«La escritura busca su lenguaje y su silencio. Su murmullo y su grito»:
Una conversación con Eugenia Brito

Gabriela Alburquenque

Cedo esta escritura como respiración

Acaso huella

La doy como acto de honor

A nuestras grietas. 

Eugenia Brito, “Viaje en transversal” en Emplazamientos, 1991.

En enero del 2024 inicié una conversación virtual con Eugenia Brito para entrevistarla a propósito de su último libro: Indócil. Poesía reunida (1984-2021), publicado bajo la dirección de la poeta y editora Gladys González, en Los Libros del Cardo. Pero al concretar la cita, problemas de comunicación y dos agendas que no coincidían bien, hicieron que optáramos por escribirnos; hacer eso que las dos hacemos, sin que el cuerpo sea visto sino las palabras y, quizás, prestarnos cierta comodidad conocida para decir. 

Eugenia no lo sabe, pero yo prefiero siempre la escritura. Es en ella donde me siento más cómoda, donde el cuerpo de mi voz, como me dejan ver sus respuestas, es indócil y desobedece. 

«Quiero oír el sonido de ese ruido

más allá de las desviadas mediaciones:

debo ser el registro de esa voz

reconstruir la vida y su desgarro».

(Brito, «Diario de estrella» en Vía pública, 1984).

Mientras preparaba las preguntas, leí la frase: «la poesía es una necesidad vital». Audre Lorde la dice en La poesía no es un lujo (1978), donde también escribe: 

«Nuestros sentimientos ni estaban llamados a sobrevivir en una estructura de vida definida por el beneficio, por el poder lineal, por la deshumanización institucionalizada. Los sentimientos se han conservado como adornos inevitables o como agradables pasatiempos, con la esperanza de que se doblegaran ante el pensamiento tal y como se esperaba que las mujeres se doblegaran ante los hombres. Pero las mujeres hemos sobrevivido. Y también las poetas. Y no hay nuevos dolores. Ya los hemos sentido Todos. Los hemos escondido en el mismo lugar donde tenemos oculto nuestro poder. Ambos afloran en nuestros sueños, y en los sueños nos señalan el camino de la liberad. Podemos plasmar los sueños en nuestros poemas pues estos nos dan la fortaleza y el valor de ver, de sentir, de hablar y de ser audaces». 

El valor de la poesía, su triunfo, son inevitables para mí luego de pensar cómo, las poetas feministas, aquellas que se comprometieron con el poema y con lo político, han hecho de la forma y sentido del poema un hito en contra de la herida, del borramiento, del silencio histórico. 

Entonces, la poeta Eugenia Brito me ilumina: «La poesía para mí parte desde el secreto, desde la noción de la pérdida, del abandono y la soledad. Por lo tanto, es una lengua que parte desde la herida y de la mutilación. Del fracaso casi sagrado. De la carne impura y la memoria. Sacar la voz y hacer partir el verbo de ese lugar, me parece un regalo. Quizá un triunfo, yo no soy tan optimista, pero sin duda, sacar la voz es hacer vivir los latidos de cuerpos que existen, o que han existido. Tenerlos presentes y eso es un triunfo». 

***

G. A. Leí que escogiste el título de esta Poesía reunida por tu indocilidad a la dictadura, pero también porque tus experiencias vitales y tu subjetividad persiguen lo indócil a las formas dadas, de algún modo, a aquello que se nos impone fijo y pareciera que solo tiene una posibilidad de ser; ¿cómo ha afectado esta indocilidad a tu modo de pensar la poesía y pensarte a ti en ella? 

E. B. Desde muy joven, sentí interés por la literatura, la novela, el cuento y la poesía. De modo de que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo lo que llamaba la atención al mundo adulto. También llegué a escribir cuentos infantiles breves y poesía, de manera incipiente. Pero allí estaba el germen.

Comencé a vivir la diferencia entre lo que se establece como conducta habitual, el código del orden y de las buenas maneras, y lo que pasaba en la realidad, que siempre ha sido muy distinto.

Mi posible «indocilidad» fue el cuestionamiento a las convenciones, a la disciplina y al orden oficial, por limitador y cuestionable, y me percaté desde la adolescencia de que el ser humano puede modificarla, sacar el cuerpo de la represión. Gracias a la lectura, pude encontrar puertas abiertas a la sensibilidad y la imaginación, específicamente por el feminismo que me impactó desde Simone de Beauvoir, el existencialismo de Sartre, Kierkegaard y Heidegger y sus conceptos sobre la historia y cómo el ser humano puede modificarla.

El encuentro con la literatura orientó mi vida hacia la ensoñación y el lenguaje y por ello fui empezando a escribir de manera silenciosa mientras terminaba la enseñanza media e ingresaba a la universidad. Pensé en la poesía como una manera estética de abrirse al mundo y de generar un «cuerpo alterno».

G. A. Es muy bonito eso que mencionas, Eugenia, sobre el lugar que ocupó la imaginación y la sensibilidad como parte de la lectura en tu encuentro con esa indocilidad, que es una forma de habitar el mundo. ¿Cómo opera después la escritura para ti? Si la lectura es una entrada, digamos, a la indocilidad en tu vida, gracias a lo que permite, y de manera incipiente estaba la escritura de cuentos y poesía en tu infancia… ¿Cómo ves la escritura una vez que eres consciente de esta indocilidad o la haces parte de ti?

E. B. La escritura operó como la actividad necesaria e ineludible para dar cuenta del mundo en sus giros y reveces, y a ratos, como respuesta al sobresalto de la vida cotidiana. En primer lugar fue un refugio; en segundo lugar, un desafío, porque siempre está la pregunta por las formas o la forma con la cual el mundo que nace y que se desarrolla, se materializa y legitima. 

El cuento me parece interesante porque permite, desde mi punto de vista, el ingreso del humor, la ironía y el absurdo, lo que también sucede en la poesía, pero se puede desplegar mejor en la narrativa. La poesía requiere precisión y exactitud, y se presta más al vuelo, es decir, a una fuga de la convención, del sentido lineal y esperable hacia un espacio que, de manera impactante, al menos para mí, surge desde la letra escrita. Y gracias a ese curioso encuentro con la página, con el espacio en blanco, suerte de tela que se rasga con los caracteres impresos, a la manera de un ritual, que permitiera la entrada a una ópera incierta.

En tercer lugar, la escritura opera como cuerpo que tiene sus propias leyes y por mucho que la autora –o el autor– busque escapar de ellas, el movimiento del sentido obliga al texto a volver al lugar en que emerge ese latido, esa pulsión que nos trastorna y nos lleva en diferentes direcciones.

O si no, en una dirección precisa. Cuando por ejemplo escribía un texto sobre el metro en mi libro Filiaciones, apareció el suicida, aparecieron las víctimas de la dictadura, apareció la tragedia, de lleno, en el curso del trabajo de la modernización.

O cuando en Veinte Pájaros, busqué la libertad de las migraciones, me encontré con el silencio del mundo andino y con las soledades de la pampa, a la par, que con el olvido de las culturas que han buscado refugio en esos espacios y de las cuales quise ser un oído.

Es así, la escritura busca su lenguaje y su silencio. Su murmullo y su grito. Y hacia allá vamos intentando decir parte de esa zona misteriosa que nos muestra la realidad.

***

Eugenia Brito publica su primer libro de poesía en 1984, Vía pública. El murmullo y grito de su poesía aparece en un momento de tensión con el lenguaje, pero también de resistencia. Y es precisamente porque la poeta practica desde temprano el disenso como imaginario y política, que nos enteramos pronto de las claves que marcan su itinerario poético y político: «la mujer, la historia de Chile y por otro lado, la necesidad de reparación y transformación del cuerpo –americano, chileno, femenino–». 

Su primera publicación ocurre en un terreno donde la palabra está en disputa. La poeta, en esa escena, se convierte en una articuladora de espacios para el tránsito de las mujeres, sujetas frecuentes de sus poemas, pero también de sus preocupaciones sobre el campo literario. Ejemplo de ello es su participación en la organización del mítico Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987, el cual convocó a mujeres de la escena literaria que estuvieron dispuestas a marcarse para abrir un espacio; asumir la marca de lo femenino para reconquistar el propio cuerpo y la propia historia, y desde allí, pensarse. Pensar el género y los géneros de la literatura. Lo escribe ella misma en su introducción a Escribir en los bordes (1990), libro que compila y lee lo que fue ese encuentro: 

«Escribir es siempre una puesta en frente de la historia y en ese caso de una historia masculina y bélica y se juega en la realidad de un paradigma de opresores y oprimidos. La mujer transita sin hallarse en ese viejo paradigma en que justamente su desarraigo, su carencia, es el hiato que le permite gestionarse como individuo en un lugar irrepetible y único desde donde lenta, paulatinamente, convierte en el lugar de todos. La experiencia no es transferible; lo sabemos. Pero la gesta de la escritura es siempre la zona en que lo límite de un cuerpo se desborda y hace exceso. Y desmedirse es abrir –hacer un corte– en el volumen de un texto cultural que nos resta desde la partida. Doblar el signo de la dependencia es el proyecto de destino que ya para muchas se ha convertido en un gesto necesario y gozoso» (8). 

En Indócil, es posible seguirle la línea a la trayectoria del disenso continúo de una de las poetas que por necesidad y con generosidad, abrieron camino para que hoy podamos pensar a las mujeres como cuerpos posibles creadores de la poesía, y no solo como cuerpos-objetos de los poemas. Y lo hizo, no es menor, al mismo tiempo que construía una poesía y poemas que van contra la subordinación: la del género y la del oficio, la de la lengua y el idioma, la de la herida y el dolor. Por cierto, la de esos cuerpos alternos que son su preocupación. Una poeta desafiante y una poesía, por consecuencia, que también lo es. 

«Mi forma de matar y de morir.
Haz de saber
Que mis escamas son
Hablas trasplantadas e implacables neblinas Estigma de otra historia 
haces de radio que claman desde el cuerpo que enrollan su inasible verdad
para que mueras desde y a partir de ella
una vez nada más y para siempre».

(Brito, “V” en A contrapelo, 2012).

***

G. A. Sobre esta edición de tu poesía reunida, a cargo del trabajo editorial de Gladys González: ¿cómo fue ese proceso de trabajo, recopilación de textos, corrección y edición? ¿Qué te llevó a tomar la decisión de editar una poesía reunida y también a propósito de la conmemoración del año pasado a los cincuenta años del golpe? 

E. B. Este libro es el primero que reúne la poesía que he escrito y que he publicado desde joven. 

Muchos de mis libros no están en librerías, sus ediciones se agotaron y no había más forma que publicar. Había hablado con Gladys González hace tiempo y ella aceptó. 

Hubo una cierta dilación, pero su respuesta fue siempre positiva y maravillosa, Gladys creyó siempre en mis textos y eso me llevó a reeditarlos. 

De mi primer libro, eliminé algunos poemas porque han pasado casi 40 años y ya no soy la misma y la historia ha cambiado profundamente. De modo que esos textos, que están en Memoria Chilena, no figuran en esta nueva edición. 

Gladys siempre estuvo de acuerdo conmigo y no hubo problemas con la estructuración de estas Poesías completas. También eliminé una sección de Dónde vas, para acotar más ese texto. Y todo lo demás se mantuvo.

G. A. Has dicho: «Estudiar para escribir, jugar para aprender, escribir con todo el cuerpo»… en tu discurso y en tu poesía. ¿Cómo se van formando y deformando estas ideas en ti, cuál es el trayecto que haces para pensar el poema, la poesía, tu propia autoría, la escritura?

E. B. No siempre sigo esa línea: «estudiar para escribir». Comienzo con una idea, una obsesión, un deseo, pero el hecho de sentarte frente a la página en blanco ante el computador cambia todo. Y el texto tiene sus propias leyes. 

Cuando empieza un texto, sus primeras líneas, tienen una capacidad asociativa y germinativa, es decir, esas líneas abren un universo entero, que no es completamente del autor, sino que es una constelación de diferentes textualidades, antiguas y contemporáneas. Porque el lenguaje es así y va hasta donde apunta el significante irradiando giros algunos impredecibles, inéditos y otros más esperables. La autoría, la mano de quien escribe, modela todo eso, aprovecha lo que viene del aparato discursivo y le imprime una forma.

Pero la autoría es una máscara, como lo es el «yo», una ficción del lenguaje. Para señalar a quien tiene la palabra, la cual va cambiando de lugar.

Lo mismo ocurre con la escritura; el yo estaría siempre deshabitado para poner en escena la escritura. En mi caso la historia que me tocó vivir, la dictadura y sus dolores, pérdidas, exilios y reinvenciones y la posdictadura y su saldo de tragedias sin reparar, de ritos vacíos y su adhesión al neoliberalismo y la postmodernidad. De allí vienen mis pájaros volando para salir de este orden fijo. Y mis poemas a contrapelo de la historia oficial o bien el lamento por la tragedia indígena de Dónde vas.

G. A. Para mí, en tu poesía se hace cuerpo esa cita de Gloria Anzaldúa: “escribir no se trata de estar en tu cabeza; se trata de estar en tu cuerpo”. En tus poemas aparece la resistencia desde los cuerpos como materia viva que dice, duele y dice; habla la herida y, en general, esa es una herida que se comparte con otrxs, que reúne a más de un cuerpo. Lo has dicho tú misma, que escribes con todo tu cuerpo. ¿Cómo es escribir con esa consciencia del cuerpo, en esa búsqueda por el cuerpo verdadero de una de la que hablabas también hace poco? 

E. B. Escribir con el cuerpo implica la concentración de todos los lugares del ser desde su memoria, sus deseos, sus perversiones, sus tics. Todo. El cuerpo verdadero pienso yo es el cuerpo que indaga por su sentido, más allá de los códigos impuestos por lo social, es la voz y la huella del deseo, lo que Artaud pensaba como «el cuerpo sin órganos». Desobediente.

G. A. Y a propósito de escribir con el cuerpo, ¿cómo piensas y te sientes hoy respecto a la categoría «escritura de mujeres»?

E. B. Creo que esa pregunta está abierta desde hace varias décadas, prácticamente es una pregunta a la que se aludió de manera sistemática durante los 80 y 90, con diferentes respuestas y quizá con la que me siento más identificada, es con la respuesta de Nelly Richard en su conocido texto: «¿Tiene sexo la escritura?». Habría que reconocer que la escritura es un proceso de lectura y desciframiento de los diversos códigos que estratifican los ritos y las formas según las que modelamos nuestro habitar. Habitar a la cultura, pensar la lengua, pensar el país.

Pareciera que la escritura no tiene género, pero qué es el género sino el constructo que modela el imaginario de las personas, en muchas ocasiones de acuerdo con su biología y a la historia que le toque vivir.

Sin embargo, hoy que se está viviendo una verdadera revolución en este sentido, en que es grande el desacuerdo con él o con las asignaciones de género/ sexo, hay un arte que se identifica con lo trans, lo queer, lo gay.

Cuando se hizo la pregunta, esta tuvo un doble filo, en cuanto se pensaba que las mujeres ocupaban el sector más cómodo y conservador de la sociedad y del pensamiento, en líneas generales, mientras que el más vanguardista y revolucionario lo ocupaban los hombres. 

Pero los grandes movimientos: como la utopía socialista y otros movimientos muy fuertemente políticos y culturales han bajado sus banderas de lucha y el feminismo circula en el mundo del pensamiento tanto como en el mercado, yo hablaría de un feminismo disidente y pensante, propio de algunas mujeres y de hombres. No equivalente al gueto genérico que es un gueto que también tiene su mercado, sino que aludo a una fracción que aboga por un arte y una literatura que piensa y cuestiona los sistemas de signos culturales que nos habitan, desde el género sexual hasta toda práctica cultural.

En este último sentido habría que afinar el ojo e ir más allá de ser hombre o mujer y ver de qué manera se margina y reprime un aspecto más significativo y creador, para generar desde allí un pensamiento y una escritura que libere a la mujer de esta condición secundaria, hasta cierto punto bastarda. Y una escritura así me parece propositiva: reconquista el cuerpo, reconquista la autonomía para repensar enteramente la o las prácticas urbanas, culturales y políticas.


Eugenia Brito (Chile, 1950). Poeta, ensayista e investigadora. Doctora en Literatura y académica de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Autora de los libros de poesía: Vía Pública (Editorial Universitaria, 1984), Filiaciones (Ediciones Van, 1986), Emplazamientos (Cuarto Propio, 1991), Dónde vas (Cuatro Propio, 1998), Extraña Permanencia (Cuarto Propio, 2004), Oficio de vivir (Cuarto Propio, 2008), la plaquette A contrapelo (Cuadro de tiza, 2012) y Veinte pájaros (La Joyita Editorial, 2021). Ha publicado los libros de crítica y ensayo: Una milla de cruces en el pavimento, con Diamela Eltit (Francisco Zegers Editor, 1979), Campos Minados. Literatura Post Golpe en Chile (Cuarto Propio, 1990), Sergio Castillo (Editorial Universitaria, 2002), Ficciones del Muro: Brunet, Donoso, Eltit (Cuarto Propio, 2016). 

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