Javier García Bustos
¿A quién le importa este nuevo título que acaba de llegar a librerías? ¿Por qué distribuir un libro sobre una tragedia reciente con protagonistas anónimos? Kayser (Oxímoron), el tercer libro de Francisca Palma Arriagada, es un conjunto de poemas que nos recuerdan lo sucedido el domingo 20 de octubre de 2019 y sus consecuencias. “Cinco muertos deja incendio de bodegas de Kayser saqueadas en Renca”, comunicó ese día biobiochile.cl.
Al googlear, al buscar información sobre este hecho, entre las últimas noticias que aparecen en Internet hay, por ejemplo, una nota de CNN Chile de octubre pasado: “Revelan la existencia de falsos testigos por el mortal incendio en bodegas Kayser: Fiscalía descarta intervención de terceros”. Un caso, como una herida o una quemadura, que aún no cierra, no sana.
Más allá de las resoluciones judiciales, lo más seguro es que el libro Kayser se convierta en un testimonio, en un registro ineludible que formará parte del museo de la impunidad nacional. Allí donde conviven (en salas oscuras) las historias que se silencian o que tienen como resultado fallos judiciales deficientes como, por ejemplo, la tragedia de Antuco (45 fallecidos y solo un condenado) o el destino aún incierto de los más de mil detenidos desaparecidos en la dictadura de Pinochet. “Eres otra / a la que le mataron / un familiar / un nn / en esta jornada”, leemos en Kayser.
El nuevo libro de Francisca Palma es literatura, creación poética y memoria que surge de un drama ocurrido hace pocos años, pero cuyos versos resuenan y dialogan con otras tragedias, con otros muertos, donde hay una palabra que se repite: impunidad. En la primera página leemos los versos: “El hollín / de esa carne / que no resolvió el fuego / quedó pegada al suelo / como evidencia / de la impunidad”.
También está el registro de que algo no funcionó, algo ocurrió más allá de las constataciones porque “El incendio / fue de día / bajo la luz / con / cámaras de seguridad / con / medios de comunicación / con / dron / con / siglo veintiuno”.
Kayser abre con los nombres de quienes murieron el 20 de octubre de 2019: Yoshua Osorio, Julián Pérez, Andrés Ponce, Luis Salas y Manuel Muga. Esos nombres, esas voces distantes y anónimas, recuerdan los epitafios de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters (“Después de muerto tengo mi venganza”) y la citada frase de Bertolt Brecht de su obra Galileo: “Desdichado de aquel país que necesita héroes”.
Dividido en cinco capítulos, “Fuego”, “Cuerpos”, “Territorio”, “Justicia” y “Exhumación”, los poemas de Kayser cierran el libro con un posible anexo –la palabra está en signo de interrogación “¿Anexo?”–, subtitulado “Cementerio de citas y pericias literarias”, donde la autora reúne versos de otros, de Elvira Hernández a Bárbara Délano, de Cecilia Pavón a Raúl Zurita.
Son fragmentos ajenos como escombros, imágenes sobre el fuego y el dolor, relacionadas con el drama, la memoria y la impunidad nacional, donde resuenan los ecos de la desdicha, las calles donde habitan los más vulnerables, hasta las mutilaciones y lesiones oculares sucedidas en el Estallido Social. Al final del capítulo cuatro leemos: “Una mujer ciega / pide justicia / por los que murieron / el mismo día / que le quitaron los ojos”.
En Kayser hay cifras, hay ironía, hay poesía, hay fuego y llanto, hay diferentes registros, donde la autora –y también periodista– efectúa su propio peritaje al pasado de un país que insiste en ocultar sus miserias.


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