando yo volvía a La Ligua me iba a cualquier parte con él para poder hablar con tranquilidad. Creo que no podría haber llegado a ciertas conclusiones si no hubiera sido por esas conversaciones. Creo que los libros nos permiten esas conversaciones que no se pudieron tener.
Diego Zamora Estay (La Ligua, 18 de noviembre de 1989). Es profesor de lengua castellana por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Ha publicado los libros Música Hardcore (Editorial Moda y Pueblo), Las manos de mi padre parecen pájaros heridos (Fea Editorial), además de investigaciones de poesía en revistas académicas. En 2024 publicó Marica: cómo vamos a morir en Invertido ediciones.
Diego Armijo (Viña del Mar, 1994). Es comerciante. Ha publicado Glorias Navales (2019), Carcasa (2020), Ropa(2022), Ampliaciones (2023) y Lo tuyo son las lechugas (2024).


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