Tres poemas
Por Fernando García Moggia
Acerca de esto
Lo primero es un cerro infranqueable
tupido de gramíneas, espinos
y aromos con vainas secas colgando.
Allí se aprenden ciertas cosas
que todo lo que rueda, por ejemplo
acaba inmerso en la espesura.
Entrar al día es lo extraño, no te salva
precisar la meta ni el carril.
Alguna vez dijimos
palabras que significaban nada
dispuestas a poco más que consumirse.
Amarrados al viento, ligeros de suelas
apuntamos hacia adelante
porque así nos queríamos: libres, locos, en camino,
hermosos traficantes de sustancias puras
¿o eso fuimos acaso
hasta que nos pusimos a probarlas?
La corrupción, el fruto, la cantinela
oída por primera vez en altamar
el tiempo que de pronto salta de las cosas
con su polvillo de plomo: una música
de tormenta irrumpe en el sueño y los soñantes
se lanzan desesperados a los bares. Qué importa,
ir al pasado es también naufragar.
Recorrer con el dolor a cuestas
los meandros de una historia
perdido haciendo dedo en el camino.
Es un afán por componer la geografía
de nuestra propia incertidumbre:
sobre la mesa, entre copas de insomnio
y cuadernos rayados, yace el tema
sordo a toda palabra que no sea
un manotazo al aire, un trazo hecho
con toda la fuerza del impulso
un hasta aquí y retomamos otro día
porque en esto estamos, de esto
estamos hechos y seguiremos preguntando.
Cadenas inglesas
Por entonces la vida era un fondo
de pantalla: una ribera espumosa
con acceso exclusivo, y detrás
el tranquilo vaivén del cocotero
era un baile burlesco. Había llegado
a lavarme los dientes demasiadas veces
al día, y mis manos, ya resecas
de tanto flisflis, enjuagaban trapos
llenos de pringue como quien ayuda
a un amigo. No estaba solo sino rodeado
de ciborgs viejos: los gritos de Merry
al tener listas las papas, la carraspera
del carreteado Bosch y la queja fija
al expulsar sus jugos. Cocinar + limpiar
no una fórmula cualquiera sino
una especie de goce a la medida
de Virgo acorralado, sacando lustre
hasta la punta del cuchillo. Qué ilusión
perfecta es trabajar para una cadena
inglesa: nada funciona, salvo el porro
y el soplete.
Aleación amorosa
El sol del sueño, los cuerpos flotan, la luz
cruza de pronto, y el aviso:
las campanas seguirán sonando
aunque haya muerto el jorobado.
No merecíamos esta noticia para empezar
pero dime ¿qué merecemos: este ático,
este impulso atávico, esta inactividad
engendrada por el mediodía y sus demonios
que saltan sobre la cama y sobre el sexo
disfrazados de viejos juegos de rol?
Nadie repara en lo agotador de la descarga
y parece victimismo hacerlo: vamos
como microscópicos agentes buscando
la membrana, la inserción, el desarrollo. Una mancha
bajo el labio o en el papel confort
es un destino inevitable, dirás, para la creatura
que odia la producción y sus prefijos.
Y es que no hay plan
o el plan es tan solo otro suceso
un naufragio en una taza, en la función
de la clepsidra, en formas de medir
el tiempo sin que caiga encima
gota a gota en la vasija hasta agrietarla.
El único plan consiste
en escoger entre el hacha o el cincel.
Salsa de los obreros que componen
el orfeón del cielo, restaurando
fachadas, tapiando palomares, cantando
la calle es una selva de cristal
arriba del terrado y con martillo
coro seguido de gaviotas platos y olas
que se chocan y que inundan
de remotas cosas esta lenta alquimia.
Así
para nosotros, dispuestos a explorar en equipo
las fisuras del día, ciertamente esperando
como tortugas varadas frente al mar
la hora en que sube la marea.
Fernando García Moggia (Viña del Mar, 1990) es poeta y traductor. Ha publicado el libro Cuídate del agua mansa (Col. Adonáis, Premio Alegría de Poesía 2022), además de poemas, ensayos y traducciones del inglés y el ruso en distintos medios impresos y digitales. Forma parte del comité editorial de la revista digital Saranchá. Vive en Barcelona desde el 2018.


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