Diario de ida de Camila Roth Soracco
alcides castro lizárraga
Al leer Diario de ida (Provincianos, 2024), primera publicación de Camila Roth Soracco, me surgieron varias interrogantes. Por ejemplo: ¿dónde se traza la línea entre qué se publica y qué no?, ¿una página en blanco con un único verso que dice: «¿y si te quedas?» es un poema que debiera publicarse? Quizás mi pregunta está mal, ya que lleva a discusiones sobre la industria editorial que son difíciles de abarcar. Mejor sería preguntarse ¿es ese ejemplo un buen poema? Entregar una respuesta ahora no parece tan difícil.
El eje central que estructura Diario de ida es el viaje. A través de poemas sin título la voz poética da cuenta de un viaje que la lleva a estar lejos de casa y la sensación de desarraigo que esto le produce. De esta forma, el libro se plantea desde dos espacios: el acá y el allá, es decir, el país en el que está y el país desde el que se fue. Los poemas, entonces, se suceden entre la nostalgia por Chile y las relaciones personales de la voz y la comparación del espacio actual donde vive la hablante con el lugar que ha dejado atrás.
Hay varias cosas que hacen que esta forma de estructurar el libro no termine de funcionar. Primero, el espacio añorado se presenta con pocos matices que lo doten de singularidad, no se siente (o se lee) como un lugar del que la voz se apropie, no hay elementos que le den un carácter personal a este sitio. Esto se ve, por ejemplo, en el primer poema del libro donde se hace la descripción del lugar que se deja atrás con versos como: «mi ciudad mi tierra que huele a tierra», o se nos habla de «lluvia mojada».
Segundo, el espacio en el que se encuentra la voz tiene el mismo problema, este lugar no especificado en los poemas lo conocemos mayoritariamente a través de su contraposición con Chile. La poeta intenta dar cuenta de este nuevo territorio, pero parece quedarse sin ideas y cae en la repetición de ciertas palabras o construcciones. Sin ir más lejos, el verso sobre la tierra recién mencionado aparece ¿citado? dos ocasiones después. En la página treinta y cuatro leemos: «aquí la tierra no huele a bosque» y en la cuarenta y cuatro: «lo que es esta tierra mojada / que no tiene olor».
Las repeticiones no terminan ahí. Por el contrario, estas son el mayor problema de la escritura de Roth. Pareciera como que su almácigo de palabras se acabara y se viera obligada a reutilizarlas. Sorprende la cantidad de veces que se repiten algunos términos: «cielo» aparece más de diez veces, «ojos» alrededor de dieciséis, todo esto en un libro que tiene algo así como sesenta páginas de texto. Está claro que la repetición de palabras no es un problema en sí mismo, el problema aquí es que no se utilizan técnicas para variar estos referentes, por ejemplo, adjetivar de modo tal que en ojos de los lectores las palabras cambiaran, por plantear alguna solución posible.
Pienso, por contraposición, en el trabajo de Cristina Rivera Garza en Viriditas, donde la repetición que articula el libro no es una tara, sino una técnica, un sistema, una figura con la que la poeta trabaja. Insertando variaciones a la reiteración, esta se vuelve algo distinto, cito para dejar claro el punto: «Cosa de detenerse en medio del parque y encontrarlo.» (288)[i] y en el poema de la página siguiente: «Cosa de caminar sin rumbo y encontrarlo». El inconveniente en Diario de ida es que las repeticiones no parecen estar pensadas o puestas en el texto concienzudamente, más bien parecen ser fallas de la escritura, por ejemplo, veamos algunas de las apariciones de «cielo», en la página 13:
«acá el cielo es enorme
tan enorme
sin fin».
Luego, en la página 21 (nótese también la repetición de la fórmula utilizada con la tierra):
«en este cielo que no es el mismo
es más ancho
y no huele a noche».
Como se podrá notar, las repeticiones tampoco son solo una cuestión de léxico, sino también de las construcciones y del imaginario. En una entrevista en Radio Duna con Carolina de Moras (otra pregunta que surge: ¿cuántos libros de poesía llegan a este tipo de visibilidad en medios tradicionales?, ¿por qué este sí?) Roth sostiene que buscaba (o busca) construir una voz poética que fuera «simple y no pretenciosa», la cuestión aquí es qué se entiende por pretencioso. ¿No deberían les poetas buscar, hasta cierto punto, que su voz pretendiera escaparse de lo común?, ¿no es el trabajo técnico con el lenguaje una de las características esenciales de la poesía?
Entiendo que la autora se refiera a una voz que suene natural y no impostada, directa y no hermética y eso está bien. El problema es que esta búsqueda que en una primera instancia podría parecer lo más sencillo de hacer es francamente difícil. Lo fácil es pasarse al otro lado; caer en lo simplón, lo ingenuo. Así, por ejemplo, nos encontramos con el poema citado al principio de este texto, o leemos:
«era mentira que una copita
de vino al día
hace bien» (44).
Se ha escrito muchísimo sobre lo que podríamos llamar la dificultad de lo simple, y no es mi intención ahondar en eso ahora, pero quizás conviene citar al poeta y lingüista peruano Mario Montalbetti, quien en un ensayo sobre la poética de Antonio Cisneros[ii] sostiene: «Hablar directamente de las cosas que hay allá afuera en el mundo no es fácil. Si uno quiere escribir como el Neruda de las Odas elementales, probablemente termine como un sonso» (90). Montalbetti, —y yo, atrevido, me sumo— afirma lo evidente: para lograr poemas simples y buenos se requiere un trabajo concienzudo.
Ahora, otra interrogante: ¿qué tanto trabajo hay detrás de estos textos? La escritura desplegada a lo largo de Diario de idanos lleva a dudar. Los poemas echan en falta técnica y lecturas que los nutran de robustez o espesor. Lo dijo Pound hace más de cien años: «el actual caos persistirá hasta que el aficionado, a punta de prédicas, haya tenido que engullir el arte de la poesía, hasta que haya una comprensión general de que la poesía es un arte y no un pasatiempo; hasta que exista un conocimiento de la técnica —la técnica de la superficie y la técnica del contenido—» (29)[iii]. Yo no soy tan catastrófico como para denominar el estado actual de la poesía como un caos, pero la idea es similar.
Al terminar de leer el libro quedé con una curiosa sensación de sospecha que, para seguir con la fórmula de este texto, intentaré traducir en preguntas. ¿Qué dice de la labor editorial que la publicación de un libro así?, ¿qué dice esto del editor del libro quién, además, fue tallerista de Roth? ¿A qué tipo de intereses responde que un libro así sea publicado? ¿Qué podemos como lectores exigirle a un editor? Quizás convenga leer estas palabras de Roberto Calasso:
«Mi propuesta es que a los editores se les pida siempre el mínimo, pero con rigor. Ahora bien, ¿cuál es este mínimo irrenunciable? Que el editor encuentre placer en leer los libros que publica.» (102)[iv]
Por último, creo que este libro es un síntoma de una situación que cualquier persona que escriba o que esté medianamente inmerso en la literatura ha notado y/o sentido, me refiero al apuro por publicar. Diario de ida es un ejemplo de lo contraproducente que es esta sensación de urgencia por la publicación. Hay versos el libro —cito por dar un ejemplo: «y tu boca bautizándolo todo» (33)— que hacen pensar que hay aquí una potencialidad poética interesante si se le da el tiempo de trabajo y desarrollo adecuado.
Me gustaría terminar con un inciso. En el proceso de confección de esta crítica me puse a leer lo que se había escrito sobre Diario de ida. Hay dos textos publicados en revistas digitales sobre el libro. Estas lecturas no coinciden con la mía, lo que en realidad da lo mismo, el asunto es que esos textos presentan problemas importantes: una de ellas hace lo imposible para evitar referirse al libro, lo que, intuyo es una estrategia para no decir lo obvio; la otra no pasa de ser una lectura marcada por lo personal, lo que se traduce en un texto que es francamente insuficiente. Termino esta crítica, entonces, con dos preguntas dirigidas a la crítica y a la gente que, como yo, escribe sobre libros: ¿qué tipo de trabajo estamos haciendo?, ¿estamos escribiendo textos honestos con les lectores, con nosotres?
[i] Cito desde la edición de la poesía completa de Rivera Garza La fractura exacta publicada por Libros del Cardo.
[ii] Me refiero al ensayo «El Canto ceremonial cuarenta años después» incluido en Cualquier hombre es una isla publicado por Fondo de cultura económica.
[iii] Cito desde Ensayos literarios publicado por Tajamar.
[iv] Robert Calasso, «Solapa de Solapas» incluido en La marca del editor.


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