CUANDO UNA PREGUNTA SE LEVANTA EN MEDIO DEL PESO DE LA DESESPERACIÓN: UNA LECTURA VISCERAL
NADIA PRADO

El poema, como inscripción singular, frente a un mundo que se deshace, ya no puede superar la avería de lo cotidiano, por eso, y quizás enfáticamente por eso, quedan las preguntas. Las de Boyer, que decidió renunciar a su puesto como editora de poesía en la revista de The New York Times en protesta por el manejo editorial del diario respecto del genocidio de Israel contra el pueblo palestino. Su renuncia decía: «Debido a que nuestro statu quo es la autoexpresión, a veces lo único que les queda a los artistas es negarse. Entonces me niego. No escribiré sobre poesía en el tono “razonable” de quienes pretenden acostumbrarnos a este sufrimiento irracional. No más eufemismos macabros. No más palabras infernales desinfectadas. No más mentiras belicistas. Si esta renuncia deja en las noticias un agujero del tamaño de la poesía, entonces esa es la verdadera forma del presente».
Un agujero del tamaño de la poesía, su fragilidad, quizás nos queda como única verdadera forma del presente. Preguntas para poetas, en medio de una que me recorre hoy: ¿se puede escribir poesía después de Gaza?, pregunta que se reúne con la de Lapoujade: ¿qué puede un cuerpo? Y que se extiende en ¿qué pueden las palabras?, ¿qué no pueden las palabras? El cuerpo que cae está en resistencia, incluso el cuerpo que explota en pedazos, y cuando no queda cuerpo son las imágenes las que portan y acarrean memoria. Ellas nos posibilitan imaginar los gritos en su energía irreductible.
Peter Pál Pelbart –en la contraportada de El cuerpo que no aguanta más, decisión editorial cerrar el texto con él– señala una pregunta atronadora: «¿Cómo hace un cuerpo para tener la fuerza de estar a la altura de su debilidad, en vez depermanecer en la debilidad de cultivar solo su fuerza?». Digo que es una pregunta ensordecedora en un momento en el que todo lo que se pueda decir sobre el cuerpo no alcanza, en un tiempo en que el cuerpo no existe como cuerpo ni como rostro, sino solo como un pedazo de carne anónimo inidentificable. Sin embargo, Preguntas para poetas de Anne Boyer, Sublevaciones poéticas de Georges Didi-Huberman y El cuerpo que no aguanta más de Lapoujade nos extienden la esperanza de que todavía hay preguntas y sublevaciones; hay, sobre todo, un cuerpo que apenas se sostiene y, no obstante, se vuelve poema, es decir, objeción, insurrección, resistencia. Se anudan las palabras de estos tres autores en el agotamiento. Dice Boyer: «¿Sería / el juicio del hoy el hecho de que si no hay respuesta ni en la poesía ni como poesía entonces toda poesía hasta que llegue la revolución es solo una lista de preguntas? ¿O sería que toda la poesía antes de la llegada de la revolución es solo una lista de preguntas y la respuesta es casi siempre “no”? (…) ¿Mantener el menor de estos registros, mantener el menor registro del menor de los registros, mantener la poesía como el mínimo y más pequeño, como el registro de ser una persona / o personas que dijeron que no?».
«Sobre cada negación cae una luz», sobre cada negación se escribe. Me detengo en el en vez de de Peter Pál Pelbart, en consonancia y resumiendo a Lapoujade, me detengo en lo extenuado que implica el hasta que de Boyer, en la desesperación que lleva al gesto de levantarse, del que habla Didi-Huberman, cuando el cuerpo «ya no tolera más». Me detengo, pauso, para traer un fragmento del poeta y dramaturgo Christian Dietrich Grabbe, citado por Freud, hace casi cien años, en El malestar en la cultura, que escribió: «Por cierto que de este mundo no podemos caernos. Estamos definitivamente en él». «De este mundo no podemos caernos» implica, con Freud, «un sentimiento de la atadura indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior». Reversiono la frase, en el sentido de restitución, de revertir y sobre todo como el derecho ante la expropiación forzosa. Me atengo a la frase, y desde ella quisiera decir: del poema no podemos caernos, estamos definitivamente en él, el poema es lo hacia adentro y lo hacia afuera que inscribe caído en hendiduras, levantándose, tanto desde lo que sabe como desde lo que ignora. El poema, la pregunta, leer y desobedecer, emerge como intervalo destructivo entre levantamiento y caída, se erige como objeción, por cuanto interrumpe, se pone al medio, como basura. «Basura tiene que ser el poema de nuestra época, porque la / basura es lo bastante espiritual y creíble como para / embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio, / amontonándose, apestando, manchando los arroyos / de marrón y de blanco cremoso» (Ammons).
Las preguntas de Boyer estorban y actúan sobre el pensamiento, se ponen en medio para interrumpir sistemas de credibilidad, posibilitan que el párpado se despegue de la fe perceptual del espectáculo, desgajada la gran Historia en pequeñas historias, desarticulando el carácter predador de los lugares comunes y su narrativa pestilente. Son los cuerpos agotados, exterminados, los que se arrastran ante nuestros ojos y se deslizan en nuestras pantallas, los que resisten, cuando es un hecho, dice Lapoujade, que «el cuerpo no aguanta más», pero que espera un segundo para resistir constantemente. Esta persistencia es, para Lapoujade, su «discreta alegría». Cuando el cuerpo descubre en él, desde su impoder, la potencia de resistir a los «mecanismos de adiestramiento», es porque en los momentos de máximo sufrimiento, anota Didi-Huberman en Sublevaciones, emergen las mayores fuerzas de resistencia. Es esa fragilidad la que se inscribe en la cita de Beckett, traída por Lapoujade: «Era un segundo lo que necesitaba resistir, después de eso habría aguantado por toda la eternidad». El «yo no aguanto más» no es el signo de una debilidad de la potencia, sino que, por el contrario, expresa «la potencia de resistir del cuerpo». Dice Lapoujade: «Caer, acostarse, tambalear, arrastrarse son actos de resistencia». Por otra parte, las preguntas de Boyer manifiestan esta fragilidad, como si el poeta fuese una especie de acróbata que puede caer desde el aire en cualquier momento o que quizás siempre está cayendo, y desde ese derrumbamiento conquista su suspensión, fuera de la seguridad, desde un lugar en la oquedad, que encuentra en su salto hacia el boquerón de la pantalla. El «equilibrio en el vacío», junto con el riesgo de caer, mantiene su actividad. El poema es un órgano en actividad, en riesgo, si seguimos a Dufourmantelle, por cuanto en él se piensa pero no «cuajado en posturas». Las preguntas se lanzan contra las posturas, contra lo que intenta hacer cuajar el sentido. Boyer juega, estremecida, con las preguntas. Y hay preguntas necesarias de hacer, de recordar, aunque no haya respuestas, como la que nos hace Ahmad al-Ghuferi, atrapado en Cisjordania, que perdió a 103 miembros de su familia, entre ellos a su hijo y a su esposa, y nos dijo frente a la cámara, ahora: «¿Quién me llamará papá? ¿Quién me llamará cariño?».
Cuando las preguntas se apilan sobre los cuerpos como cuerpos, la posibilidad de sublevarse se acrecienta. La pregunta no se detiene frente a ninguna regulación, se responde Boyer con Whitman. Esto sería una pregunta que, dice Boyer, le va a prender fuego a todo el lenguaje. Un imprevisto que se incinera en el momento de su propia combustión. Leer es preguntar, desobedecer, sobrevivir. Preguntas cada día sin cesar en un instante de peligro. El poema, alteridad atópica, transforma el miedo a desobedecer en miedo a obedecer. El poema, sangre y lágrimas, es el sabor de las preguntas. El poema, ética de la cohabitación, es donde crece una pregunta, pero ¿dónde crece una pregunta?, ¿antes de un levantamiento?, ¿después, mientras ocurre? O acaso siempre estuvo en el bolsillo, lista para transformarse en piedra para lanzar al cuerpo de los asesinos. Hacia adentro y hacia afuera, en copertenencia, en su justa cólera, el cuerpo que no puede más se vuelve marea del entre que golpea el ritmo del levantamiento.
¿Dónde están?, ¿dónde estamos?, ¿dónde? No hay lugar que colme este pasmo, por ello, «¿toda poesía hasta que llegue la revolución es solo una lista de preguntas?». Una lista que enumera lo que nos falta y sigue faltando, el carácter impolítico del poema que nos reúne en la carencia, y en la impropiedad, como una lectura que pregunta antes de su ocurrencia.
Este en vez de es el hasta que de Boyer, el «leer lo nunca escrito» de Benjamin traído por Didi-Huberman en Sublevaciones poéticas. Nunca nadie, en lugar de nadie, podría contestar lo que dice aquel que susurra mientras cae. Suspensión y profundidad de ese querer decir. No se trata de un artificio, ese no decir del poema es la voz que se pierde antes de ser aniquilada y que el lenguaje, resistiendo en medio de las ruinas y del polvo, logra sostener, porque los poemas, dice Louise Glück, «no perduran como objetos, sino como presencias». «Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado» (Glück). Una voz se libera y se devuelve al mundo, del que no podemos caernos. Leer antes, antes de… Leer sin letras, solo gemidos, algo que se parece a algo que aún no llega pero que tampoco se ha retirado. Leer antes de que acontezca una vida en su muerte. Seguimos a Boyer: «¿Sería el hacer materiales del habla de los sin habla para articular la inarticulación de nosotros que ni siquiera somos animales, que somos sub-animales debido a nuestros sueldos, nuestros arriendos, nuestros planes de teléfono, nuestras deudas estudiantiles?».
Habla de los sin habla, articular la inarticulación de nosotros, cada instante de dolor las preguntas, tantas preguntas, sobrevivencia para eludir el puro en sí de la información que aísla los acontecimientos, para ingresar a la tenacidad visible de las imágenes y que no se apague el grito, para levantar e incitar otras preguntas, como las de Boyer, convertidas en notas que se manifiestan en diálogo con la ausencia, siendo ese alguien que falta la página siguiente. Cada uno de nosotros es lo siguiente. Simulacros de respuestas que se distancian acercándose. Cada uno de nosotros un lenguaje, un imprevisto que se multiplica en el porvenir que ya hemos leído en el pasado.
En Preguntas para poetas las páginas se preguntan y responden suspendiendo la respuesta entre sí, en un intervalo que conjetura lo que vemos por un instante. Lo que se pone en el intervalo no es una frase sino una excavación donde se vuelve a respirar, un diálogo la página siguiente como potencia expansiva. Un pequeño registro, en que, para Boyer, «cada “no” a cada pregunta prolifera dentro del terrible y centelleante sí del capital, dentro del sí sin sangre y sin tacto del capital». Mantener el registro de cada objeción, mantener el poema enfrentado a la caída siempre dispuesto a sublevarse. El libro, de un lado y otro, «debilidad del no y del sí» (Boyer).
El primer levantamiento: los ojos que se levantan al leer. ¿Qué puede un cuerpo?, ¿qué puede un poema?, ¿qué puede una pregunta? «Por cierto que del poema no podemos caernos. Estamos definitivamente en él», es el órgano viviente que inscribe los hechos, «don de saberes sensibles, (…) don de gestos-dolencias» y «toda la historia y toda la teoría de las imágenes (…) procede directamente de una noción poética de la imaginación como productora de un saber fundamental» (Didi-Huberman), cuando fatigados, acabados, una imagen remonta hacia nosotros, como «rima de movimientos corporales». Preguntas que son ritmos corporales. En la caída, en lo alto, en riesgo de caer que es su inclinación, fragilidad, el poema puede ser, como señala Didi-Huberman, «don de revueltas-dulzuras», cuyo carácter destructivo despeja y hace espacio. Por ello, «las palabras y las imágenes se encuentran, trabajan juntas para hacer sublevarse a nuestros pensamientos en el gesto de una suerte de insurrección desarmada, de insurrección por destellos de lenguas y visiones. Insurrección que carga, en todas las poesías populares –el canto profundo de los gitanos de Andalucía, por ejemplo– con los golpes rítmicos del lamento y de su propia sublevación». Golpes rítmicos del lamento, lágrimas que son el grano del sonido, el grano de la voz en su desnuda materialidad sonora del que habla Barthes. Sin captura ni asimilación, ritmo de las preguntas del cuerpo hundido frente a la indiferencia de su asesino. Pero las preguntas no se dirigen a él sino a nosotros que debemos impedir su exención. Algo, alguien dice, al límite, susurra, balbucea mientras cae en otro tiempo, porque el cuerpo, dice Lapoujade citando a Deleuze, «nunca está en presente, contiene el antes y el después, la fatiga, la espera. La fatiga, la espera, incluso la desesperación, son las actitudes del cuerpo». Y «el im-poder (…) del pensamiento es como el reverso de la impotencia del cuerpo». Revés de la caída. La pregunta es el cuerpo abierto en el cielo abierto del poema. La pregunta como el útero de fuego del que habla Boyer, que crece y se desarrolla en su vacío, mientras inevitables escuchamos dentro del foso. Primero el oído en la ausencia, luego el tacto en la presencia. El oído de la escritura se ha alojado allí, ¿cuál es la primera pregunta? Lo que nos precipita en la búsqueda sin necesidad de hallazgo, como buscan los niños, como leen los niños, leer antes, leer lo nunca escrito. Leer antes, semejanzas, correspondencias, las estrellas en la noche de nuestra muerte que no es solo nuestra. El poema en cada pregunta es algo incumplido en cada levantamiento incumplido, allí donde a cada respuesta, como ocurre en las «Interrogaciones» de Mistral, le siguen otras preguntas, y nos parecen «sonidos ya emitidos». «¿Sería [sigo con Boyer] que en nuestros ruidos, nuestras quejas, nuestras acusaciones, nuestras críticas, nuestras narrativas, nuestras lágrimas, nuestras preguntas, un lenguaje que es lo existente pero casi no escuchado o escuchado solo como el rugido suave del hacer-lo-planeado, del nuestro-mejor-esfuerzo, del astutamente-resistente, el deshacer solo lo suficiente?».
La poesía, dice Fred Moten, citado por Boyer, «investiga nuevas formas de reunirse y hacer cosas a cielo abierto, en secreto». ¿Cuál es el secreto? ¿Formas de hablar, formas de pensar, formas de reunirse a cielo abierto? Leer sin letras, leer antes, leer lo nunca escrito, como los niños, leer correspondencias. Leer antes sin dejar que se cierre el cielo sobre nosotros. Leer en «el movimiento y la fuerza y la acumulación de cuerpos» (Boyer). Decir no desde el impoder del pensamiento y del cuerpo al sí y al poder del capital. Ponerse en acto, mantener el secreto a voces, escanciar los pasos, sacudirse de lo que aprisiona, dirigirse hacia las preguntas que la memoria hace regresar, como imágenes que tienden y se extienden como paños que se elevan. Instantes que pueden ser eternos como las «Preguntas de un obrero que lee» de Brecht, citadas por Boyer, que interroga a la Historia.
La pregunta atraviesa el cerco, es ella la que se levanta, la respuesta se enreda, queda en el muro. Es fin y comienzo, el antes de, que prolifera desde su caída. Leer antes de… cuando los poemas son el tacto de lo que está por acontecer y que en ausencia nos tocan, para no pensar en continuidad con la historia. Sacudirse, destruir, «moverse fuera del plano de todas las cosas niveladas» (Boyer), elevarse desorganizando los sentidos. Hacer que tu pequeña fuerza explote en el ritmo del cuerpo.
Recuerda: «El poema se afirma en el borde de sí mismo» (Celan). Su ritmo es diáspora de todo sentido dado, el peso de la desesperación que nos levanta desde la altura de nuestra debilidad. Lee como un niño que juega, como un niño conminado por su primera noche de estrellas, en afinidad con el mundo de las cosas, de su intervalo y persistencia incesante, «desde su Ya-no-más a su Siempre-todavía» (Celan). Leer lo nunca escrito, esa palabra que palpita, que golpea el oído de la infancia, que afiebra el sentido, que abandona su destello, que interrumpe su camino y engaña a las páginas. Ellas serán siempre lo siguiente, el alfabeto que se deshace y se recobra de la ruina. ¿Qué puede un cuerpo? ¿Qué puede un poema? Del poema no podemos caernos, sobre el peso de las cosas el poema vuela, porque el que escribe poesía, pensaba Pasolini, «ya no sabe obedecer».
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Nadia Prado (Santiago, 1966) Licenciada en Filosofía por la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS). Ha publicado Simples placeres (Editorial Cuarto Propio, 1992); Carnal (Editorial Cuarto Propio, 1998); © Copyright (Lom Ediciones, 2003); Job (Lom Ediciones, 2006); y Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (Lom Ediciones, 2010). Ha recibido la Beca del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2003), el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2004) y la Beca de la Fundación Andes (2005). Sus textos han aparecido en diversas antologías, entre ellas: Poesía latinoamericana del siglo XXI: el turno y la transición (Siglo XXI Editores, 1997); Antología de poesía femenina chilena del siglo XX: confiscación y silencio (Dolmen, 1998); Mujeres poetas de Chile: muestra antológica, 1980-1995 (Editorial Cuarto Propio, 1998); y Cuerpo plural: antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (Pre-Textos, 2010).

