Lo siniestro en El amor de las cucarachas
Viviana Saavedra Arévalo
We are such stuff / As dreams are
made on, and our little life / Is
rounded with a sleep
—William Shakespeare, The Tempest.
Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: ¡Ah, el horror! ¡El horror! (…)
Esta escena de la novela corta de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas (1899) es probablemente una de las más conocidas de la obra. Las palabras de Kurtz se volvieron en casi un símbolo del miedo sufrido ante la muerte, aquel horror ante el vacío, ante el olvido, ante la nada, así como T.S. Elliot nos narra en su poema The Hollow Men (1925); hombres huecos que, al igual que Kurtz, sienten el horror de comprender su propio estado de almas rotas, huecas. Así como el miedo al vacío descrito por Conrad, existe el miedo al futuro o la angustia, aquel sentimiento que, según los psicoanalistas, se desarrolla en los primeros años o incluso meses de nuestra vida. Sin embargo, según Freud, el miedo infantil, al contrario del horror de Kurtz, es aquel capaz de crear, de rellenar el vacío. El miedo a la oscuridad, por ejemplo, no es un miedo a la oscuridad en sí, sino a todo lo que puede suceder en aquel vacío: la posibilidad de movimiento o de seres inanimados volviéndose animados es lo que causa angustia en el niño. Se trata de un miedo onírico, fantástico y, desde un punto de vista, similar a la literatura, al acto de contar historias, porque, al igual que la literatura, este miedo produce imágenes.

Es este paradigma del miedo, similar a un fabulesco hostil, el que podemos encontrar en el cuento corto El mar de las cucarachas (1939) del autor italiano Tommaso Landolfi (1908-1979), cuya admiración a la gran literatura rusa y a escritores de la época como Franz Kafka no se dejan de notar en sus obras. Sus cuentos han sido descritos como “fantasías, composiciones, caprichos en un sentido entre música y pictórico, en los que el capricho, el humor se acompañan de una casuística extenuante y los motivos líricos surgen de una reflexión crítica de la realidad, de un gusto formado en el cruce de diferentes literaturas” (Boticelli). Mediante una prosa brillante, El mar de las cucarachas es una explosión de imágenes surreales y grotescas; después de la breve descripción de una escena cotidiana, con un abogado y su hijo, en un día soleado, el cuento continúa así:
Del umbral reluciente de una barbería corrió a su encuentro su hijo en persona, sin chaqueta y con una manga arremangada por encima del codo.
—Papá, papá, mira qué bonito tajo.
Y mostraba una herida profunda en el antebrazo, una herida de navaja barbera larga y limpia. La sangre manaba en abundancia pero el joven sonreía contento. Aquella visión llenó de horror al abogado, pero no tuvo tiempo de decir nada porque su hijo, abriendo con decisión los labios de la herida y hurgando dentro de ella con la otra mano, empezó a sacar algo. Primero un largo trozo de cordel, luego un grano de pasta agujereada, y ofrecía estos objetos a su padre, el cual los tomó y también miró dentro.
Por dentro la herida era más ancha de lo que uno podía imaginarse. Las paredes eran lívidas y en el fondo se entreveía una especie de légamo sangriento en el que afloraban los distintos objetos. Una tachuela de zapato, algunos perdigones, unos granos de arroz. El joven también sacó un moscardón con las alas pegadas y un gusanillo azul y diáfano, pero los tiró lejos con un gesto de asco. Sin embargo, el gusanillo, obstinado, en seguida intentó trepar por los zapatos de charol del abogado, pero el joven volvió a arrojarlo al polvo con el pie.
—¡Ah! ¿Conque ésas tenemos? —protestó el gusano con voz áspera.
—¡Que Dios te maldiga! ¿Qué hacías aquí dentro? —le respondió el joven sin dar demasiada importancia al incidente
Desde lo cotidiano (relación padre e hijo) la narración se transforma casi de inmediato en una serie de sucesos surreales, y luego, sin explicación ni guía, así como lo encontramos en Kafka, el espacio pasará de lo real a lo fantástico. Como el despertar de Gregor Samsa, el cuento no funciona de acuerdo a una continuidad familiar, sino que las acciones se ramifican, transformándose en espacios y personajes incongruentes: sin explicación del por qué, el abogado y su hijo se dirigen al puerto para montarse en el barco que será el lugar de acción durante casi todo el resto del cuento. En cuanto a este traspaso de lo cotidiano a lo fantástico resulta interesante volver (solo brevemente) a Freud y a su reflexión sobre el concepto de lo siniestro. En alemán, das Unheimliche, traducido al español como lo siniestro (también ominoso o perturbador), es un concepto que contiene el concepto de Heim: el hogar. Freud dice que lo siniestro nace de lo familiar, y es exactamente eso lo que causa angustia: el coexistir de lo familiar dentro de lo extraño (perturba, por ejemplo, toparse con la misma persona en numerosas ocasiones el mismo día, o, para aquellos más supersticiosos, ver el mismo número en distintos lugares).
En La metamorfosis de Kafka, el espacio cotidiano y burgués se ve invadido por algo extraño cuando Samsa despierta convertido en un animal repulsivo. Desde un punto de vista narrativo, lo siniestro de la situación de Samsa se conviene en el siniestro narrativo, porque el lector, como Samsa, se ve atrapado en una situación sin explicación, y, al encontrarse en una situación similar, empatiza con el personaje rechazando aquella terrible hostilidad por parte de su familia. En El mar de las cucarachas Landolfi toma el modelo kafkiano, pero no lo dirige a un solo personaje, sino que a la narración entera y a todos sus personajes y espacios que a veces, solo a veces, logra perturbar al personaje del abogado. Solo por dar un ejemplo, aquello que le da el nombre al cuento es el paso del barco por un mar literalmente lleno de cucarachas (!).
En el mundo narrativo del cuento, lo siniestro, en términos freudianos, da como resultado una prosa sin fines naturalísticos, y que más bien funciona como una metanarración. Después de las perturbadoras imágenes sobre el barco (daría más detalles, pero los invito a leer el cuento), regresamos a una escena cotidiana, declarando así la artificialidad del cuento, donde la literatura, al igual que el miedo infantil, explota en imágenes.
Vamos, perdóname; yo no podía saber… ¿Eres feliz ahora?
Roberto se arrojó entre sus brazos. También él estaba conmovido y dijo poniéndose digno:
—Pero esta historia no me convence nada. No lo dudes, se habrían salvado de alguna manera. Justo ahora que iban a llegar a la isla…
—¿Qué isla? —preguntó Lucrezia. —Es una isla en medio de un mar azul, bajo un cielo azul. Se llega a una tranquila ensenada entre palmeras y naranjos, entre árboles siempre verdes, entre flores siempre abiertas… —¿Y no podríamos ir a esa isla? —le interrumpió la muchacha sonrojándose ligeramente y bajando los ojos.


Deja un comentario