Varones, ¿no están hartos de ustedes mismos?*
Sobre la autorreferencia y la falta de preguntas. Un texto en torno a la participación de la escritora Irene Vallejo en La ciudad y las palabras

Catalina Estrella

Hace un par de días, el académico y crítico de cine Héctor Soto fue el encargado de dialogar con la destacada escritora y filóloga española Irene Vallejo, en el marco de La ciudad y las palabras, una instancia que nace bajo el alero del Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Según sus propios organizadores, estas conversaciones surgen con la intención de abrir la reflexión cultural sobre las relaciones que se establecen entre los territorios y sus habitantes.

Tan solo dos semanas atrás, el mismo Soto publicó un breve comentario en el espacio cultural que mantiene en La Tercera, anunciando la visita de Irene Vallejo al país. El tono del texto prometía bastante, el columnista se refirió a la vulnerabilidad de la democracia y a los peligros de la demagogia, porque nada es fijo y todo puede pasar cuando se trata de política. Aprovechó incluso de recordar la caída del sistema ateniense, a propósito de un episodio de El infinito en un junco. Hasta ahí perfecto, excepto porque el día del evento, el señor Soto se dio el gustito de sacar a colación al marido de Irene Vallejo en tres ocasiones. Habrá quien diga que fue una equivocación, la brecha generacional, quizás, pero yo prefiero no pecar de inocente.

La primera vez que Soto aludió al marido de Vallejo, fue pidiéndole al público que lo aplaudiera. La audiencia no había terminado de ovacionar a la invitada cuando Soto decidió que era muy importante reconocer la ardua labor del marido sacando fotos a su esposa. Es curioso lo ocurrido a lo largo de la charla, porque Vallejo no escribe esa autoficción que tanto desprecia la academia de este país y, sin embargo, tuvo que salir a responder asuntos de su vida personal, de la gestión de las labores domésticas y tantos otros asuntos que nada tienen que ver con su escritura. El entrevistador continuó con su performance y nombró al esposo de la autora una segunda vez, a propósito de una pregunta que se suponía iba dirigida a ella, pero que rápidamente pasó a ser una especie de chiste interno, de esos que sostienen el pacto patriarcal de la burla;

«Irene, ¿eres desordenada? Eso debería preguntárselo a tu marido, en todo caso».

Permítanme contextualizar, dos minutos antes, Soto le sugirió a la autora ir al psiquiatra diciendo que podía recomendarle a alguien para que le diera ansiolíticos. ¿Por qué? Simplemente porque Irene es una escritora que piensa y edita mucho lo que escribe. ¿Cuánto es mucho? Habría que preguntarle a don Héctor cuál es la escala y cómo se mide, porque al menos, en sus propias palabras, el caso de una investigadora como Irene Vallejo es derechamente patologizable, obsesivo. 

Cuando Herzog estuvo invitado a este mismo ciclo de conversaciones, no le preguntaron si tenía el closet ordenado, porque la realidad es que a nadie le interesa el caos del hogar de los varones, sean o no artistas, porque las labores de orden y cuidado de una casa no se cruzan con su trabajo remunerado, son espacios independientes. Lamentablemente, para la academia y otras instancias afines, funciona la misma lógica, no hay excepción.

La tejedora

Héctor Soto mandó al psiquiatra a Irene Vallejo por obsesionarse con la edición de su escritura y, al mismo tiempo, la expuso como desordenada en su espacio privado. La autora tuvo que salir a dar explicaciones y, sin dejar de sonreír, habló de un caos que solo ella entiende y aprovechó de citar a Agatha Christie, quien decía que sus mejores obras se le habían ocurrido fregando platos. Una genia, si me lo preguntan.

La capacidad narrativa de Irene Vallejo es impresionante, es una tremenda oradora. Cada una de sus extensas respuestas se despliega con gran elocuencia, jamás pierde el hilo con el que teje su propia autoría. Incluso cuando las preguntas no tienen ninguna capacidad o intención de ahondar en su escritura, Vallejo encuentra la forma de posicionar su discurso con mesura y sin confrontaciones. 

Hubo un par de momentos que salvaron la velada, pequeños destellos en los que Vallejo, haciendo gala de su excelente humor, debatió con fuerza ciertas ideas preconcebidas en torno al fomento lector. Por ejemplo, la típica falacia que dice que los jóvenes no leen. Lo peor fue que el entrevistador le expuso a Vallejo que advertía una decadencia de los hábitos de lectura en Chile y por eso le pide a la autora consejos para superar la situación. Esto es una apreciación porque no adjuntó ni un solo dato, no hubo algún tipo de estadística que acompañara su relato. ¿Qué podría decir una autora española de cómo fomentar la lectura en Chile?, ¿cómo se equiparan los territorios para proponer alternativas viables?

El club del infinito

El infinito en un junco (Siruela, 2019) es la gran obra de Vallejo. Un long seller que a la fecha registra más de un millón de copias vendidas. En medio de la pandemia, la autora logró que un ensayo sobre la invención de los libros suscitara el interés de lectores no especializados alrededor del mundo.  Además de romper todos los récords de venta, El infinito en un junco se ha adjudicado importantes reconocimientos como el Premio Nacional de Ensayo de España en el 2020, el Premio Aragón en el 2021, y el Premio Antonio de Sancha en el 2022. 

El rotundo éxito detrás de este ensayo se explica como parte del fenómeno de lectura que observamos durante la pandemia. La emergencia sanitaria, la cuarentena y la distancia social nos obligaron a bajar el acelerado ritmo del capitalismo y a buscar formas de entretención en la intimidad de nuestros hogares. Rápidamente, las librerías tuvieron que ajustarse a los cambios que trajeron las restricciones de movilidad y los libros pasaron a circular entre el delivery de comida y los artículos básicos del hogar.

La pandemia se acabó, volvimos a la rutina y el libro de Vallejo sigue vendiéndose. ¿Qué es lo que hace que un libro trascienda la novedad?, ¿su calidad literaria?, ¿la buena prensa? En este caso, yo me inclino por la socialización. A más de tres años del inicio de la pandemia, El infinito en un junco sigue siendo parte de diversos clubes de lectura. 

Bajo la premisa de ser una declaración de amor por los libros, la obra de Vallejo es un gran ejemplo de cómo la divulgación del conocimiento es una excelente vía para fomentar la lectura desde la curiosidad y el placer.

«Soy una optimista de los libros». Así partió su réplica Irene Vallejo al ser consultada a propósito de la supuesta baja en los hábitos de lectura que expuso Soto durante la conversación. Esa frase se la escuché por primera vez en mayo, durante el cierre del Congreso de Promoción del Libro y la Lectura, una instancia que formó parte de la programación de actividades de formación de la 47° Feria del Libro de Buenos Aires 2023. 

Una misteriosa lealtad: Libros, memorias del porvenir, así se titulaba el supuesto diálogo entre Irene Vallejo y el lingüista Santiago Kalinowski. Digo supuesto porque la charla fue más bien un desfile de no-preguntas, como confesó el mismo entrevistador, quien dedicó gran parte del tiempo destinado a la conversación a hablar de sí mismo. A esta altura, vale la pena cuestionarse si hay que aguantar realmente esta práctica sobre explicativa y autorreferente de “más que una pregunta tengo un comentario”. Mucho les molesta el yo, excepto cuando se trata de ellos.

Quien quiera deleitarse, puede revisar el video de la actividad, hay una serie de momentos incómodos donde se ve la tensión de la editora y gestora cultural Teresita Valdettaro, una de las coordinadoras del Congreso. Cercano a la hora de grabación, Teresita advierte la necesidad de hacer preguntas y no comentarios entre risas cómplices con el público que a esa altura ya estaba impaciente.

Una sala llena de libreres, docentes, bibliotecaries y mediadores de lectura recibió la visita de una escritora que se define a sí misma como “una optimista de los libros”. En palabras de Vallejo, ese optimismo tiene un asidero muy firme: el libro lo ha sobrevivido todo. La memoria de los pueblos subsiste en la escritura, ese es el espíritu de El infinito en un junco; este ensayo que recorre 30 siglos de historia del libro es también la historia de quienes se han esforzado por protegerlo mediante el ejercicio de sus oficios.

Lamentablemente, del intercambio con Héctor Soto no hay video porque la organización prohibió expresamente la grabación de cualquier tipo de material durante la entrevista. Hubo alguien que se puso el parche antes de la herida y nos perdimos la oportunidad de captar las frases-joyitas para la posteridad, pero acá van a quedar como testimonio de la arraigada misoginia que al 2023 tenemos que seguir aguantando en espacios a los que se supone somos “cordialmente invitadas”. 

Como trabajadora de la cultura, estoy convencida de que en la era de las comunicaciones, las apreciaciones personales tienen el suficiente espacio para ser desarrolladas en redes sociales, clubes de lectura y todas esas instancias de posible intercambio con un otre. Sin embargo, hay ciertas conductas misóginas que se repiten en el campo literario, pequeños gestos disfrazados de ignorancia, de descuido. Síntomas de un problema mucho mayor que afecta las formas en que se llevan las conversaciones y se gestan los discursos. Varones no preparados, sin un texto al cual volver cuando se van por las ramas, señores que comentan su propia obra para luego, como si fuese un cuestionario tipo, hacer preguntas que no abren relatos como «¿Ulises o Aquiles?» o aseverar que somos las mujeres quienes seguimos leyendo novelas y que por ahí vamos salvando un poco el género.

Vallejo, con esa astucia que caracteriza el tejido de sus discursos, arrasó con Soto y sacó carcajadas de la audiencia, cuando puso en duda que en Chile no se lee porque el panorama editorial dice otra cosa. «¿Cómo escriben tanto si no leen?», replica la autora al entrevistador, mientras repasa de memoria una pequeña lista con autoras chilenas, destacando nombres que para ella resuenan hace años en el mundo literario, como Alia Trabucco y Lina Meruane.

¿Hasta cuándo le seguimos cediendo espacios al peso de la tradición masculina pese a la evidente falta de lectura y de preparación?, ¿hasta cuándo perdemos el tiempo asistiendo a entrevistas donde quien pregunta busca protagonizar?

Para terminar, me urge recomendar dos libros, el primero es el Manifiesto por la lectura (Siruela, 2020), de la propia Irene Vallejo. Es un breve ensayo encargado por la Federación de Gremios de Editores de España donde la autora despliega todo su fervor por el acto mismo de leer, poniéndolo al centro de la democracia y de la evolución de la humanidad. Vallejo es una convencida de que fue la creatividad y la imaginación lo que nos hizo trascender como especie, y este texto es la petición formal de un pacto estatal que fomente el acceso y la circulación del libro. La segunda lectura es El color favorito (Gris Tormenta, 2023) de Valeria Tentoni, un ensayo que habla sobre las entrevistas literarias y el poder de las preguntas. La autora cuestiona si alguna vez se termina de aprender el oficio mientras se construye a sí misma entre las respuestas de les otres. Toda pregunta esconde una intención, dice Tentoni. Héctor Soto, ¿cuál era la suya?

Notas.

* Este texto se titula así a propósito de la desafortunada publicación de un texto de Alberto Olmos en El Confidencial. En medio de su odiosidad, dice cuestionar la “autoría femenina” pero lo hace sin fundamento alguno, demostrando su nula capacidad de lectura y la desfachatez de su misoginia. Pensé en replicar el chiste y llamarles “chicos” pero para los hombres, la juventud es sinónimo de inexperiencia.

Una respuesta a “”

  1. Avatar de Nicolas Villablanca
    Nicolas Villablanca

    Me encantó la columna! Muchas gracias por exponer esta postura me hizo demasiado sentido para poner ojo en nuestra vida.

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