Todavía [las luciérnagas] en alguna parte se buscan entre sí, se hablan, se aman, pese a todo, pese al todo de la máquina, pese a la noche oscura (…) Hay razones para el pesimismo, pero por eso es tanto más necesario abrir los ojos en medio de la noche, desplazarse sin descanso, ponerse a buscar luciérnagas. 

Georges Didi-Huberman. La supervivencia de las luciérnagas.

Inventar una experiencia para ver, en la textura misma de las imágenes, entre los golpes y contragolpes de la historia, la huella de un deseo que, pese a todo, persevera.

Colofón Sublevaciones poéticas. Luciole Ediciones.

 

Leer en la noche. El título del ensayo de Ginette Michaud relumbra como la luz pulsante y pasajera de las luciérnagas bailando en el corazón de las tinieblas. Nos invita, como lo hace Luciole, a abrir los ojos en medio de la noche, a hermanar nuestras pupilas con esa danza del deseo que persiste pese a la fragilidad de su luminiscencia. «»Allí donde cierta escritura tiene lugar», algo pasa y se subleva», apunta Michaud en este texto (p.38), siguiendo en el movimiento de las letras la potencia de insurrección que la escritura porta consigo. Cuerpo y escritura, poética y política tensan sus puntos de intersección en esta frase que recoge la potencia de contestación –del poder, del lenguaje, de las formas dadas– que se hospeda en el vaivén inquieto de la escritura y la lectura. Así lo hace también Georges Bataille en La literatura y el mal, extendiéndonos como imagen de la insumisión el crimen de un Kafka-niño que, al caer la noche, se resiste a interrumpir la lectura: «Nunca podrá hacerse comprender a un muchacho, cuando, al anochecer, se halla a la mitad de una bella historia cautivadora, nunca se le hará comprender mediante una demostración limitada a él solo, que tiene que interrumpir su lectura para irse a acostar» [Kafka] […] Al crimen de leer siguió, cuando hubo entrado en la edad adulta, el crimen de escribir» (p.112). Buscando definir qué pone en juego la existencia de la literatura, Bataille apunta en su “Carta a René Char” la divisa NON SERVIAM: el arte de no ser gobernado: “[La literatura] no puede ser reducida a servir a un amo” (p.139). 

Leer, escribir, aunque la noche caiga sobre nosotros, hacer de nuestro encuentro con los libros prácticas de la no servidumbreMichaud nos tiende al comienzo de su ensayo una carta de la escritora quebequense Elise Tourcotte, en la que se desliza una afirmación que condensa ese repiqueteo insurgente de la escritura, su don de sublevación. Tourcotte dice encontrar la fuerza para seguir escribiendo en la lectura, en el encuentro con aquellos libros que «muestran que es posible escribir haciendo aparecer a los personajes que se mantienen en el ángulo muerto de la Historia». Se escribe, entonces, pese a todo, a pesar de estos ángulos muertos que nublan los ojos de la memoria, rebelándose contra los discursos tipificados, los juicios momificantes, los enmudecimientos y violencias que recaen sobre las vidas mínimas. Escribir pese a todo es una fórmula de Marguerite Duras. Se escribe, dice ella, a pesar de la desesperación. Pero de inmediato rectifica. «Escribir pese a todo, pese a la desesperación. No: [hay que escribir] con la desesperación» (p.31). Si los discursos constituidos, si las representaciones corrientemente admitidas, no dan la exacta resonancia de la experiencia que hacemos de lo real, habrá que componer libros desobedientes, indomesticados, «libros –dice Duras– que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento» (p.36). Se resiste en la escritura a lo que asfixia nuestras fuerzas vitales, como dice Deleuze que Kafka lo hacía, aunque para ello solo se cuente con un acto de habla, tan solo eso: «Kafka –afirma Deleuze– pensaba que teníamos tan solo un acto de habla para vencer la resistencia de los textos dominantes, de las leyes preestablecidas, de los veredictos ya decididos» (p.335). María Negroni, en El arte del error, vuelve a decírnoslo. Se escribe, se sigue escribiendo, porque es preciso aventurarse a pensar más allá de la costra del uso, allí donde el imperativo de lo unívoco ahoga nuestra capacidad de querer y de pensar: «La escritura busca siempre lo mismo: rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancelan el derecho a la duda, limitando a las criaturas el acceso a su propia inadecuación. De ese modo, y no de otro, produce estampas del desacomodo» (p.9). 

La escritura se perfila aquí como una forma pensante, cuestionante del mundo, la paciente apertura de un lugar para que ocurra lo que no tiene lugar. Por eso, dice Maurice Blanchot, el poema nunca habla el lenguaje del poder. «Palabra de poeta y no de amo», señala en un acápite de El libro que vendrá, contraponiendo la palabra perentoria e imperante del dictador -ese «hombre del dictare, de la repetición imperiosa, el que pretende luchar contra el peligro de la palabra extraña» (p.247)- a la voz venida de otra parte que despunta en la experiencia literaria, palabra sin poder, desposeída y desarraigada, capaz sin embargo, con su fuerza vulnerable, de abrir más espacio a los seres y las cosas, para que en ella hable lo que carece de poder: «[El lenguaje literario] habla solo a quien no habla para tener ni para poder, ni para saber ni para poseer, ni para convertirse en amo ni amaestrarse, es decir, solo a un hombre muy poco hombre» (p.41). Podemos presentir que una nueva modulación de la vida y de sus formas puede germinar en el vuelo de las letras. Escribir, leer, pensar, encontrarnos, pese a todo, no pese a nuestros agobios y a nuestros tropiezos, sino con ellos, porque lo que resiste en la escritura, lo que interrumpe los anquilosamientos de la vida normada, nos avisa que hay una política otradespuntando en ella, una que no se disocia del cuerpo, de sus hambres y sus lamentos, de sus heridas y de sus furias, de su deseo de hacer mundo cuando el mundo se desbarranca, y eso siempre se hace con otras y con otros. Encontrándonos en la escritura, retomando una fórmula de Marina Garcés, «aprendemos a ver el mundo que hay entre nosotros» (p.114).

En un ensayo de su libro Manual para destinos defraudados, titulado simplemente No, Anne Boyer nos habla de su amor a este pequeño adverbio, que atraviesa con su potencia crítica la búsqueda de su poesía. «Me gusta el no. De lado, es como un mantra al revés (om). Es sigiloso, portátil, incapaz de bajar los hombros. Preside sobre la lógica de mi arte» (p.16). Allí donde el capitalismo nos obliga a consentir el extractivismo sin restricciones de nuestras fuerzas vitales, con una sonrisa idiota en nuestros labios, lo que se requiere es una poética del rechazo. La imagen que nos entrega la nota 11 de Preguntas para poetas es elocuente. Se trata de una cita de una nota de Graham Snowdon en The guardian sobre el scanner de sonrisas aplicado en una compañía japonesa: «Una compañía japonesa de trenes, preocupada de que sus empleados no se vieran lo suficientemente encantados de ver a los pasajeros, introdujo software de ‘escaneo de sonrisas’ para registrar que tan entusiastas eran sus expresiones» (p.13). Anne Boyer escribe contra esta práctica de la sonrisa cuantificada en un sistema económico-político cuyo alcance de devastación se establece en relación a la imposibilidad de imaginar otras opciones para el presente. «En una época en que el cielo está lleno de policía, en que no hay superficie bajo la que esconderse» (p.22), Boyer nos dice en No que «cada poema contra la policía es también siempre un guardián amoroso del mundo» (p.20). Para reafirmarlo, cita el poema de Miguel James, Contra la policía, hermanándose con su gesto:

«CONTRA LA POLICÍA

Toda mi obra es contra la policía
Si escribo un poema de Amor es contra la policía
Y si canto a la desnudez de los cuerpos canto contra la policía
También si metaforizo esta Tierra metaforizo contra la policía
Si digo locuras en mis poemas las digo contra la policía
Y si logro crear un poema es contra la policía
Yo no he escrito una palabra, un verso, una estrofa que no sea 

contra la policía
Mi prosa toda es contra la policía
Toda mi obra incluyendo este poema
Toda mi obra entera es contra la policía.
Toda mi obra es contra la policía».

En las plaquettes de Luciole, en la honda y material hermosura de su factura, en las sublevaciones pensativas y poéticas que se agitan en sus textos, «libros que brillan en la noche del capital», como dice la frase que constituye la modulación de su propio NON SERVIAM, encontramos el mismo impulso. En su apuesta revolotea la pregunta por la resistencia que ronda la imagen de las luciérnagas, cuyo esplendor discreto, efímero, entrecortado nos ha hecho llegar Georges Didi-Huberman, recordando el deseo anudado a su vuelo en la obra poética y cinematográfica de Paolo Pasolini: «aquello que aparece, pese a todo, como novedad reminiscente, como novedad “inocente”, en el presente de esta historia detestable» (pp.7, 50). Didi-Huberman relata en La Supervivencia de las luciérnagas cómo, para Pasolini, las luccioles, el movimiento inquieto y frágil de su fluorescencia intermitente, se convierte en el emblema de la insumisión que ronda aún en la memoria de la palabra pueblo, en medio de las «luces feroces de los reflectores del fascismo triunfante» (p.18).Luciole deja caer de su nombre una c, volcándose mediante sus libros al deseo de ver destellos de una vida otra en nuestro tiempo y en nuestros cielos. «Queda la literatura», «queda, entonces, sí, el poema», queda «lo que luce como una luciérnaga en la noche del poema», escribe de cerca Michaud (p.48), intensificando el envite de una escritura que se levanta, sin condición, contra lo que aquí y ahora ya no podemos soportar, contra lo que en el mundo se ha vuelto imposible. 

Sublevaciones poéticas es el título que Georges Didi-Huberman elige para retratar la historia de su encuentro con el poema como don de lengua y como acto de pensamiento. Entre los dones de la experiencia poética que recoge como piedras sueltas, evocando los versos de Octavio Paz en los que relumbra esa imagen, Didi-Huberman señala que hay poemas en los que «las palabras y las imágenes se encuentran, trabajan juntas para hacer sublevarse a nuestros pensamientos en el gesto de una suerte de insurrección desarmada» (p.27). En la tangencia de palabras e imágenes, asoman destellos de un levantamiento que solo cuenta con las armas de su cuerpo, un cuerpo -como recuerda David Lapoujade en Un cuerpo que no aguanta más, – que cae y que se inclina, y que en su cadencia nos hace sentir cuando «la vida se enferm[a] de sí misma» (p.18), doblegada por el peso del dictamen soberano. Se escribe «para estar a la altura de la propia debilidad» (p.28), para «narrar nuestros tropiezos y nuestros tambaleos», como dice el colofón de Sublevaciones poéticas, desobedeciendo el peso de la violencia ortopédica que recae sobre cada una de nuestras torceduras. Por eso la escritura que se levanta no es un objeto, sino una experiencia, un acto o un gesto que, con cada una de sus palabras, acentos, espaciamientos y ritmos se sacude la coraza que pretende corregir el desvío de la existencia singular que en ella se expone. Caer, tambalearse, poder decir no, para hacer que los deseos del poema avancen.

Al compartirse, dice Anne Boyer en No, «los deseos del poema avanzan» (p.19). Con ese no puesto en común, la escritora renunció en noviembre del 2023 a su cargo de Editora de poesía del suplemento dominical del The New York Times, en protesta por la guerra en Gaza. En la carta en que comunica su decisión, tras recordar las consecuencias que la guerra de Gaza está teniendo sobre los palestinos, Boyer dice que cuando el «statu quo ya es una (forma) de autoexpresión, a veces la manera más efectiva de protesta para un artista es el rechazo». «El mundo, el futuro y nuestros corazones: todo se vuelve más pequeño y más difícil desde esta guerra». Y, sin embargo, pese a todo, se escribe. «Queda la literatura»., “queda, entonces, sí, el poema»., queda “lo que luce como una luciérnaga en la noche del poema».. Eso nos enseña Luciole. Todavía hay luciérnagas que «en alguna parte se buscan entre sí», que perseveran en su deseo, pese a todo. 

Referencias bibliográficas 

Bataille, Georges (1957). La littérature et le mal. Paris: Gallimard. 

____(2001). “Carta a René Char sobre las incompatibilidades del escritor”. La felicidad, el erotismo y la literatura. Ensayos 1944-1961. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. 

Blanchot, Maurice. El libro que vendrá, Caracas, Monte Ávila Editores.

Boyer, Anne (2021). NoManual para destinos defraudados. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Zindo & Gafuri.

____(2024). Preguntas para poetas. Santiago: Luciole Ediciones.

Deleuze, Gilles (1987). La imagen-Tiempo. Estudios sobre cine. Barcelona: Paidós.

Didi-Huberman, Georges (2012). La supervivencia de las luciérnagas. Madrid: Abada Editores.

____ (2024). Sublevaciones poéticas. Santiago: Luciole Ediciones. 

Duras, Marguerite (2000). Escribir. Barcelona: Tusquets. 

Garcés, Marina (2013). Un mundo común. Barcelona: Edicions Bellaterra.

Lapoujade, David (2024). El cuerpo que no aguanta más. Santiago: Luciole Ediciones. 

Michaud, Ginette. (2022). “Leer en la noche”. Poética y Filosofía. Resistir en la escritura. Javier Agüero y Carlos Contreras edits. Viña del Mar: Cenaltes Ediciones.

Negroni, María (2016). El arte del error. Madrid: Vaso roto Ediciones.


Marcela Rivera Hutinel (Santiago, 1975) Doctora en Filosofía, ensayista y académica del Departamento de Filosofía en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Cuenta con diversos ensayos publicados en revistas y capítulos de libros. Ha sido traductora de Entretiens sur toutes choses, colección de ensayos de Charles de Saint-Évremond, libertino francés del siglo XVII (Editorial Prometeo, 2013). Ha editado, junto a Pablo Oyarzún, el libro colectivo Escepticismo, literatura y visualidad (Ventana Abierta/U. de Chile, 2016). Es autora de los ensayos Pensar por imágenes: Montaigne y la caída (Cuadro de Tiza, 2020) y Lo que la mano da (Mundana Ediciones, 2022). Su tesis doctoral, titulada Figuras anómalas de la lectura en el pensamiento contemporáneo, se encuentra en proceso de publicación por Ediciones Macul.