«Si los migrantes querían guerra, guerra iban a tener»: representación de la migración en dos libros infantiles contemporáneos.

Ricardo Díaz Fredes

En la literatura infantil existe un constante riesgo de que el adultocentrismo lleve a crear suposiciones respecto a lo que les niñes quieren leer. Por lo general, en la producción editorial para infancias son los adultos quienes determinan qué tema o historia merece ser leída por un niñe, así como si una determinada propuesta estética le resultará atractiva.

Los migrantes (2023) y En el corazón del río (2024) a través de las voces ficcionales de niñes y diversos recursos estéticos, dan cuenta de un universo infantil con una mirada particular del mundo que es verosímil y que se sitúa desde la perspectiva de quien migra y de quien recibe al que migra. 

El sujeto migrante se ha vuelto central en los discursos contemporáneos y ha aumentado la producción de libros orientados a infancias que tratan la temática de la migración. En este artículo nos detendremos en dos, un libro-álbum y un texto de poesía ilustrada. Ambos abordan la complejidad de la migración, cuentan con recursos escritos y visuales polisémicos, y corresponden a relatos en primera persona de justamente niñes.

Por una parte, Los migrantes, escrito por el chileno Marcelo Simonetti e ilustrado por la española María Girón, publicado por la editorial Kalandraka en 2023, cuenta la historia de dos hermanos que en su escuela reciben la noticia de que dos migrantes se sumarán a su curso. Por otra, En el corazón del río, del uruguayo Horacio Cavallo e ilustrado por la argentina María Elina, publicado por la editorial chilena Muñeca de Trapo en 2024, relata lo que vive Diana, una niña de 11 años, durante su intento de migración de un país a otro junto a su hermano Juan. Ambas historias son protagonizadas por dos hermanos: un niño y una niña.

En las propuestas editoriales se desconoce la nacionalidad de los protagonistas. En Los migrantes la voz narrativa corresponde a la de un niño de aproximadamente ocho años, de piel blanca y de pelo negro. Su hermana es pelirroja y, por lo que se puede extraer de las ilustraciones, son de clase media, comparten habitación, tienen bicicletas y su madre los va a dejar a la escuela, posiblemente pública. Fuera de la profesora Alicia, los adultos no son nombrados. Solo se puede ver a una mujer mayor cocinando, probablemente la abuela, y a la madre representada de espaldas mientras lleva a los niños al colegio.

En En el corazón del río, Diana y su hermano Juan viajan ocultos en el furgón de un amigo de su tío Luis. Van debajo de unas cajas y están próximos a pasar la frontera. Viven en el campo y probablemente son pobres (Diana dice “nunca tuvimos cosas que no usáramos” o “algo que no se explica, como el hambre”). En uno de los textos, la niña cuenta que su hermano le teme a “los que van a la guerra, los bombardeos” y a “los que emprenden saqueos de nuestra tierra”. Se puede inferir que viven en un territorio en conflicto social y político, y que sus familias sufren presiones por parte de quienes ejercen el poder económico. Avanzado el relato, Diana compara su pelo con el camalotal, que corresponde a un lugar cubierto de camalotes, una planta acuática cuya palabra es usada por hablantes de México, Honduras y Nicaragua. Además, no tienen acceso a un sistema de salud, ejemplificado en la frase de Diana cuando dice “un viaje largo, como eran de largos los días en los que me dolía la muela”. En cuanto a los familiares de los niños, ninguno viaja con ellos. Diana señala que su madre los espera, mientras que la abuela Isabel se despidió de ellos antes de partir. Las figuras masculinas, el padre y el abuelo, solo son nombradas como un recuerdo. Muy probablemente estén muertos o no vivan con ellos.

Abel Trigo en su artículo “Migrancia: memoria: modernidá”, contenido en el texto Nuevas perspectivas desde / sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales de Mabel Moraña (2000), señala que “toda migración conlleva una experiencia traumática de tipo acumulativo que promueve una crisis radical de identidad” (p. 273). Esta afirmación toma cuerpo en los dos hermanos de Los migrantes, ya que, sin saber aun quiénes son los nuevos compañeros que llegan al colegio, ya elaboran una serie de suposiciones respecto a los niños que llegan, que dan cuenta de sus prejuicios y xenofobia. “Me los imagino rellenos de chocolate, “un tipo de pasteles” y “¿cómo van a traer solo dos migrantes para repartirlos entre todos?” son algunas de las reflexiones en que la mirada infantil reduce al otro a un objeto de deseo, usando para ello el recurso de la parodia. 

Este otro, que invade la cotidianidad, deja aflorar las ideas previas que tienen los hermanos, posiblemente alimentadas por la mirada de un adulto: la profesora Alicia no señala que llegarán dos compañeros nuevos, sino que llegarán “migrantes”.

El migrante visto como un sujeto de menor categoría queda ejemplificado en la frase “debían ser unas mascotas, ¡como los erizos de tierra!” o “serían capaces de convertirse en bolitas y podrían rodar y rodar igual que una pelota”. Esa comparación, de una persona migrante con una mascota, es utilizada por los autores a lo largo del libro, con el fin de maximizar esa idea y para que no se pierda de vista la magnitud de lo que se está diciendo. Es así como las guardas iniciales y finales muestran una serie de erizos de tierra en distintas posiciones. Es decir, convirtiéndose en pelota y rodando, tal como los niños imaginan a los migrantes. Incluso, con el fin de poner en foco esta comparación hecha por dos niños, se decide editorialmente que la portadilla muestre a un erizo de tierra, posiblemente una madre, con dos crías de erizos de tierra rodando. Son dos, tal como los dos migrantes que los niños conocerán al final del relato.

Del mismo modo, este libro álbum enfatiza en la idea de que quienes llegan no son parte de la comunidad. No forman todavía parte del “nosotros” sino que son unos extraños. Como plantea Sara Ahmed, citada por Macarena García González en Enseñando a sentir. Repertorios éticos en la literatura infantil (2018), lo extraño no es simplemente lo desconocido, sino lo ya marcado como fuera de lugar.

Si bien al comienzo, estos extraños parecen inofensivos ― “¡ay, qué bien lo vamos a pasar con los migrantes!”―, a medida que pasan las horas y queda menos tiempo para conocer a los nuevos compañeros, estos se transforman en una amenaza. De noche, mientras observan la luna, reflexionan “¿y si no son divertidos?, ¿y si resulta que son unos espíritus malos?”. El texto señala que los niños tragaron saliva y se quedaron en silencio un largo rato, mientras la ilustración los retrata observando pensativos a través de la ventana. Es decir, en medio de la oscuridad los niños ya no le temen a los fantasmas, sino que a los migrantes. 

Y, en la mente de los hermanos, estos extraños no son inofensivos, sino que pueden hacer daño: “Yo dejé la linterna encendida porque si la apagaba, en una de esas podía meterse un migrante en la casa, y a saber de qué sería capaz”. En este caso, los migrantes dejan de ser otros niños con características similares, pares, y se transforman en seres que tienen una fuerza mayor que altera el estado de las cosas. 

El suspenso y la tensión van aumentando, ya que al día siguiente los niños piensan en posibles excusas para evitar ir al colegio, como simular que están enfermos. “Estuve a punto de decirle a mamá que nos salvara de los migrantes”, dice el niño.

Este relato llega a su punto cúlmine de temor frente a lo desconocido cuando ya están en el colegio atravesando el patio a punto de conocer a los migrantes. Los hermanos van tomados de la mano y el punto de rechazo alcanza su mayor nivel cuando el niño elabora la frase “si los migrantes querían guerra, guerra iban a tener”. El texto de Simonetti a través de este enunciado sitúa a los niños en un rol que no solemos ver en la literatura, es decir, niños preparados para ir a una guerra y niños que amenazan. 

En este sentido, el libro Los migrantes genera una serie de preguntas: ¿de dónde estos niños obtuvieron la idea de que los migrantes son una amenaza?, ¿quién hizo esta advertencia?, ¿fue un adulto u otro niño?, ¿estos hermanos conocen a otras personas migrantes?, ¿en su colegio no hay personas que nacieron en otros países o en otras regiones? Estos cuestionamientos también nos hacen reflexionar sobre qué tipo de conversación tienen los niños en su casa, cómo es la clase de historia en su colegio, si ven noticias o qué películas o música prefieren.

Los prejuicios de les niñes a lo largo del libro se revierten en las últimas tres dobles páginas, cuando los hermanos ingresan a la sala y solo ven a dos niños nuevos sentados al fondo del aula. ¿Dónde estaban esos monstruos que les querían hacer daño? En contraposición, solo encuentran a Etienne y Florence, dos niños provenientes probablemente de un país que fue colonia francesa, ya sea de África del norte, occidental o Haití. “Nos caímos bien de inmediato (…) Nos contaron que habían hecho un viaje muy largo y que habían llegado para quedarse. Vivían muy cerca de nosotros, así que hicimos planes para enseñarles el barrio y para jugar durante toda la tarde”. Se genera un quiebre en el relato, pues los niños que recién se conocen pueden conversar entre sí, hablar sobre lo que significa migrar y hacerles parte de la propia cotidianidad. El otro extraño desaparece y se da espacio a la construcción de una comunidad. Se esfuma el “ellos” y aparece el “nosotros”.

Como contraste, en En el corazón del río vemos a dos hermanos experimentando en carne propia lo que significa ser migrante. No lo han elegido, sino que asumieron este rol luego de la decisión de un adulto. Alejandra Josiowicz (2018) menciona que “la infancia encarna así la posibilidad misma del acto político, de ruptura, renovación o revolución. El niño funciona como denuncia de la desigualdad social, puesta en escena de lo excluido y reflexión sobre las jerarquías de la representación” (p. 16).

Diana y su hermano Juan experimentan esta desigualdad durante el relato al realizar un largo viaje escondidos bajo unas cajas en un furgón, junto a alguien con quien no tienen un lazo estrecho, para luego ser revisados en medio de la noche a través de linternas. Viajan con poca comida, “llevamos una bolsa de tela: agua dulce, frutas, galletas y silencio”. Además, los adultos intentan que se mantengan al margen de lo que están viviendo. Su madre les dice “respiren hondo, piensen cosas lindas”.

Macarena García González (2021) afirma que “las escenas de violencia en la literatura infantil son muy escasas; más aun en historias relacionadas a migraciones” (p. 79). En el corazón del río justamente tiene el valor de representar esa violencia vivida por niñes al describir que, luego de transitar en un furgón y evadir los controles policiales, los niños son puestos en una embarcación que luego naufraga:

El agua crece dentro de la barca

y siento como mi piel también

comienza a transformarse.

[…]

La barca se hunde por completo

y yo me impulso debajo del río,

con los primeros rayos de sol

que colorean el cielo.

Algo me dice que la tierra está cerca.

Algo que no se explica.

Como el hambre, o el sueño.

De a ratos un pájaro

se sumerge a mi lado.

Es Juan, buscando su desayuno.

Mamá está en la costa: nos verá llegar,

le acariciará las alas a mi hermano

[…]

Lo que hace el autor Horacio Cavallo es desdibujar el signo y transformarlo en sentido: “De a ratos un pájaro se sumerge a mi lado. Es Juan buscando su desayuno” o “siento su voz [de mi madre] aleteando entre las cosas”. En este libro, dos niños intentando cruzar la frontera de un país a otro para reencontrarse con su mamá, acaban de morir ahogados, luego de que naufragara la barca en que viajaban. Además, la muerte transforma a estos niños, que dejan de tener un cuerpo humano: Diana se transforma en una tortuga y Juan en un pájaro, tal como los que aparecen en las ilustraciones a lo largo del libro y como se pueden reconocer en las guardas finales e iniciales. Además, la abuela les había dicho que “viajar es algo que los hombres les robamos a los pájaros”. Por otra parte, la muerte trae consigo una transformación en la percepción: “la voz de la abuela se ha vuelto viento”. 

Las ilustraciones de María Elina contribuyen a recrear este universo infantil a través de trazos simples y el uso de una técnica que permite la apariencia de una imagen deslavada, con una referencia directa al agua durante todo el relato, como presagio del desenlace. Sin embargo, a pesar del tono poético, la realidad se asoma amenazante, ya que a lo lejos se pueden ver otras embarcaciones que recuerdan lo que están viviendo. Es decir, se logra un cruce entre la realidad y la imaginación de Diana.

A modo de conclusión, Los migrantes y En el corazón del río no solo revelan las dos facetas de una misma realidad, sino que le dan voz a los propios niñes para que manifiesten lo que sienten y lo que opinan. María Nikolajeva en Campo en formación. Textos clave para la crítica de literatura infantil a juvenil afirma que “el desbalance de poder entre niñes y adultos se manifiesta de forma más tangible entre la voz narrativa ostensiblemente adulta y el personaje focalizado de le niñe” (p. 20). Como se ha podido analizar, en estos relatos los autores deciden que les niñes se expresen con sus propias palabras y que no requieran de un adulto que narre lo que viven. Esta decisión les entrega agencia y consolida la mirada de la infancia desde una concepción política.

Los hermanos de Los migrantes pueden expresar sin censura lo que sienten y piensan frente a la llegada de un otro, mientras que Diana y Juan son testimonio de un horror sin matices. En el caso de En el corazón del río se visibiliza la experiencia migrante y se logra retratar a sujetos escindidos: por una parte se muestra su sensibilidad infantil, pero por otra se genera el cruce con la violencia que conlleva el desplazarse en condiciones inhumanas.

Del mismo modo, en ambos textos se visibiliza la diáspora con énfasis en sus sombras, lo que normalmente no suele encontrarse en la literatura infantil. Esto permite que les niñes como ciudadanos lectores no sean víctimas de censura y así como los hermanos que se hacen amigos de Etienne y Florence, también puedan conocer y reflexionar sobre el horror que viven Diana y Juan.

Estos libros también plantean problemáticas no resueltas, por ejemplo, cómo el sistema educativo está generando políticas de inclusión respecto a personas migrantes o qué hace el Estado frente a niñes que corren el riesgo de morir luego de atravesar un río o un desierto.

Finalmente, estos textos permiten apelar al lector infantil para que se puedan responder preguntas como: ¿qué me provoca una persona distinta a mí?; si me genera incertidumbre, ¿qué es lo que tengo temor a perder?; ¿cómo me relaciono con una persona migrante?; ¿le invito a ser parte de mi propia vida?; o ¿existen categorías de derechos entre una persona que se desplaza y otra que no?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

García González, M. et al. (2018) Campo en formación. Textos clave para la crítica de literatura infantil a juvenil. Metales pesados.

——– (2021). Enseñando a sentir. Repertorios éticos en la literatura infantil. Metales pesados.

Josiowicz, Alejandra J. (2018). La cruzada de los niños. Intelectuales, infancia y modernidad literaria en América Latina. Universidad Nacional de Quilmes.

Moraña, M. (2000). Nuevas perspectivas desde / sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Editorial Cuarto Propio.

Libros infantiles analizados

Cavallo, H.; Elina, M. (ilustraciones) (2024). En el corazón del río. Muñeca de trapo.

Simonetti, M.; Girón, M. (ilustraciones) (2023). Los migrantes. Kalandraka. 

Biografía

Ricardo es periodista, magíster en Edición y mediador de lectura. Actualmente se desempeña como coordinador de la biblioteca del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Es coautor del libro Emigración de pájaros, Editorial Zig-Zag, 2024.

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