En septiembre del 2020 subimos a internet Revista Origami. Desde entonces, hemos sostenido que este proyecto es político, ideológico y, sobre todo, de libre pensamiento. Autogestionado, independiente y colectivo; salimos a escribir y publicar, y constatamos que la literatura todavía ocupa un lugar de privilegio en nuestra sociedad, históricamente elitista, pero también que, gracias a la insistencia histórica de proyectos críticos frente a ese privilegio restringido, hoy es también parte de lo público. Excede a las vitrinas, a los catálogos y a las listas de lo mejor del año para resguardarse también en las calles, en los cuerpos y en la memoria. Por eso escribimos: para atestiguar la literatura, o mejor dicho, porque la hemos atestiguado escribimos.
Durante ya cinco años, hemos publicado textos —textitos, textotes, textontos…— con más entusiasmo que estrategia. Hoy reafirmamos que comprometerse con la literatura implica también comprometerse con una perspectiva crítica para hablar de ella, tomar posición. ¿Quién va a hablar? ¿Desde dónde va a decir? Es importante preguntarse a partir de una operación que se hace desde el temblor, desde el deseo de pensar(nos) con otrxs (en relación a un campo, a tradiciones, a autores, a textos) y no siempre o necesariamente en contra, aunque también sí.
Pero escribir públicamente, para nosotres, también ha sido escribir desde la herida cultural, social y afectiva, y por lo mismo, ha implicado comprometernos con una ética que no involucra solo una perspectiva disciplinar. Ha sido, quizás sobre todo, pensarnos en relación con el territorio de modo político, ideológico; y hacerlo desde la literatura como un campo de disputas y también de encuentros, como un espacio en el que se tejen relaciones de poder y también de colaboración, asociatividades conflictivas y afectivas, de las cuales por supuesto no estamos exentos y, por lo mismo, la pregunta por todo esto: insistir desde la escritura tengamos o no tengamos un público a quien dirigirnos.
Si con Origami salimos al mundo en el 2020, no fue por un gesto fundacional ni por nostalgia de una tradición. Tampoco lo hicimos porque fuéramos niños terribles queriendo jugar las cartas de la independencia cultural. Lo hicimos porque no queríamos —ni teníamos que— pedir permiso para escribir hasta conseguir frases que la digan; nos hicimos de las máquinas y levantamos un proyecto que no era ni proyecto, era nada más puro deseo y a eso quisimos responderle. Al deseo de hablar con y desde la literatura, de seguir haciéndola parte de nuestros días aunque eso significara invertirle tiempo, esfuerzo, deudas, afectos e inventiva. Sobre todo lo último, teníamos que inventarnos el trabajo, aunque sabiendo siempre que no queríamos levantar un nuevo centro, sino abrir un espacio donde escribir fuera también pensar en voz alta, con otres, y en contra cuando hiciera falta.
Escribir y publicar, para nosotres, ha sido una forma de estar en el mundo, de involucrarnos atentamente con lo que leemos y con lo que decimos. Y en ese gesto también se ha ido perfilando una idea de crítica que no responde a protocolos fijos ni a posiciones cómodas. Más bien, una crítica que escucha, que duda, que se incomoda. Que no viene a ordenar, sino a preguntarse. Que no busca figurar ni sentenciar, sino entender(se). En última instancia, escribir para comprender. La crítica como una forma de atención al mundo, como una ética de la lectura y la escritura una práctica que se teje desde la herida, desde el deseo y desde el compromiso con esa práctica, esa herida y ese deseo.
En este presente que todo lo quiere dócil, acumulable, mercantilizable y en circulación, tan en circulación y vértigo constante que nos mantiene con la guata apretada a diario, reafirmamos con la convocatoria a publicarse nuestro compromiso con quienes leen para pensar, para sentir, para acompañarse, para discutir o simplemente para leer. Para quienes creen, como nosotrxs, que la crítica no es ornamento ya que muchas veces se trata de la palabra como acción frente a formas de injusticia, desigualdad o silencio. Para quienes con su escritura buscan reactivar con el lenguaje: revisar, rechazar, replantear, y piensan mucho en el archivo. Para quienes, al final, seguimos escribiendo —con las manos, con las tripas, con la cabeza llena de dudas— no para tener la última palabra, sino para seguir buscando las que nos faltan. Las que digan lo que todavía no sabemos decir, pero nos bulle en la garganta, en la punta de los dedos, en el cuerpo. Y en eso estamos. Gracias por leernos, por pensar con nosotrxs y también contra nosotrxs, por insistir hasta conseguir frases que la digan.
Gabriela Alburquenque
Directora de Revista Origami


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