«No sé de quién lo escondo»: la originalidad y la neurosis

Un texto en camino de Javier Jiménez Belmonte

Diego Leiva Quilabrán

«Los lectores somos exagerados, muchas veces inventamos asociaciones.
Después de todo, no ha sido necesario justificarte, nunca lo ha sido. 
Me gusta que te detengas a escucharme, quieto como un adorno.»

Conferencia sobre la lluvia, Juan Villoro

En 2022, el entonces académico y hoy escritor Javier Jiménez Belmonte publicó, a través de la editorial sevillana Maclein y Parker, su primera novela: Desentierro. Esta publicación no revestiría nada extraordinario, salvo quizá, si se pudiera decir que la transformación de un académico en escritor es extraordinaria: nace una novela y quien la ha escrito se transforma en un bicho raro que vive empieza a vivir un autoexilio: «[Jiménez Belmonte] [p]arece todo lo que un profesor debiera ser, pero […] de repente decide publicar una novela y los años dedicados a construir un sitio, un lugar desde el que hablar y vivir, se tambalean», dice Gonzalo Maier en el prólogo (p. 14). Y agrega, además, no es una figura familiar ni para sus colegas antiguos ni para los nuevos: las miradas de profesores, críticos y escritores son de sospecha (p. 14-15). Y todo, todo esto, sucede en torno a una misma actividad, la escritura, y sus sentidos y usos.

Una de las preguntas que sugiere Un texto en camino (Gris Tormenta, 2022) es acerca de la relación de contigüidad y diferencia entre dos escrituras, entre una y otra cosa. Más que nada, discurre sobre la «otra cosa» que Jiménez Belmonte terminó escribiendo junto con sus artículos de investigación sobre un poeta gitano, la «otra actividad» escritural que terminó por consumir su pensamiento acostumbrado a la «hipertrofia académica» y la producción textual en ese ámbito: 

«Lo veo ahora. “Esto” no era, desde luego, el artículo sobre Heredia Maya que poco a poco iba tomando forma en mi portátil, ni mucho menos otros a los que regresé cuando me quedé sin más cosas que decir sobre el primero […]. “Esto” era otra cosa. Lo que yo quería decir era otra cosa. Hizo falta una pandemia para que me sentara a decirlo.» (p. 38).

Esa otra cosa fue la ficción. Una historia que comenzó titulándose Bestias y luego se encamina hacia su versión final: Desentierro, una historia con ecos familiares e imágenes de infancia. Jiménez Belmonte comenta los hilos con los que tejió su novela, y junto con ellos van aflorando, a través de la palabra neurótica que va dándole forma al ensayo, algunas fibras inconscientes. La palabra se siente neurótica porque tiene ese halo de quien en una dirección cuenta para explicarle a alguien, pero en la dirección opuesta, las palabras se desdoblan y el interlocutor se vuelve una excusa para contarle a un espejo; para encontrarse con la verdad o con algo parecido a ella a través de la escritura. Y la verdad termina siendo una paradoja.

Jiménez Belmonte entra a una librería en Querétaro. Toma un libro del escritor brasileño Raduan Nassar y ve lo que no debería haber visto: un fantasma enorme que salía de la página como un pop-up, con la diferencia de que cerrar el libro no lo vuelve a encerrar. 

«[L]legué a la conclusión –fue algo rápido, cuestión de segundos, un asunto visceral– de que mi primera novela era un plagio del primer cuento del volumen, “Una niña en camino”» (p. 92); 

Inicia así la neurosis. Ese hecho es el que Jiménez Belmonte narra a modo de confesión, el que le cuenta a su editor y a sus amigos. Es allí donde surge la palabra neurótica al ver puesta su historia –o lo que ha creído que es una historia suya– en otro libro, con otra firma.

«se fue asentando en mí una sensación de nerviosismo y pesadumbre, a partes iguales e intermitentes, porque era un hecho innegable que el libro de Nassar existía y que solo por ello, sentía yo, mi novela ya existía menos» (p. 94);

La lectura neurótica –origen de la palabra neurótica– encuentra en ese texto una serie de coincidencias y las interpreta como una suplantación. La de Nassar es una obra original o más original, porque se alza como un referente ineludiblemente eludido; Desentierro, entendida en esa línea, sería una copia, un plagio, y su existencia, ilegítima.

«Leo el primer párrafo y me leo en el primer párrafo. Hay una niña descalza, calles y gallinas, igual que en mi primer párrafo. Hay un tiempo en presente. Hay un narrador junto a la niña, en la niña, que no quiere ver ni entender mucho más de lo que la niña ve y entiende. No puede ser. Cierro el libro. […] Lo tengo en mis manos y ya no habrá más remedio que comprarlo, llevarlo a casa, atreverse a pasar del primer párrafo, perderle el respeto» (p. 95).

Y en ese momento del texto, con la urgencia de esa narración en tiempo presente, uno termina de cerrar algunas imágenes. La exposición de la genealogía de ciertos personajes y situaciones fuera de la ficción, la retrotracción a la relación con la madre, el simbolismo de volver al hogar materno en un pueblo. Esa genealogía es, en parte, una búsqueda por reclamar la propiedad sobre la ficción, la forma de tender puentes entre el individuo y su creación, para hacer que exista más, para defender el respeto a sí mismo y las horas de reflexión y escritura.

Un texto en camino es un ensayo sobre una coincidencia. Pero también es un apéndice de Desentierro y de Una niña en camino, es una explicación y una sobrexplicación, una excusa y una confesión de parte –y, por lo tanto, relevo de prueba–. Eso es lo que resulta tan atractivo: son atractivos los juicios, es seductor el sabor de la derrota en una lengua que no sea la propia, nos seducen los acusados que son jueces y verdugos a la vez. Disfrutamos las voces neuróticas que vuelven y tratan de justificarse ante lo que creen una culpa, sobre todo si esa culpa crece en una caja de eco que se vuelve el propio texto, un espejo que no puede devolver la imagen de un crimen si no es distorsionada.

Otras preguntas que se abren a través el ensayo de Jiménez Belmonte: ¿cuál es la relación del autor, de la función autor, de la individualidad circunstancial y creativa, con su obra? Aunque quizá esta pregunta es mucho más desmesurada: ¿de qué está hecha la literatura?, ¿cómo se construye una obra y cuánto de la construcción es una ilusión? En definitiva, ¿cuánta identidad contiene esa forma de escritura? Pesan allí las ideas de reescritura –irónicamente, involuntaria–, de genio, de azar, de genealogías de la escritura. «Leo el primer párrafo y me leo en el primer párrafo», dice el académico-escritor; más adelante, nos habla de su experiencia al leer nuevamente su manuscrito, tras enviarlo a la editorial sevillana: 

«Las erratas comenzaron a aparecer, como por arte de magia, en páginas que había repasado decenas de veces. El soniquete de los cierres de capítulo. Las imágenes trilladas. Los tiempos mal trabados. Los personajes planos. Una nueva lectura, a media voz, sonaba tartamuda, forzada» (p. 59).

La lectura sería el procedimiento por el que se construye y se destruye la identidad de quien escribe. Si antes había un «yo» en una escritura ajena, ahora lo familiar se vuelve extraño. En el patio de al lado que es otra novela, aparecen, revueltas, las imágenes y los personajes de la infancia propia, de manera más viva que en el relato que esta originó.

Visto así, resulta interesante leer Un texto en camino junto a –o antes o después de– Los muertos indóciles, el largo ensayo de Cristina Rivera Garza sobre escrituras desapropiadas. Si allí la autora mexicana habla de una escritura comunal que transcienda el yo o se forme con retazos de otras voces, un reclamo neurótico de propiedad o la sola preocupación por ella se ve un tanto ridícula. Sin embargo, esa preocupación es sintomática de una relación particular con la vida creativa: la esperanza con la que cargamos las palabras, y que las acompaña en su edición y su publicación. Que no es más que la esperanza de construir un lugar y que quizá sea un punto de unión entre la producción académica y la literaria: la esperanza que pueden sentir los sospechosos.

Desentierro, como mencioné al inicio, fue publicada. El sello Maclein y Parker consideró que tenía mérito suficiente para ello, a pesar de la advertencia que Jiménez Belmonte hizo sobre su propio texto. «[A]unque, efectivamente, había similitudes entre el relato de Nassar y mi novela, tanto mi historia como mi forma de narrarla eran originales y definitorias» (p. 106). Sin embargo, en ese punto, la urgencia había desaparecido, cuenta el autor. Un texto en camino ya estaba a medio camino de su escritura: un ensayo que transparenta en su título una copia. «No sé de quién lo escondo», dice el académico-escritor (p. 25) hablando de esa sensación de haber cometido un crimen. Y el rumbo que toma tanto el texto como sus conversaciones ha sido el de no esconderlo, el de explorar ese robo involuntario, el de someterse a su propio juicio y el de buscar una forma personal de legitimidad: 

«No tenía ni idea de que [un libro], Desentierro, escondiera al otro, Un texto en camino, hasta que sentí peligrar la legitimidad, la originalidad del primero. Entonces, como un acto reflejo, comenzó a escribirse el segundo, apuntalando esa originalidad desde lo presuntamente incontestable, lo que en teoría es irrepetible y no se puede copiar, la vida propia» (p.109).

La pregunta por la legitimidad de una obra –prima hermana de la cuestión por la necesidad de que exista– es una de tantas que rondan en la trastienda de la publicación, la tramoya de la escritura. Para ella, Jiménez Belmonte no da una respuesta absoluta, solo relativa. Ni la novela ni ese apéndice que hacia el final toma vida propia tienen, por sí mismos, más o menos legitimidad que el otro. 

La colección Editor de Gris Tormenta (Querétaro, México) es un pequeño corpus que convoca a quienes participamos del circuito del libro en Hispanoamérica en torno a preguntas como las que toca Un texto en camino. Sin embargo, este ensayo puede hacer algo más general: llama a lectores curiosos. Porque no hay nada más satisfactorio para un lector curioso que una voz dispuesta a explicar, sobrexplicar, excusándose por algo que no requiere excusa, una voz que puede estar hablando de más. Y hablar de más puede ser una forma de desnudez.

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