Pornografía de los escombros
Morfopunk. Historias cotidianas de un futuro inaceptable de Pogo

Diego Leiva Quilabrán

En el famoso prólogo a Los lanzallamas, –uno de mis textos favoritos– Roberto Arlt responde a quienes critican su escritura: “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias”. Primero, recibir el golpe; segundo, desquitarse. No defender la escritura, sino que mandarles un golpe de vuelta a los acusadores, me parece que es la mejor manera de leer y homenajear la obra de Mario Carneyro, el Pogo, en general, pero también de entrar en Morfopunk. Historias cotidianas de un futuro inaceptable (Santiagoander, 2021) en particular. 

¿Cae en ese vicio de ametrallar a ratos con adjetivos al lector? Es posible. ¿Construye escenas efectistas, pero efectivas, dignas del más explícito cine clase B? Es posible. ¿Su fantasía posapocalíptica tiene el sabor de los clichés del género? Es posible. ¿Incurre en unas pocas faltas de ortografía? Sí. A pesar de todo, Morfopunk está montada como una obra consistente en su interior, pero, sobre todo, con la imagen que uno puede hacerse de su autor, ese personaje de la música nacional que Felipe Retamal en Culto llamó cariñosamente “el peor de Chile”, en referencia a la banda que lideró por años. No tendría dificultar en citar unos cuantos que pueden haber cultivado más estilo para agradar a sus pares. A Pogo, ya dije, hay que leerlo desde otro lado.

Los adjetivos son la expresión del desenfado descriptivo de su autor. Las escenas grotescas de muerte, enfermedad, violencia y/o sexo están ahí para mostrar la humanidad en el límite de la cordura. Si dije que abundan los clichés del género posapocalíptico, también debo decir que están mezclados con las proyecciones, fantasmas y miedos de nuestro país. 

Lo que se va construyendo a través de Morfopunk son, tal y como promete su título, historias cotidianas entremezcladas –siete en total– en un Chile posapocalíptico. SantiagoPaís es un reducto en guerra permanente, sin dios ni ley, en que kukis, babyfems, milicianos, morfopunks, klústers y cholombianos manotean maneras de sobrellevar la masacre con más masacre. Cada uno de los protagonistas del volumen –siete, uno por cada relato– resiente, tarde o temprano, su personalidad individualista. Otras ficciones de este estilo comprometen una salida, una esperanza. No es el caso de estos cuentos, que se cierran con muertes y desolaciones morales. Abandonada la búsqueda de la justicia, incluso poética, solo quedan formas de hundirse.

Si la lista de palabras del párrafo anterior suena rara, no hay problema. En una movida en off, el narrador de Morfopunk también hace de editor-enciclopedia del mundo arruinado y va construyendo un breve diccionario a pie de página que describe las tribus urbanas y los hitos geográficos y temporales que van delineando, el pasado del futuro que vamos leyendo. Con una cuota de creatividad, figuran herederos de movimientos feministas, géneros musicales y hasta organizaciones delictivas. El modo de construir y deformar la lengua recuerda a Burgess en La naranja mecánica, aunque dicho lengua no se recluye en una jerga de un pequeño grupo, sino que se extiende sobre el mundo narrado para lograr asirlo de alguna forma.

Dije que en la fantasía posapocalíptica de Morfopunk aparecían una serie de clichés del género. Quiero seguir en este comentario las palabras de Rolando Ramos, que conoció a un joven Pogo en España. Para el texto de Culto antes mencionado, Ramos comentó que el entonces Mario Carneyro “era una persona muy culta, leía mucho, muy interesante […] tenía un potencial exquisito de contar historias […] me mandaba unas sábanas tremendas con una imaginería increíble; viaje al cerebro de un criminal, anarquía en la plaza de toros, aventuras en un búnker antinuclear, cosas así”. El autor entonces no aparece como un creador facilista, sino una mente selectiva. Una mente que elige exhibirlo todo, como una pornografía de los escombros. Elige que el desolado SantiagoPaís haya sido víctima de un amplio recetario de males que a través de los siglos lo ha vuelto más y más inaceptable: pandemias, guerras, colapsos políticos internos, cambio climático, contaminación ambiental. No solo el hombre ha sido el lobo del hombre, sino que ha sido un corderito condenado a ser devorado una y otra y otra vez.

Hablando de lobos y corderitos, pareciera que en el territorio sin ley hay un depredador principal. Es el cabecilla de la cultura underground, el artista al que intenta acercarse el periodista que protagoniza la primera historia, “Nunca entrevistes a un morfopunk”: Kultrum de Nox, descrito en las primeras páginas como 

“ídolo de masas y terror de las mayorías silenciosas. Un sociópata que debería estar cumpliendo varias cadenas perpetuas, si no fuera porque es una jodida leyenda del rock and roll. Más bien, del morfopunk. Histéricas, canciones recargadas de derrames de nostalgia del siglo del esplendor, guitarras afiladas y demoledoras, secuencias apocalípticas, coros ye-yes y unas letras tan beligerantes como en lo que decidas, un Dios para algunos, un bardo malgastado para otros. Un pervertido impune sin búsqueda de captura para la mayoría. Pero debo reconocer que hace una música frenética, atrayente y obscenamente buena” (6-7).

Las stroks, las desquiciadas fiestas-recitales de Kultrum de Nox son el escenario más fuerte y reconocible en toda la obra, tanto por lo que sucede arriba como abajo del escenario. Allí la teatralización de un Síndrome Camboya exagerado hasta el hartazgo, de jóvenes que no quieren más, de suicidas, de drogadictos escapistas. El punto donde converge la experiencia humana más degradada sin promesa de salvación.

Morfopunk es un ejemplo de que la lengua de Pogo fue una lengua bruta, estamos de acuerdo. Pero, al fin y al cabo, fue una lengua dispuesta, como Arlt, a recibir los golpes y a devolverlos con la seguridad de un proyecto estético local y global. Una voz atragantada de adjetivos y de escenas macabras, pero dispuesta a mostrarlo todo cuando se trataba de la ficción. Sobre todo si se trata de mostrar nuestro propio derrumbe civilizatorio.

***Mario “Pogo” Carneyro. Nació en 1957. Cantante, guitarrista y líder de la legendaria banda Los Peores de Chile, también fue parte de Fiskales Ad-Hok y Locos por Larry. Además fue diseñador gráfico, dibujante, fotógrafo y escritor, faceta en la que publicó la novela 24 Horas con Blas. Carismático, polémico, crítico, misterioso; Pogo es una figura fundamental de la escena musical nacional y de la evolución del punk en Chile. En El peor libro de Chile (Santiagoander, 2018) se encuentran todos esos ingredientes en una mezcla perfecta. Luego del estallido social y en plena pandemia, en 2021, publica Morfopunk. Historias cotidianas de un futuro inaceptable. Falleció el 3 de octubre de 2022, poco más de un año atrás de la publicación de esta reseña.

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