Presentación de El ancestro del poema es la herida de Ghazal Ghazi
Nadia Prado
«¿Es el balbuceo del nombre de las “patrias” la condición
que permite saber que la Patria no ha sido dejada?»
Atópicos, etc., e «indios espirituales», Patricio Marchant
En El ancestro del poema es la herida (Ginecosofía, Como un Lugar, 2023), de la poeta iraní Ghazal Ghazi, que porta palabras y fotografías de su archivo familiar trabajadas cuidadosamente por el artista Nicolás Sagredo, podemos vislumbrar la herencia de la arquitectura, los tejidos, la cerámica, las comidas y olores iraníes. Nos transporta, además, a pensar en su tradición poética: la ghazal. Ghazi, de la mano del poeta Agha Shahid Ali, nos cuenta que la ghazal «es una forma poética que comenzó en Arabia en el siglo VII (…) [y que] es como un collar de perlas: [donde] cada copla es una perla que puede ser sacada del collar y seguir brillando de forma autónoma (…) restricción estructural y libertad temática (…), que abra[za] la desunión y el caos» (58), desembocando en «una poética que representa a la vez un trabajo de joyería, un álgebra agitada, indomable y libre» (58), y que «antes de que existiera esta forma poética, una de las definiciones de la palabra ghazal en la antigüedad era “el llanto de la gacela cuando está arrinconada en la caza y sabe que va a morir”» (59). Todo esto habita en El ancestro del poema es la herida, son resonancias de antes a ahora, formas que vuelan y se comunican, por ejemplo, en el nombre propio de la poeta que juega con el nombre de esta forma de la poesía árabe. Cito: «Si cada golpe te multiplica en el espejo, Ghazal, / en la sed de esta ghazal envejeció el otro lado» (27).
En el poema «Ghazal III: Ghazal», Ghazi escribe alternando el nombre de la forma poética con el nombre propio, diferenciándolo, en cada caso, con una letra mayúscula o minúscula: «Has vivido en los labios de poetas durante siglos sin desaparecer, ghazal; / y ahora resides en un monte que no deja de arder, Ghazal» (34). Ghazi se traduce a sí misma entre fronteras. Allí, dice, «existe la verdad de tu cuerpo / y existen los archivos, los que engañan, los del poder, Ghazal» (34). A través de esta forma recupera su legado, por ello, escribe: «Hemos vivido millones de años pero llevamos seis mil escribiendo, / el fósforo del recuerdo se quiere prender, Ghazal» (34). Entonces, ghazal, forma poética, nombre propio, Ghazal Ghazi, pero también el sonido y el salto de la gacela, y hoy: Gaza.
Pero, así como hay resonancias en forma y lengua, las hay del paisaje. Por ejemplo, la del monte Damavand, en Irán, muy parecido a la cadena montañosa andina, a nuestra cordillera que se extiende desde la Guajira colombo-venezolana hasta el continente antártico, con sus estratovolcanes que se asemejan a la cordillera de los montes Elburz, que se prolonga desde Armenia a Afganistán. Metros de altura, metros de extensión, metros de poesía. Demonios blancos con los pies en cadenas, como escribió el poeta iraní Mohammad Taqī Bahār. Cordilleras que sobrevolamos para desplazarnos en exilios por la violencia de Estado, los nacionalismos, las colonizaciones, opresiones que nos hacen extraviar, permutar o perder la lengua, aunque intentamos sostener la memoria en la palabra como cobijo, e incluso como asilo. Cito: «Tras mostrarte una placa te ordenaron confesar, / la policía no puede responder a esta ghazal. // Huir de la danza del vientre, de las odaliscas, del harén, del oriente; / detrás del engaño hay una historia que defender, Ghazal» (34). Y es, justamente, esta última parte del poema, la que se eleva contra el estereotipo, contra la mirada de Occidente, la islamofobia y el orientalismo. Hay que, escribe Ghazi, «sepultar el grito, colgar uno tras otro los nombres de mi cordillera, / construimos un puente con el cuerpo / que retoma el poder, Ghazal» (35). G(g)hazal, ancestros, poesía, agravios, escritura: la herencia de la escritura es la herida, como señala el verso que se repite, con variaciones, en el título y al interior del libro. «La palabra [yace] enterrada en el cuerpo. / El puente es la ausencia, traducida» (28) y, a la vez, refugio, allí donde «la violencia es un altorrelieve / que se parece demasiado a la infancia» (14). Qué amparo puede haber cuando el desplazamiento, las ruinas y la intemperie acechan la palabra y la carne. Escribe Ghazi: «Olvídate de toda la poesía, / recuérdala solo cuando te refugias / bajo los cielos oscuros de la noche. / Solo entonces permítete contemplar / las dudas de los mares, las discusiones de los ahogados: / los libros y las fotografías que llevaban de sus abuelos, / nombres llenos de sí mismos como granos de café» (12).
Perlas que forman collares, granos de café, semillas como imágenes que nutren y se pierden en naufragios, palabras que habitan una forma poética ancestral, es lo que llama a Ghazal a decir que «en [su] pecho habita un animal» (28). Animal que es la soledad, el lenguaje, por ello, «el ancestro del puente es la separación» (28). Quizás los escombros, que nos recuerdan la persecusión, nos hacen sentir, como modo de resistencia, que «también hay placer en las ruinas (…) [porque es] el deseo [el que queda] atrapado en un derrumbe»(28), en puentes que dejan de existir, pero que, incluso en su inexistencia, intentan reunir una orilla con otra. Dice Ghazal, nuevamente, con una pequeña variación: «El puente es la memoria del querer, traducida» (28). Me pregunto, ¿cuál es la traducción en un libro que no es una traducción?, porque Ghazal escribe poesía íntegramente, al menos la publicada, en español. Es la lengua que elige para hablarnos. Y qué quiere decirnos, desde esa lengua extraña, cuando escribe: «Todo poema es la doctrina de un regreso» (56). Quizás que todo regreso solo se produce en una palabra extranjera, y que, probablemente, el poema sea la única afectividad suficiente y posible de pensar para superar los estereotipos y caer en formas estéticas neoliberales y depredadoras. Porque son las palabras y las cosas las que inscriben y reciben nuestros extrañamientos y desarraigos, y pueden romper, tal vez, el orientalismo satisfecho de su ignorancia que favorece sus vergonzosos intereses geopolíticos. El puente es, por ello, la memoria y el poema. Puente es «espacio-tiempo», escribe Alicia Genovese en su libro Puentes, «pasajes al otro lado», «imaginario que vuelve a contar / a alterar la inscripción de la catástrofe» (Genovese).
Sabemos, con Derrida, que «se vive en la escritura [y que] escribir es un modo de habitar», pero qué es lo que verdaderamente habitamos cuando la tierra propia está constantemente amenazada y debemos dejarla. Dice Ghazal: «Gasta mi geografía, / que nuestra única doctrina sea la lengua» (19). La lengua resiste y se resiste, merece ser vivida, indócil, aun cuando deba aprender «a vivir del otro lado» (26). La tierra dona, destruida otorga, desde su ruina y escombrada, lenguaje. El verso «el ancestro del poema es la herida» se desplaza por la historia, ese «animal que se devora a sí mismo» (14) y que en su impetu de destrucción no hace más que autofagocitarse. Sin embargo, la variación da esperanza. Ghazi escribe, seguido a «el ancestro del poema es la herida», «el ancestro del poema es la raíz» (31). Es decir, cada copla, cada perla sacada del collar puede volver a reunirse y «seguir brillando de forma autónoma» (58), como si fuesen las palabras que fuimos, las palabras que somos, las que convergen con sus límites y cultivos. Cito: «Aquí la frontera desemboca en ti / y buscas otro nombre con un canto que desborda la lengua. / Aquí la frontera desemboca en ti, / y en la mitología que me habita / tú eres el jardín» (30).
Pensar en una lengua ajena que se hace propia, pensar fuera del peligro inmediato pero en peligro, o asediados, es pensar lejos el país de origen que el poema acerca, o al menos con el que crea la ilusión de cercanía. Pensar las montañas de una identidad que solo podemos ver en fotos o fondos de pantalla, cuando la lengua se vuelve píxel, como si fueran las palabras una forma poética que se expande en su difuminación. Escribe Ghazal: «La lengua comenzó / en la alfarería. // La herida es un mapa que desborda el cuerpo» (39), y otra variación, «el ancestro de todos los puentes es la separación» (39). Es por ello que, desde el monte Damavand a Los Andes, se unen territorios remotos y «vuelven a erguirse los puentes arrasados de la historia [porque] la lengua de los puentes es prehistórica» (39) y lleva consigo la huida. Dice Ghazi: «Soy un puente. No sé lo que es quedarse» (39). Partidas, regresos y otra vez partidas. El poema se transforma en mapa de historias desautorizadas, azar que acontece en esos recovecos, páginas que vemos desde lo alto cuando posamos los ojos en el territorio como si fuera un papel blanco arrugado. La mirada no es el dron que asesina, sino los ojos a la espera de alguna letra, porque, siguiendo a Guadalupe Santa Cruz, me inclino a pensar en «el poema, [como] la palabra que se busca a sí misma, que habla en el desorden, indaga[ndo] en las líneas de fuga». Puente, para Alicia Genovese es «un hilo confuso de voces e imágenes (…) relato erosionado» que lleva en su estructura, orillas que se anhelan o abandonan entre sí, intervalo del deseo que en sus cabos respira. Ghazal habla desde una lengua prestada que aprende a existir en su extrañeza. Escribe: «Lo que te puede curar de este dolor se quedó del otro lado» (26), y eso que ha quedado en otro extremo es su lengua indócil, donde «la angustia materna amaneció en el otro lado» (26). Del otro lado el amor, el deseo, una palabra, lo que ha muerto, la renuncia, lo dejado, lo perdido que, «te multiplica en el espejo, Ghazal, [y] en la sed de esta ghazal envejeció el otro lado» (27). Orillas-orilladas de seres humanos. «No sé si las orillas de los mares se anhelan entre sí» (27), dice Ghazal en el poema «Tablilla de barro I».
¿Cómo pensar esta paradoja?, ¿cómo pensar este regresar partiendo? ¿Cómo pensar cada letra de otro idioma en ruinas como aquello que se puede colar a la fuerza en el nuestro y que insiste para recordarnos que hay cosas que ocurrieron, que nos ocurrieron y no debemos olvidar? Cito: «Se estremecen las raíces que sembró tu infancia: / ¿Qué poeta no fabrica en sus venas la vocación de irse? / ¿Qué poema no fabrica en sus entrañas / la doctrina del regreso?» (56).
Ghazal, originaria de Irán, residente en Estados Unidos, no escribe, no publica en inglés ni en persa, ni en ningún idioma o dialecto de las tres familias lingüísticas que se hablan en Irán, ha escogido escribir poesía en español. Su migración no es solo territorial sino poética, se sumerge en el agua y en la historia, habita escribiendo ese animal que se devora a sí mismo, porque para ella, «el cuerpo milita con las armas que tiene». Y cuando cada frontera es una violación, el nombre y la lengua se afirman en su desvío, pese a todo, mientras son borrados. Cito: «Este acento es una lápida; / vuelvo a olvidar el mar // No tengo fe en ninguna puerta, / pues para que haya puertas / tienen que haber paredes» (31).
¿Qué es lo que no tiene paredes y a lo que se entra aun no habiendo puertas? Diría que el poema. Por ello, me pregunto: ¿qué puede tener en común una poeta iraní, obligada a desplazarse de su país, de 34 años, que escribe en una lengua ajena, con una poeta chilena de 58, que escribe solo en español y que no se ha desplazado a vivir en ningún otro país que no sea el propio. Encuentro la respuesta en un poema de Ghazal de su primer libro, La frontera desemboca en ti, escrito también en español: «Nosotras nunca nos hemos visto / pero mis sentidos también se deleitan / con el vuelo de los pétalos del azahar, / con la tinta mojada de azafrán bajo las uñas, / con el jazmín que se evapora / de los cabellos de la abuela / que no logramos conocer. // Cuando aprendas cómo presentar un verso a otro verso, llámame. / Habrás encontrado la clave para nuestro primer encuentro».
Podría decir que esta presentación es ese llamado. Versos que nos reúnen y cultivan lo perdido, allí donde cada lugar al que arribamos es el hogar que se quedó en otro lado, pero ¿cómo encontrar un lugar en el mundo cuando nuestras identidades son juzgadas, negadas, estigmatizadas y deshumanizadas, o, incluso, cuando cargan con la bien pensante condescendencia? ¿Cómo pensar en el lugar del que quieres escapar, al que, al mismo tiempo, deseas regresar y al que nunca quieres regresar? El lenguaje se transforma, él mismo, en exilio, en desplazamiento, duelo, arribo y patrias sin nombre. Y es este balbuceo sin arribo lo que escribe Ghazi en medio de rutas extrañas que la acogen y expulsan. Cito: «El tiempo miente, ardo en el deseo de rescatar lo perdido. // Como si fueras el exilio, me despoblaste de mí misma, / adentro, muy adentro, hay espacio para captar lo perdido. // Un amante nuevo, un país nuevo, un idioma nuevo, / descarados quienes piensan que se puede arrebatar lo perdido» (42).
Lo que se pierde crece en un lugar en que la desaparición, paradójicamante, se mantiene inalterable, una ausencia cuya intensidad se sostiene en formas perennes e incesantes, como la del ghazal, es decir: poesía. Todo lo que se arrebata será exceso de presencia que prolifera y hormiguea en su ausencia. Cito: «Llena el silencio que hay / entre tú y los muertos con poesía. / Con tinta y hoja, acércate a la orilla de la lengua: (…) tu latido es una esquina / de tu geografía gastada» (13). La orilla de la lengua quiere decir que existe un puente que es raíz, ancestro, ausencia traducida, separación, partir y quedarse partiendo. Por ello, dice Ghazal, «construir puentes es abrir el éxodo, [para] / que volver sea irse» (51). Entre orillas: un intermedio para que el poema y el otro ocurra, porque el puente, que es memoria, cuerpo, lengua prehistorica, une y reúne. Es la posibilidad de llegar al otro lado, de coligar dos orillas, la de la poesía y la del pensamiento, una manera de habitar una lengua, un desperfecto que se despierta en lo ajeno que es propio de ese lengua y que se arrastra a través de nuestra vida.
Todo esto me recuerda la inquietud que aún siento cuando escucho a mi amiga Lara Hübner pronunciar la letra «v» ligeramente como si fuese una «f». «Desperfecto» que (se) arrastra desde su exilio, con apenas cinco años en Alemania, junto a su familia, en 1974, después del golpe de Estado en Chile. Esa «anomalía», por nombrar el daño de alguna manera, viene de un desplazamiento forzado y se ha transformado en una marca de su pequeña historia en la Historia. Al momento de leer y escribir sobre El ancestro del poema es la herida aún no conozco a Ghazal Ghazi, aún no la he escuchado hablar, pero pienso en ella, pienso en cuál será la anomalía que se desplaza, desde su lengua propia hacia la nuestra ajena, por este puente, ancestro, herida, espacio-tiempo de la escritura que reúne, como reúne un poema, como orillas que se congregan sin conocerse y esperan por un futuro. Las páginas se encuentran entre orillas, y lo que aún no se escribe es la posibilidad de que el poema las atraviese, pese a las ruinas. Poemas, puentes, ghazales: recorridos por cadenas montañosas para escribir en una lengua que es «elegante y rápida», que salta liviana y cimbra. Ghazal, gacela, Ghazal Ghazi frente a lo inminente, a los lugares y rostros que desaparecen, a la tierra, a sus olores y sonidos que regresan espectrales o en sueños, porque, escribe Ghazal, «en sueños me arranqué de lo que no recuerdas» (54) y en los libros o «en la biblioteca sabemos dónde se esconden las ausencias» (54).
Furia del Libro, Centro Cultural Gabriela Mistral, 20 de diciembre de 2024
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Nadia Prado (Santiago, 1966). Licenciada en Filosofía por la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS). Ha publicado Simples placeres (Editorial Cuarto Propio, 1992); Carnal (Editorial Cuarto Propio, 1998); © Copyright (Lom Ediciones, 2003); Job (Lom Ediciones, 2006); y Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (Lom Ediciones, 2010). Ha recibido la Beca del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2003), el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2004) y la Beca de la Fundación Andes (2005). Sus textos han aparecido en diversas antologías, entre ellas: Poesía latinoamericana del siglo XXI: el turno y la transición (Siglo XXI Editores, 1997); Antología de poesía femenina chilena del siglo XX: confiscación y silencio (Dolmen, 1998); Mujeres poetas de Chile: muestra antológica, 1980-1995 (Editorial Cuarto Propio, 1998); y Cuerpo plural: antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (Pre-Textos, 2010).
Ghazal Ghazi (Teherán, 1990). Poeta, artista plástica y bibliotecaria. Es magíster en Ciencias Bibliotecarias de la Universidad de Oklahoma (2022). También es graduada en Estudios de Género de la Universidad de Arizona (2011). Su primer poemario, La frontera desemboca en ti, fue publicado en Guatemala en 2019 por Cafeína Editores. Su segundo libro, El ancestro del poema es la herida, fue publicado en 2024 en Chile por la editorial Ginecosofía en coedición con el proyecto editorial Como un Lugar. Su obra fue antologada en Salt Boundaries (Visión Libros coedición Editorial Don Quijote, 2017) y ha sido publicada internacionalmente en revistas literarias como Ek Chapat, Concreto Azul, Revista Bistró, Şiirden, Ediciones O, Protest Magazine y Mizna. Ha presentado su trabajo poético en distintos países como Guatemala, México, Cuba, EE.UU., Chile y Perú.
[*] Parafraseo del poema El regreso de Gabriela Mistral del verso que dice «Y baldíos regresamos, / ¡tan rendidos y sin logro! / balbuceando nombres de “patrias” / a las que nunca arribamos».


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