«Considero una conquista haber hecho alianza y amistad con algunos corazones abnegados capaces de grandes afecciones y grandes padecimientos, esa es una fuerza que no tiene todo el mundo». 

Louis-Auguste Blanqui

Copiar, corregir, interlinear, maquetear. Escribir, solo un poco: copiar. Imprimir, hablar con máquinas, rogarle a las máquinas. Plegar, desechar, coser. Encolar. Esperar, guillotinar, esperar. Copiar. 

Nos fuimos haciendo un cuerpo. 

Fabricar libros ha significado extender, propagar, difundir obsesiones comunes. Un ejercicio periférico y precario, un juego de porfía. Alrededor de un acto relativamente pragmático –piratear libros que queríamos leer y no podíamos pagar–, se fueron tejiendo relaciones, afectos y compromisos: con aquellxs que nos enseñaban a encuadernar, con aquellxs a quienes enseñábamos a diagramar, con las herramientas y máquinas que utilizamos, con las palabras, las tipografías, los libros. Luciole es un efecto secundario, un subproducto, del deseo de profundizar estas relaciones.

Nos da miedo, no lo vamos a negar. Tememos profesionalizarnos, legalizarnos, convertirnos en emprendedores, tener código de barras, hacer un lanzamiento con vino de honor en copas de vidrio, perder la opacidad. Al parecer el precio de hacer libros bonitos es vernos obligados a venderlos, y eso nos asusta.

Sin embargo, este juego de fabricar libros nos ha otorgado un cuerpo. Un cuerpo que no empieza ni termina en nosotrxs cuatro, un cuerpo hecho de discusiones, amigxs, lecturas que, en este contexto de apatía y represión, no deja de apostar por la destrucción de todo lo existente. Un cuerpo para la falsificación, el contagio y la combustión.

Estas tres pequeñas publicaciones componen una serie, y esta no es otra cosa que una constelación de preguntas que algo dan a pensar. Como toda constelación, está compuesta por líneas frágiles y móviles que, de algún modo, otorgan posibilidades para orientarse. Son ellas las que hacen de estrellas pero también de notas dentro de un derrotero de obsesiones, pasiones y deseos que nos han acompañado durante largo tiempo. Levantamientos y caídas son la coreografía de gestos que cristalizaron entre estos movimientos. Hacer el ejercicio de extenderlos sobre esta larga mesa con nuestrxs amigxs, y hacerlos trabajar juntos para hacer sublevarse a nuestros pensamientos, creemos es lo que nos convoca el día de hoy. 

El primer movimiento de este baile consistió en una pregunta: Preguntas para poetas, de Anne Boyer era, originalmente, un fanzine mal impreso, mal traducido y mal diagramado, que circulaba en la feria de oficios del parque Portales, durante mañanas de verano en las que comenzó a gestarse este proyecto. Su interrogación afilada puso en palabras uno de los problemas que nos aqueja. O, más bien, dió el puntapié inicial para plasmar, no solo en palabras sino que en objetos, gráficas, libros nuestras propias preguntas: ¿Qué puede la poesía en un tiempo sin revolución? ¿Qué herramientas nos otorga para habitar este mundo del desastre, cada vez más inhabitable? ¿Cuál sería la mesa en la que nosotrxs con nuestrxs amigxs seguimos hambrientxs y aún así imaginamos el despliegue de lo posible sobre la mesa más larga?

Quizás la palabra poesía sea, en este caso, un pretexto, algo que nos permite hablar. Con ella denominamos la vida en las grietas del capital, los levantamientos y caídas de un mundo común, posible, improbable y a la vez presente en los gestos de nuestrxs amigxs –vivxs, muertxs e imaginarixs–.

Una de esas amistades encontradas es Georges Didi-Huberman. La imágen de sus luciérnagas, que armadas de fragilidad insisten pese a todo, acechando donde los encandilantes focos del capital no las alcanzan, ha sido desde el principio el motor que moviliza nuestros esfuerzos. Leyéndolo juntxs, errando la pronunciación de sus «lucciole» hacia un luciole más familiar, riéndonos de la paradoja de que aquí, al final del mundo, las luciérnagas suelan vestir de negro, es que decidimos hacer de nuestros juegos editoriales un asunto un poco más serio.

Editar y acompañar la traducción de sus Sublevaciones poéticas fue como conversar con un amigo, que se va por las ramas, que intercala la anécdota con la reflexión desgarradora, que nos recomienda sus libros favoritos. No es casualidad que hayamos decidido sentarlo también a conversar con los Poemas gráficos de contragolpe, de Jorge Polanco (amigo, también): sus montajes –verdaderos campos de fuerza de deseos utópicos y contrautópicos– complementan esta sobremesa imaginaria. Al fin y al cabo, es en una mesa de cocina, discutiendo agitadxs por el vino a horas imprudentes, que se construye la memoria, el deseo, el peso de las generaciones muertas, que nos arrastra, sin poder evitarlo, hacia el levantamiento.

Pero es dentro de esta porfía por las sublevaciones, los levantamientos, las revueltas, donde las caídas insisten por escoltar cada movimiento, y la gravedad parece triunfar sobre nuestra capacidad de levantarnos. Ahí fue donde el encuentro con David Lapoujade y su cuerpo que no aguanta más ofreció la oportunidad de leer de otro modo, ofrecer otra declinación para ese vocablo «caída», o incluso «derrota», si se quiere. El cuerpo que no aguanta más es un elogio de aquella fragilidad vital que constituye nuestra más íntima condición, y nos permite dejar de pensar el cuerpo sufriente y enfermo como un momento a ser superado. Nos recuerda constantemente que este «no aguantar» es desde y por siempre una resistencia.

Quisiéramos que esta coreografía entre textos que se levantan y caen sea una extensión de aquellas preguntas que nos hace Boyer: ¿Sería toda publicación, hasta que llegue la revolución, sólo una lista de preguntas? ¿Y si el despliegue de lo posible es imaginado siempre sobre una mesa inclinada? ¿Qué marca el ritmo de los levantamientos y caídas? ¿Cómo hacer para movernos al tiempo lento de la amistad frente al permanente crescendo del capital? ¿Y si esta constelación de obsesiones y deseos de desobediencia está constituida por una caída primera que, sin embargo, no cesa de acontecer? ¿No son precisamente lxs que caen quienes ya no se dejan domesticar? ¿Habría algo así como una comunidad de lxs caídxs? ¿Cuántas relaciones íntimas y secretas hay entre lo que nos levanta y lo que nos tropieza? ¿Cuánto de levantamiento hay en una caída, y cuánto de caída hay en un levantamiento?